Emile Gest, un puente de encaje sobre el Atlántico (VIDEO)
Benjamin Rontard, cónsul honorario de Francia, lo conoció en labor de gestión, un trámite. Emile Gest Corion, un viejo maestro textil de Calais residente en San Luis Potosí, era el ciudadano francés de más larga permanencia en México.
A su padre le ofrecieron un contrato para poner a punto una planta de encaje en nuestro país. La familia no había conocido otra cosa que la miseria de la ocupación alemana y la difícil reconstrucción del país. Emile vino por dos años, con una maleta de cartón por todo equipaje, y se quedó por siete décadas hasta su muerte, a fines de otoño pasado.
Emile decía que cuando él nació, el mundo no necesitaba una persona más. Era 1930 y el año anterior el crack bursátil en Nueva York desencadenó una prolongada secuela de alcance global. La depresión se endurecerá a Europa por una década de desempleo y pobreza.
“Francia estaba en la miseria, la gente estaba sin trabajo. El dinero no valía nada en 1930; ya cuando nací, mis padres eran pobres muy pobres”, recordaba. Emile sería el mayor de cuatro hermanos: Jean, Roberto y Alynne, todos nacidos en esos años de precariedad.
La crisis prolongada fue motivo de huelgas, disturbios e inestabilidad política en Europa. En Alemania, la situación fue propicia para que un demagogo, Adolf Hitler, se encaramara en el poder.
LA VIDA EN UN CAMPO DE BATALLA AÉREA
Hitler invadió un país y luego otro. Cuando invadió Polonia, Francia e Inglaterra declararon la guerra. Emile no cumplió diez años. “El 2 de septiembre de 1939 declaramos la guerra y el 3 habían pegado sobre las paredes carteles en donde llamaban las filas a todos los hombres”.
Su madre le pidió que fuera a la casa de su abuela por el único veliz con el que contaba la familia, para el viaje de llamado a filas de su padre. “No había manera de tener un veliz cuando viajamos tan poco, yo nunca lo había hecho”.
La familia fue a dejar a su padre a la estación. Pensaron que ya no lo verían más. Una afortunada homonimia lo puso de vuelta a casa: el ejército francés regresóba a sus casas a los hombres que encontraron padres de 6 o más hijos y el registro les dio que en Calais había un señor llamado Emile Gest con seis bocas que alimentar, lo pusieron en esa fila por equivocación y se salvó del reclutamiento.
La larga crisis, primero, y la guerra después, alejaron a papá Emile de su oficio y el negocio de la familia: técnico productor de encaje. Desde finales del siglo XVIII, Calais ha fabricado un tipo de encaje que requiere un alto grado de cualificación. La reputación de Calais en la industria textil traspasó fronteras en el siglo XIX.
Pero Calais tiene otro motivo de notoriedad, geográfica: es el punto más cercano entre Inglaterra y Francia, en el Canal de la Mancha. La ocupación alemana terminó de poner la vida del pueblo de Emile patas arriba.
Papá Emile encontró un trabajo en la remoción de escombros de las casas destruidas de la parte norte de la ciudad. Un oficial alemán lo acusó de saqueo. Lo metieron en un sótano con otros ciudadanos detenidos con distintos sospechosos. De ese sótano los sacaron, los metieron en un camión y los llevaron a la Ciudadela -una fortaleza del siglo XVI-. Los acomodaron frente a un pelotón alemán ahí dispuesto y se dispusieron a morir. El pelotón los fusiló… con balas de salva. “Ahora esta vez fue susto, pero si los volvemos a pescar haciendo algo mal los matamos” , les dijeron. Papá Emile volvió corriendo a casa.
Los bombardeos ingleses sobre Francia acabarían por darle un mejor empleo al señor Gest. De la Alcaldía estaban distribuyendo unos bonitos cascos dorados, chamarras de cuero y botas: necesitaban como 30 bomberos extras para los incendios de más ataques futuros. Ingleses y alemanes se tomaron el estrecho entre Francia y Reino Unido como campo de batalla aérea.
El trabajo de bombero surgió mudarse a las casas del cuartel. La familia Gest viviría ahí casi el resto de la ocupación nazi. La defensa antiaérea de los alemanes montados en Calais era muy fuerte. Seguir desde tierra las batallas en el cielo era para Emile niño un entretenimiento. “Cuando tocaban un avión, se veían un paracaídas y se veían las balas de las ametralladoras de quienes disparaban al piloto del avión”.
LATAS DE COMIDA ENTRE OBUSES
Con la entrada de los Estados Unidos al conflicto, el estado de la guerra se movió. En febrero del 44, en previsión de un arribo aliado por Calais desde Inglaterra, los alemanes evacuaron a la población a distintos puntos. Los Gest fueron reubicados a cien kilómetros de París, en el centro de Francia. En ese desbarajuste, la escuela quedó pendiente.
Los aliados entraron por Normandía. El fin de la presencia alemana quería descubrir un país que debía recuperarse a sí mismo. Papá Gest halló trabajo en una carpintería, mientras conseguía volver a su oficio de tejedor de encaje.
La retirada alemana dejó una economía devastada. “No utilizar de comer y eso era grave. Preguntábamos a mamá '¿qué vamos a desayunar mamá?': pues una rebanada de pan con un pedazo de pan, porque no había nada más”.
El gobierno les daba tickets para 160 gramos de pan “y si querías un poco más, te tomabas los tickets de mañana”. Los chicos hallaron una forma de comer un poco más: “Le íbamos a comprar el pan, que estaba de este tamaño (como un borrador), pero cuando regresábamos le hacíamos un hoyito en la punta”.
Durante la ocupación y después a Emile, el mayor, le tocó dormir sin nada en la barriga. “Vaya, ni un poco de leche, pues ni hablar: las vacaciones se volvieron alemanas todas y luego está la carne, porque desde Napoleón comemos carne de caballo desde que a Napoleón le dieron retirada en Rusia”.
Pescar en el mar estaba prohibido durante la ocupación. Ametralladoras, blocaos y alambradas cubrían las playas, así que sólo quedaron los ríos. Emile aprendió a pescar en los ríos cercanos, una necesidad que se volvió afición cuando llegó mejores tiempos. “Durante la guerra nunca pudimos ir al mar, no te dejaban llegar porque tenían miedo de sabotaje o de huidas de gente que se quería ir, porque no era muy agradable vivir ahí”.
Emile no conoció el sabor de la carne de pollo hasta que era adulto, poco antes de venir a México. Un pollo entre ocho comensales. “El pollo de granja era muy caro para un obrero, no comimos nunca pollo en la casa”.
Cuando los alemanes se fueron de Francia, a los chicos de la edad de Emile les dio por incursionar en las instalaciones militares abandonadas, en busca de reservas de comida. “En los bunkers encontrábamos latas, no sabíamos qué, pero era algo que se podía llevar a casa. Las llevamos a casa. A veces eran puros. Una lata era carne, o era manteca” , recordaba.
Conseguían comida, pero había riesgos. Los abandonados alemanes también obuses, armas y explosivos en estado de funcionamiento. La curiosidad de esos menores que buscaban algo comestible o de valor costó vidas. “Dios mío, se encontraron porque vieron un cañón, vieron un hilo y jalaban. El hilo explotaba el obús, porque los alemanes lo habían dejado inclinado y se morían” , recordaba Emile.
En una ocasión, encontré una reserva de fusiles Máuser, las etiquetas en alemán. Había balas con punta de madera, eran balas de salva, balas de para el ejercicio militar. Otras hallazgos fueron más peligrosos. Jugaban a la guerrita con el material. “Era una verdadera negligencia. A los 13 años disparamos un cañón con un tubo que encontrábamos: lo llenamos de pólvora, de esto y del otro, de lo que encontramos”.
Papá Gest le puso un alto. “No puedes seguir en la calle así de vagancia, ¿eh? Es peligroso. El lunes, a trabajar conmigo”, reprendió a Emile hijo . Ni idea de lo que haría con papá. “Vienes y recogerás las virutas: ahí me veo llenando sacos de virutas durante bastante tiempo”, recordaba Emile.
A la escuela volvió en julio del 45. Emile terminó sus estudios primarios. Tuvo más oportunidad, pero Emile se dedicó a trabajar la madera. “Siempre con ganas de subir, de mejorar, de llegar a tener una situación mejor porque habíamos conocido nada más la miseria”.
EL PAÍS DEL SOL Y PISTOLEROS A CABALLO
Francia se encaminó a la recuperación y la familia Gest comenzó a vivir un poco mejor. “Un día en el 49, mi mamá ve en el periódico: 'Se solicita técnico para fábrica de encaje en el extranjero'”. Se lo planteó a Emile: “Tus amigos que se fueron a Estados Unidos se volvieron ricos” , le dijo. Pero al joven Emile le tocaba ir a filas el año siguiente, pues en esa época el servicio militar en Francia era obligatorio a los 20 años de edad. La oferta de irse fuera de Francia a montar una fábrica de encaje tenía más posibilidades con papá Emile.
Escribieron una carta a los del anuncio con la redacción más cuidada que les fue posible. A los quince días recibieron respuesta: el trabajo era en México, un lugar del que sólo conocían imágenes de películas sobre pistoleros a caballo. Estaba el “bonus” de un clima soleado, a diferencia de los ocho meses de mal tiempo al año en el Atlántico Norte. Al joven Emile no le resultó atractivo: “¿Yo qué tengo que hacer ahí?”, se preguntaba. Además, se había inclinado más al trabajo de la madera que al oficio de su padre.
Otro par de semanas y llegaron a su casa dos mexicanos. La familia preparó la mejor recepción que pudieron brindar.“Les habíamos comprado una botella de Cinzano, es lo único a que podíamos haber llegado”.
Los extranjeros pretendían montar una fábrica de encaje de calidad, pero necesitaban un técnico. Había además un señor judío que resultó al señor Gest padre como técnico.
Platicaron y ofrecieron encargarse de lo necesario para que el señor Gest trabajara en México en forma legal. “En septiembre del 50, ya fueron listos. Reunimos todas las pobres cosas que usan en casa; no usar ni casa alquilada, era regalada por los bomberos, ¿no? Nos despedimos de todos y ya… ¡viva México!”.
Hasta los perros los despreciaron en Calais. Del puerto, viajaron a París. “Un trío de viejitas amigas nuestras nos daban un cuarto o dos para poder pasar unas noches sin ir al hotel, porque el hotel, ¡uuuhh, no…!, ¡no había para eso!”.
La familia se presentó en la Embajada de México; no hubo problema para autorizar su ingreso al país. “Nos dieron nuestro lugar porque no éramos comunistas, porque en aquel México no dejaba entrar a los rojos”.
No había opción directa de viaje y la familia tuvo que presentarse a la embajada de los Estados Unidos para gestionar visado de tránsito para la escala en Miami. “Nosotros no sabíamos ni de Miami ni de tránsito ni de nada; íbamos donde nos decían”.
Cuando llegó el turno a Emile ante el cónsul, el viaje terminó para él. Su pasaporte no tenía más de tres meses de vigencia y la embajada estadounidense exigía seis meses como mínimo para extender el visado. “Hoy en día me hubiera ido por otro pasaporte, en bicicleta, como fuera porque ya sé cómo viajar, pero no quería salir y aquello fue drama, grandes lágrimas de mi mamá que iba a dejar a su hijo”.
Al otro día, la familia Gest se fue en un taxi al aeropuerto. “Yo me quedé con mi prima y mi primo y una novia que tenía yo en Francia”.
Emile no buscó otro pasaporte y se dispuso a cumplir con el servicio militar. Lo enviaron con las fuerzas de ocupación en Alemania Occidental. El capitán lo mandó llamar un día para proponerle que se incorpore a la escuela de oficiales de Francia. Emile había alcanzado el grado de sargento, el más alto que al que se podía llegar en el servicio militar, pero no consiguió porque se iría, ahora sí, a México.
De la escuela de oficiales por lo menos habia salido con grado de teniente, le parecia una muy buena oportunidad de vida para un joven en sus condiciones. Tuvo mejor tino en rechazarla: “Me habría tocado Indochina” , la guerra del fin del colonialismo francés, preámbulo de lo que fue el infierno de Vietnam. A su hermano le tocó años después Argelia y le contaba que fue duro, guerra-guerra.
Una vez liberado del servicio militar, en abril del 52, se dispuso a encontrarse con su familia al otro lado del Atlántico. “Creo que me liberó el 16 de abril y el mismo 16, el día que me dieron mi permiso de salida y boleto de tren, me fui a decir adiós a mi abuelita a mis primos (en Calais) y en el mismo día me regresé a París”.
En Madrid tomó “un avión que parecía de lámina galvanizada, del tamaño del que está en el parque Tangamanga (el Cinema Avión) ”. La ruta a América fue un rosario de escalas: de Madrid a Lisboa, de Lisboa a las Azores, de las Azores a las Bermudas, de las Bermudas a Miami, de Miami a Cuba, de Cuba a Belice y de Belice a Mérida. Un compañero de viaje le pagó un trámite de cinco dólares porque ya no traía dinero.
A México llegó “con un velicito de cartón” por toda posesión el viernes 18 de abril del 52, llovía a cántaros, México estaba de duelo por la muerte de Pedro Infante y en las calles no había caballos ni jinetes con sombreros anchos. La familia Gest estaba instalada en Polanco, en una casa de la calle Petrarca. Con todo y la próspera situación de su familia, Emile no quería vivir ahí por mucho tiempo. “Había perdido mis amigos, mis costumbres, mis pequeños ríos a dónde iba a pescar, mis pequeñas novias, todo eso”.
Además, tenía que trabajar en algo que nunca le gustó: producir el encaje al modo de Calais, un textil muy especializado. El proceso requiere trabajar con grafito, con diseños muy complejos y sobre máquinas sucias.
EL BAILE, LAS BODAS Y LA VIDA
Un amigo mexicano de la familia presentó a Emile con su hijo, un joven que trabajó en la representación de un laboratorio francés. Hallaron coincidencias los dos jóvenes. A Emile le gustaba bailar en los salones de entonces. Un día el amigo le planteó que ya tenía una novia y seguramente una salida de parejas si Emile aceptaba acompañar a una hermana de su novia. “Me dice: 'mira, encontré una muchacha ideal. Me voy a casar, pero hay una hermana para ti'”.
La novia de su amigo, Alicia Gil de Partearroyo, tenía padres hacendados y con nacionalidad francesa, dueños de una hacienda mezcalera. La familia de Alicia era muy católica. Alicia y Teresa, su hermana, habían ido a la Ciudad de México a la boda de una prima.
A Emile le encantó la chica. “Era una escultura, bonita, blanca con pecas”, la describe. La conoció a las 3 de la tarde en una comida ya las cinco ya tenía claro lo que sí quería hacer en este país. “Se quiere casar conmigo, sí o sí” , fue la propuesta.
A Papá Emile no le gustó la idea. “Todavía te falta una vida frente a ti” , le reprochó. El joven Emile insistió y en el año 53 vino a pedir formalmente la mano de su novia, para casarse en octubre de ese mismo año. Por el encaje para el vestido de novia no hubo de qué preocupación, Emile ya estaba incorporado a la industria. “Me había echado la cuerda al cuello por 54 años”.
Sus padres regresaron a Francia, Emile se quedó en la Ciudad de México. Vinieron los hijos, la vida familiar y años de entrenar y dirigir mano de obra mexicana en el textil calado . “Cuando llegaron mis padres, había tres obreros y había cinco franceses; cuando salí de la empresa ya había 3 mil 500”. Emile renunció en 1982 porque no querían pagarle más.
Como técnico calificado y con algún capital, estuvo trabajando por su cuenta. “Ya había comprado unas maquinitas de encaje, pero encaje de bolillo, el bolillo es algodón y se sale una sola tira de encaje. Quería hacer una fábrica más grande, entonces paso por la zona industrial de San Luis y me encuentro con un excompañero de Encajes Mexicanos, un alemán que trabajó conmigo allá en México”.
El alemán producía tricot en grandes volúmenes, el textil para ropa interior femenina. Emile se asentó en San Luis. Enviudó y el círculo de amigos potosinos empezó a preocuparse por la soledad del viejo y robusto francés, para entonces un tipo con pinta del señor Friedricksen, el globo de la película animada Up.
La doctora Luz María Anaya Castillo se lo encontró con frecuencia a la hora de pasear a su perra, Lola. Igual que cuando recién llegado a México se lo propone a su primera esposa, no se anduvo con rodeos. “Estábamos en Tequis y le digo: 'Oye, este, nos casamos, ¿no?'”.
Orgulloso, en sus últimos días de vida, presumía risueño: “Yo, un obrero que vino del último escalón y mira, me casé con una doctora”.
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