Un talachero de pueblo

Miguel González Arreguín, vulcanizador desde adolescente, lleva una vida parchando llantas en Salinas

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Un talachero  de pueblo

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Unas manos grandes, fuertes y arrugadas le caracterizan. Una cachucha negra esconde el pasar de los años por su cabeza y unos pantalones de mezclilla un poco rasgados y sucios ostentan la huella de su trabajo. Lleva zapatos de suela gruesa que soportan su peso cuando ya por su edad y con dificultad da pasos cortos. A lo largo de décadas en la espera de conductores que requieren de sus servicios, ha pasado una vida y ha visto pasar las de otros. 

En la calle Manuel Doblado, en el centro de Salinas, un local con la cortina arriba y justo a un costado de la gasolinera del pueblo, es donde se pueden apreciar las herramientas esenciales para poder hacer un buen parcheo de llantas, lo que se dice “una buena talacha”, según criterio profesional de don Miguel González Arreguín, maestro vulcanizador.

Con tan sólo 15 años de edad, Miguel buscaba salir adelante, pues sus padres Pablo y María de Jesús a pesar de que trabajaban, les era complicado mantener a ocho hijos; él era el tercero. El adolescente se salió a la calle un día con un costal de ixtle para recostarse en el suelo, a buscar quien necesitara de sus servicios para hacer el cambio y parcheo de llantas.

Todos los artículos que se usan en este oficio son manuales: la cruceta, gatos hidráulicos, gato de patín, llaves para tuercas y el despegador mecánico, sin embargo y a pesar de la dificultad y el esfuerzo físico necesario, media hora es la que Don Miguel necesita para hacer un parcheo de calidad: desmontar, ubicar el agujero, meter el clavo de guía, raspar y encementar por dentro para finalmente parchar.

En la necesidad encontró su forma de vida, poco a poco adquirió experiencia y la confianza de los pobladores, son más de 60 años los que lleva dedicándose a la vulcanizada, ahora en un local. Recuerda con orgullo haber sido el primero en dedicarse a darle mantenimiento a los pocos vehículos que en aquel entonces había en el poblado.

Al paso del tiempo contrajo matrimonio con Juana, con quien procreó nueve hijos, siete de ellos varones que fueron aprendiendo el oficio de su padre, sólo dos siguen dedicándose a esta labor. Don Miguel dice que fue una de las mejores experiencias el poder compartirles a sus hijos algo de lo que él aprendió: “Toda una vida he estado en la vulcanizadora, de aquí salió para mantener a todos mis hijos”. 

Con 79 años de edad, don Miguel recuerda una vida de felicidades sencillas.  “Cuando ganaba mis centavos, me era muy satisfactorio, ir a comprarme una soda y un pan, era de las cosas que más disfrutaba durante el día”, lo platica y se le iluminan sus ojos mientras a la par le sale una sonrisa.

Y es así como se sigue viendo, llegar en una bicicleta “lechera” roja todos los días a partir de las nueve de la mañana, para esperar junto con su hijo a sus clientes, para parchar sus llantas o engrasar sus camionetas, hasta la fecha, chicos y grandes siguen buscando la opinión de Don Miguel González para sus llantas, él cree que la fama que tiene sigue contribuyendo a que las personas lo sigan buscando por su trabajo y dedicación.