No ha sabido el hombre

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Una vez más, una crisis global, en este caso sanitaria, nos ha mostrado el grado de vulnerabilidad, no sólo existencial como seres humanos en lo individual, sino también como sociedad frente al poder político. El miedo y la desinformación, entre otras cuestiones, forman parte de todo un proceso de manipulación orientado a lograr la aquiescencia social. En esa tarea de lograr la dominación con el menor costo, el Estado, como instancia de mediación política del capital, ha jugado un papel primordial. Esto último es lo que el maestro Ángel Caraveo planteó como “el juego de las formas” en uno de sus textos, titulado, precisamente, “Lo que no ha sabido el hombre” (edición del autor, México, 2008). Caraveo se refería a una de las características del Estado en la sociedad capitalista y que tiene que ver con la función de servir como forma política de ese modo de producción, en tanto que el capital sirve como forma económica y ambos no pueden dejar de estar en simbiosis, aun y cuando se proponga su separación, por lo menos de cuando en cuando, para lograr cierta democratización en los niveles de concentración de la riqueza.

     Sin embargo, la separación del poder político y el poder económico es como una suerte de “round de sombra” que se permite uno de esos poderes para con el otro, sobre todo del poder del Estado en uso de una autonomía relativa, toda vez que “el gozo de hacer una revolución es hoy monopolio exclusivo de la gran masa popular” (Caraveo, “Estado y capital”, edición del autor, 1993). Pero si no puede revolucionar, el poder económico puede promover golpear el poder político cuando cuestiona el papel del Estado “porque no funciona bien el capital”. En cierta medida, eso es lo que hoy ocurre en el país cuando sectores diversos de la derecha presionan para mantener intocados sus privilegios como en el antiguo régimen. Aunque también habría que señalar que esa gran masa popular que logró revolucionar políticamente el 2018, ahora se ha quedado algo rezagada, organizativamente, para revolucionar la forma económica que pretende el gobierno actual, pero allí está latente, de todos modos. El punto es que el Estado, como instancia que procesa los conflictos sociales, sea algo más que “un recetario de medidas eficaces para gobernar”, como lo pretende el capital en su forma política, sino una instancia que exprese la subalternidad social y pueda equilibrar los excesos del capital en su forma económica. 

     No se puede desconocer que la situación económica es difícil en el plano internacional y más en el ámbito nacional con la persistencia de la crisis sanitaria; pero tampoco se puede ignorar que hay sectores que pretenden llevar agua a su molino político y/o económico, al calor de la gravedad social. Una de las virtudes que lleva aparejada una crisis epocal, es la de contribuir a desnudar los malos oficios de la política que han ocasionado personajes que insisten en “ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio”, como el ex-presidente Felipe Calderón que ya siente pasos por las investigaciones que se siguen en el vecino país del norte a secuaces de su administración, quedando lejos aquellos tiempos en que, como presidente, según cables de “Wikileaks”, el gobierno gringo resolvió apuntalarlo en su endeble legitimidad para no poner en riesgo su agenda (“La Jornada”, 21 de febrero de 2011). Calderón dejó de ser su hijo putativo.