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Por falta de recursos no quedaría

Por Alfonso Lastras Martínez

Febrero 02, 2025 03:00 a.m.

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La mañana del 30 de junio de 1908, en una apartada región de Siberia central ocurrió un acontecimiento por demás inusual. De acuerdo con un testigo presencial de dicho acontecimiento: “De repente, en el cielo del norte el cielo se partió en dos, y muy por encima del bosque, toda la parte norte del cielo apareció cubierta de fuego. En ese momento hubo un estallido y un fuerte estruendo. El estruendo fue seguido por un ruido que sonaba como el de piedras cayendo del cielo, o el de disparos de armas de fuego”. Otro testigo relata: “Estaba sentado en el porche mirando al norte y en ese momento, en dirección noroeste, se formó una bola de fuego. El fuego no me permitió sentarme por el calor, mi camisa casi se ilumina. La bola de fuego tenía al menos 2 verstas (2.3 km) de tamaño. Pero no permaneció brillante por mucho tiempo. Lo miré brevemente para juzgar su tamaño y tuve que cerrar los ojos. Cuando los cerré se hizo oscuro y al mismo tiempo hubo una explosión que me arrojó desde el porche una sazhen (1.8 m) o más. Quedé inconsciente, pero no por mucho tiempo. Cuando desperté ocurrió una explosión que sacudió todas las casas. Las ventanas de las casas estaban rotas y el viento levantaba el polvo en medio de la plaza”.

Lo anterior corresponde al llamado impacto de Tunguska, el cual, según los expertos, probablemente fue debido a un meteorito con un diámetro de unos 40 metros que ingresó a la atmósfera a una velocidad alrededor de los 100,000 kilómetros por hora, y que habría explotado a una altura de 10 kilómetros sobre la taiga siberiana. El estallido generó una onda expansiva que derribó 80 millones de árboles en un área más extensa que el área metropolitana de San Luis Potosí. Los troncos de los árboles derribados quedaron en una posición peculiar, apuntando radialmente hacia el epicentro de la explosión. En contraste, justo debajo de la misma, los troncos permanecieron en pie, pero sin ramas, como postes telefónicos.

Si bien la Tierra está continuamente siendo bombardeada por meteoritos, pocos son los que, por su tamaño, logran llegar hasta la superficie sin destruirse por el calentamiento y la presión a la que son sometidos al viajar por la atmósfera a gran velocidad. Sin embargo, no son tampoco extremadamente raros. Recordamos en ese sentido el meteorito, de unos 20 metros de diámetro, que ingresó en el sur de los Urales, en Rusia, el 15 de febrero de 2013, explotando en el aire y causando daños en edificios y numerosos heridos en la ciudad de Cheliábinsk y otras ciudades vecinas.

En el mismo sentido, el pasado mes de diciembre, el sistema de alerta de asteroides que podrían impactar a la Tierra, operado por la Universidad de Hawái y empleando el telescopio de Chile, observó un nuevo asteroide, denominado 2024 YR4, que podría colisionar con la Tierra en diciembre de 2032. Dicho asteroide tiene un tamaño entre 40 y 100 metros, y tuvo un máximo acercamiento con nuestro planeta el pasado 25 de diciembre, por unas dos veces la distancia entre la Tierra y la Luna. En estos momentos, el asteroide 2024 YR4 se encuentra en una ruta que lo aleja de nuestro planeta, para regresar en 2028. 

El asteroide 2024 YR4 tendría una posibilidad en 77 de colisionar con la Tierra cuando regrese nuevamente en 2032. Los expertos, sin embargo, no pueden predecir con precisión la ruta que seguirá, y esta probabilidad crecerá o se esfumará en la medida que los astrónomos puedan observar su ruta con más detalle cuando regrese en 2028. Por otro lado, en declaraciones de Juan Luis Cano, experto de la Agencia Espacial Europea, en un artículo aparecido el pasado 31 de enero en la revista “Scientific American”, la probabilidad de colisión, más que disminuir, está creciendo en la medida en que acumulan más datos.

Así, dado que un objeto del tamaño del 2024 YR4, con una potencia equivalente a la del meteorito de Tunguska, tendría un efecto devastador si impactara en un área urbana, los expertos consideran la posibilidad de modificar su trayectoria de confirmarse una trayectoria de colisión con la Tierra. Esta modificación se realizaría con un procedimiento similar al que se llevó a cabo con el asteroide Dimorphos en septiembre de 2022, el cual fue colisionado de manera intencional por una nave de la NASA. Dimorphos es un asteroide de aproximadamente 160 metros de diámetro que orbita a Didymos, un asteroide más grande de 780 metros de diámetro.  Antes de la colisión con la nave espacial, Dimorphos orbitaba a Dydimos con un periodo de 11 horas y 55 minutos, el cual se acortó a 11 horas y 23 minutos después de la colisión. 

La posibilidad de desviar el curso de un asteroide en ruta de colisión con nuestro planeta empleando recursos de alta tecnología es entonces real, aunque en el caso particular del 2024 YR4 los expertos no tienen claro si habría suficiente tiempo para organizar la misión. En todo caso, si se confirmara el aterrizaje inminente del asteroide sobre un área urbana, nos quedaría a la mano un recurso más modesto, empleado desde tiempos remotos: correr y ponerse a salvo.