El clamor de la sociedad potosina es generalizado (hasta el Arzobispo): la seguridad pública está de la fregada. Pero igual de fregado está el consuelo (¿de tontos?) que nos ofrecen las autoridades: que si es “un problema de percepción”, que si “en otros estados están peor”, que mejor aceptar “no hay lugar seguro”, que si “a chuchita la bolsearon”, etcétera. De allí que la diputada Beatriz Benavente se refiera a las recientes palabras del secretario de seguridad pública estatal, Jaime Pineda, como “cosas sin sentido” (Pulso, 18 de febrero de 2020), en alusión a la consideración de éste último de que “los comercios que emplean solo mujeres son más susceptibles a un atraco”. Si de ese nivel es el diagnóstico, pues ya se puede imaginar la eventual solución que sugiere la apreciación (¿ocurrencia?) policial: que no se contrate a mujeres en los comercios y punto. Pero luego pasa que ese sinsentido se presume hasta como “verdad científica” que no cabe poner en tela de juicio, pero que de tan demagógica ya ni la burla perdona.
¿Qué será buscar la “verdad científica” para esos funcionarios? Nunca resuelven algo oportunamente y cuando sucede es un golpe de suerte inesperado. Hay descubrimientos científicos que han sido acontecimientos fortuitos, pero no se pueden ignorar las posibilidades de su desenlace a partir de un cierto contexto. Y, ¿qué entenderán por contexto? ¿Algo como lo que plantea Leonardo Sciascia, en “El contexto”, cuando el inspector Rogas interroga a un presunto delincuente sobre el porqué ha caído en “el engranaje” si era inocente, a lo que le responden que “eso no significa nada” porque “a como está la inocencia todos podríamos caer en el engranaje”? Puede uno imaginar qué es el engranaje en nuestro medio, un conjunto de piezas debidamente “aceitado” para que la máquina de procurar justicia se mueva algo. En sentido lógico, la verdad científica recorre la distancia más corta entre dos puntos, es recta; en sentido histórico, puede andar por vericuetos que empantanen su trayecto, o por atajos que aligeren su paso volviendo insustancial su peso. En todo caso, puede ser objeto de intereses contrapuestos.
Un caso emblemático de lo antes señalado es el de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, desaparecidos en Iguala, Guerrero, en 2014. El entonces procurador general de la República, Jesús Murillo Karam, ofreció su famosa “verdad histórica” de los hechos, con apoyo en peritajes, estudios, testimonios y demás técnicas de investigación que, empero, fueron refutadas por otros investigadores, reconocidos internacionalmente, pertenecientes al Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes, sobresaliendo uno de apellido Torero que, aplicando singular faena al informe “oficial”, demostraría la imposibilidad de una incineración tan rápida como la señalada por Murillo y no quedando a éste más remedio que asumirse como “cansado” para no seguir cargando el peso de una verdad histórica inconsistente, además de pretendida definitiva, como si la historicidad fuera inmutable y no un horizonte abierto de posibilidades.
Podrían citarse más casos que hicieron “historia”, como la niña Paulette en el Estado de México, cuando Peña Nieto gobernaba esa entidad, que después de varios días de estar desaparecida y pese a toda la parafernalia mediática con la investigación policial practicada, de pronto se le encontró asfixiada en el resquicio de una cama. Lo que interesa destacar es que “en todos lados se cuecen habas”, pero acá se ha exagerado esa nece(si)dad de apelar al favor providencial cuando no sirven las técnicas de investigación “probadas” para llegar a la verdad, incluidas las “refinadas” de… torturar. Y si hay casos que nunca tienen la fortuna de ser esclarecidos, por la mala suerte que les ha de acompañar, no deja de ser un acontecimiento cuando hay uno que no se esperaría descifrar y, de pronto, resulta que ese es, precisamente, el favorecido por la alineación astral. Hay otros esfuerzos metódicos “históricos”, como el del ex-procurador Jorge Carpizo, con su famoso “Nintendo”, tratando de explicar aquélla confusión en que perdiera la vida el cardenal Posadas Ocampo. Pero acá, tal parece que ni eso.