Transformar el mundo

“Los filósofos no han hecho más que interpretar de distintas formas el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. Con esta cita célebre de Marx (Tesis XI sobre Feuerbach), la chilena Marta Harnecker inicia su famoso libro titulado “Los conceptos elementales del materialismo histórico”, cuya primera edición, de 1969, alcanzaría en los años subsecuentes una enorme difusión en los más diversos círculos de estudio de la izquierda latinoamericana, teniéndosele como una obra pedagógica indispensable para adentrarse en el entendimiento de la teoría marxista. Empero, con la caída del Muro de Berlín, veinte años más tarde, en 1989, la valoración de esa y otras obras se reduciría a la consideración de un marxismo de manual, toda vez que las previsiones históricas acerca del advenimiento amplio del socialismo y el comunismo no se cumplirían plenamente. Sin embargo, si bien le previsión histórica falló, no significa eso que la teoría también; hace algunos días falleció Harnecker y lo menos que se puede hacer es reconocer la necesidad de formar, teórica y políticamente, a las nuevas generaciones de ciudadanos para que puedan involucrarse de mejor manera en la transformación de la sociedad. Evidentemente, ya no se trata de un simple adoctrinamiento en la propia fe de una ideología, sino en la comprensión plena de la complejidad social y política de los días y las circunstancias que corren.    

     En la introducción de esa obra, la autora plantea la disyuntiva a la que se reducían, frecuentemente, las aspiraciones de cambio en una época en la que aún era posible soñar con hacer la revolución a través de un sujeto histórico específico, el proletariado; enfatizando la pertinencia de la lucha de clases como inherente a la existencia de las dos clases fundamentales del sistema capitalista, así como precisando que la lucha no sólo se da dentro del campo de la producción, de la economía política, sino también fuera de ella y es conducida por la otra cara de esa moneda de manera permanente: por una burguesía que no cesa de revolucionar las formas de la explotación de la clase obrera. En todo este entorno, el Estado del capital jugaría un papel esencial para enmascarar las luchas de clase. Pero lo que interesa destacar, es que esa disyuntiva para entender las cosas parecía más un juego de suma cero: concentrarse en la teoría y ser mero espectador de la vida práctica, o renunciar a la teoría y lanzarse a la transformación de manera acrítica.

     La transformación del mundo, a partir de un conocimiento social sólido y pertinente, es más que urgente. Los lugares comunes que pretenden el entendimiento de lo social, sin ver más allá de la superficie, están llevando a que se tomen acciones carentes de responsabilidad ética por parte de no pocos actores políticos influyentes. Si bien es cierto que se presta cada vez más importancia a la participación ciudadana en los asuntos públicos, esa participación no va de la mano con una formación teórica y política mínimas que propicien posturas críticas, ya no digamos para cambiar en verdad lo que está mal, sino para explicarse mejor la naturaleza de las cosas (de la cosa pública, sobre todo) y actuar en consecuencia. Puede ser que muchas cosas estén hoy desfasadas con respecto de esos enfoques de los marxismos de ese entonces, pero tampoco se puede prescindir de planteamientos varios que siguen siendo muy útiles para comprender la realidad presente, así sea que no la hayan anticipado porque tampoco se puede pedir que la previsión científica del porvenir sea total y plena.

     En todo caso, como planteara otro clásico del marxismo, “la novedad del método no cambia la historicidad del objeto” y, ahora mismo. seguimos padeciendo los problemas que conlleva el despotismo del capital, con todo y sus transfiguraciones contemporáneas, así como el ascenso de la derecha en no pocas partes del mundo y, sobre todo, en la región latinoamericana una situación de presión grave a diversas expresiones progresistas. De allí que, así se trate de posturas teóricas de un tiempo que pudiera parecer lejano, la realidad presente no impide volver a ellas, no sólo para reconocer a quienes como Harnecker se atrevieron a esbozarlas y vivirlas, sino para enriquecer el saber que permita interpretar el mundo y transformarlo.