¿Y si los gobernadores la regaron?

Es muy poco probable que el PRI salga bien librado del proceso que ha puesto en marcha para renovar su dirigencia nacional. Cuando digo esto, no estoy pensando en las renuncias del doctor José Narro, de Beatriz Pagés o más recientemente del ex gobernador coahuilense Rogelio Montemayor. No, lo expreso más bien atento al esquema general que tiene aristas de alto riesgo, capaces de causar daños enormes.

De entrada, me parece obvio que la forma old fashion en que los doce gobernadores priistas echaron montón a favor de uno de los candidatos entraña un peligro mayor para los propios mandatarios, quienes para bien o para mal representan el mayor activo político que le queda al tricolor, junto con su catorcena de senadores y sus cuarenta y tantos diputados federales. 

Si se concreta el triunfo de Alejandro Alito Moreno y sobre todo si lo consigue con una buena participación de la militancia en las urnas y con una ventaja amplia, los gobernadores podrán respirar tranquilos, presumir que son los papás de la criatura y ver qué ventajas sacan cada uno de ellos.

Pero ¿y si no? ¿En qué triste papel quedarían los gobernadores si Alito pierde, o incluso si la concurrencia a las mesas de votación es muy baja y/o el triunfo del campechano se da por un mínimo y el tema encuentra su resolución final en el Tribunal Electoral? Desde luego que harían un papel muy lamentable. Y si tomamos en cuenta que ocho de ellos concluyen su mandato en 2021, indudablemente llegarían políticamente disminuidos a su propia sucesión.

¿Es posible que Alejandro Moreno pierda la elección? De botepronto, en clave de cálculos políticos y formales, habría que responder que no. Sin embargo, matemática y probabilísticamente se debe concluir que sí. 

Para comenzar, no olvidemos que hay priistas en las 32 entidades federativas del país y gobernadores del tricolor únicamente en doce. Salvo que los mandatarios estén contemplando hacer presencia en digamos sus entidades vecinas para respaldar operativamente in situ la candidatura de Alito -lo cual seguramente no gustaría mucho a las militancias “colonizadas”- es demasiado optimismo asumir de su parte que los priistas que llevan tiempo rascándose con sus propias uñas van de repente a aceptar sumisamente que les tire línea un mandatario foráneo.

No me resulta fácil imaginar a los priistas queretanos rindiéndose a las exhortativas de Juan Manuel Carreras, o a los duranguenses convencidos en lo más profundo de sus convicciones por el gobernante zacatecano Alejandro Tello.

Además, hasta donde se alcanza a ver, igual que ocurrió aquí con Juan Manuel Carreras, no hay información de que ninguno de los gobernantes tricolores haya intentado o simulado siquiera alguna forma de consulta, por  light que fuera, con sus compañeros de partido para ver si estaban de acuerdo en apoyar a Alejandro Moreno. Nada de eso, con una soberbia que ojalá no les cobren en las urnas, los mandatarios decidieron y actuaron como si fueran dueños de la militancia priista de sus respectivas entidades. Se vieron tan soberbios como arbitrarios y prepotentes.

Los doce estados gobernados por el PRI representan el 34.73 por ciento del padrón electoral nacional. No es arbitrario hacer un traslape y estimar que en esas mismas entidades habita el 34 por ciento de los militantes que integran el padrón priista de 6 millones 764 mil registros. Esto significaría que en el mejor de los casos los muy sobrados gobernadores del Revolucionario Institucional representan únicamente a un tercio de los priistas inscritos en el padrón partidista.

En el caso concreto de nuestro estado, donde tampoco hay memoria de que en su carácter de primer priista potosino Juan Manuel Carreras haya por lo menos auscultado a los principales liderazgos municipales y regionales de su partido para ver si estaban de acuerdo con apoyar incondicionalmente a Alito, el padrón actualizado incluye poco más de 135 mil nombres que según verificó el INE no aparecen en los listados de ningún otro partido. 

No conozco, quizá porque todavía no exista, algún cálculo sobre qué porcentaje de militantes se espera que acuda a las urnas. Pero insisto, si es muy bajo en lo general y, sobre todo, en las doce entidades con mandatario tricolor, además de dejar en evidencia la ineficacia política de los gobernadores, se abrirá espacio propicio para desconocer resultados e impugnarlos ante las instancias competentes.

No quiero ver el papelón de nuestros gobernadores si, por ejemplo, en Querétaro, cuyo padrón de militantes es un 10 o 12 por ciento menor que el potosino, acuden a sufragar más priistas que aquí. ¿Qué explicación sensata podría dar Juan Manuel Carreras.

Y a propósito de la falta de consideración a sus compañeros de partido que exhibieron los mandatarios del PRI, en el caso concreto de San Luis Potosí imposible ignorar el hecho de que los únicos aspirantes que nos visitaron en semanas anteriores fueron Ivonne Ortega, José Narro y Ulises Ruiz, en tanto que el favorito del gobernador priista potosino, Alejandro Alito Moreno es hora que no se para por aquí. “¿Para qué?” ha de haber pensado, si al arreglarse con Alfredo del Mazo éste se encargaba de juntárselos a todos (excepto a Claudia Pavlovich, quien dijo que jalaba pero que no tenía tiempo para ir a Toluca). Poco faltó para que JMC hiciera viaje a Campeche para cuadrarse.

Al final del día, solamente obtuvieron su registro tres fórmulas: las encabezadas por la ex gobernadora de Yucatán, Ivonne Ortega; la del ex mandatario de Campeche, Alejandro Alito Moreno, y la que lidera la veracruzana Lorena Piñón Rivera, ex delegada de Relaciones Exteriores en tierras jarochas.

¿Y EL FACTOR LÓPEZ OBRADOR?

Otra circunstancia a la que habrá que estar atentos es al comportamiento de la votación priista el próximo domingo 11 de agosto en las entidades gobernadas por Morena –serán siete para ese entonces-. Si bien es cierto que al no ser una elección a población abierta se disminuye mucho el riesgo de que militantes de otros partidos vayan a meter su cuchara con propósitos aviesos, si como se dice efectivamente el presidente Andrés Manuel López Obrador apoya la candidatura de Alito, sea por simpatía o frío cálculo político, será relativamente fácil de percibir al tenor de las cifras que entreguen las casillas.

Sucede que las siete entidades gobernadas por Morena (cinco actualmente y siete para agosto) acumulan el 30.56 por ciento del padrón electoral, no muy lejos del 34.73 que suman los doce estados de gobiernos tricolores. Si bien el PRI gobierna el Estado de México que tiene el padrón más grande del país, Morena tiene los cuatro que le siguen en tamaño: Ciudad de México, Veracruz, Puebla y Chiapas. Casi empatan.

Hasta el día de ayer, todavía no estaba definida la forma como se votará dentro de mes y medio. La convocatoria y el reglamento de elecciones expedidos por el Revolucionario Institucional dejaron para unos “lineamientos” que aún no se publican, la forma precisa como se votará, qué identificación o identificaciones serán válidas, cómo se efectuará el conteo de los votos, etcétera.

Desde otra perspectiva, no hay que olvidar que legalmente el registro de candidatos a cualquier cargo de elección popular, salvo que se trate de independientes, solamente están facultados para hacerlo las dirigencias nacionales de los partidos políticos. Es decir, ningún gobernador puede registrar candidatos de ningún nivel y en ninguna instancia.

Comento lo anterior por aquello de que si no es Alito el que gana la elección y se convierte en el próximo presidente del Comité Ejecutivo Nacional del PRI, los mandatarios indiferentes a la militancia tendrán que negociar sus propias sucesiones con alguien -sea Ivonne o Lorena- que no les deberá nada.

COMPRIMIDOS

Mientras fue estacional, poco numerosa, no muy visible, la presencia de migrantes en nuestra ciudad, pasó prácticamente desapercibida y fue tolerada sin expresiones sociales de incomodidad o disgusto. Ahora que se ha incrementado en forma significativa, que se habla de establecer aquí una estación (centro de detención) migratoria, que una parte de los desplazados intenta instalarse en la ciudad, las cosas cambiaron bruscamente. Creo que estamos próximos a mostrar nuestras pulsiones más profundas: xenófobos, racistas, intolerantes. Al tiempo.

Extraño, muy extraño el desplegado de apoyo al secretario de Seguridad Jaime Pineda que los organismos empresariales hicieron publicar el pasado fin de semana. Por supuesto que están en plena libertad de apoyar (o de criticar) a quien quieran, sea que acierten o que yerren, pero esta vez siguieron un método poco utilizado antes. Ese que los norteamericanos identifican con la expresión “aventar mierda sobre el ventilador”. Me quedo con la impresión de que lejos de ayudar a su muy querido amigo, le radicalizaron la oposición de algunos diputados y le ganaron la animadversión de compañeros de gabinete. Es decir, la cajetearon.

Entiendo que lo de la ciclovía en Himno Nacional es un proyecto experimental, que si no pega se abandona y habrá costado poco. Lo que no sé es qué tan detenidamente se planificó; qué tan concienzudamente se analizó. Lo digo porque, primero, creo que hay otras vialidades urbanas por donde circulan muchos más ciclistas que por esa y, segundo, porque estoy convencido de que en ese sector de la ciudad circulan varias veces más motocicletas que bicicletas. Chéquenlo, a lo mejor conviene más buscar mejorar la movilidad de las motos que de las bicis.

El pasado domingo en Praga, capital de la República Checa, más de 250 mil personas se congregaron en una impresionante manifestación de protesta, para exigir la renuncia de su primer ministro desde hace año y medio, Andrej Babis, quien es el segundo hombre más rico del país, con una fortuna personal de casi 4 mil millones de dólares. ¿La causa? Recién se descubrió que hace varios años, se desprendió de una empresa que luego recibió financiamiento oficial de la Unión Europea por ¡2 millones de euros! (unos 2.3 millones de dólares), luego de lo cual la readquirió y la reincorporó a su consorcio agroalimentario. No se robó un peso ni defraudó a nadie, pero sus compatriotas consideran que hizo algo poco ético y que debe irse. Praga es una ciudad con un millón 300 mil habitantes. La concentración de 250 mil equivale a que en la Ciudad de México hubiera una de un millón 700 mil personas. Esos checos, ni aguantan nada. Si se vinieran a vivir a México se morirían todos y pronto de puro coraje. 

Hasta el próximo jueves.