Asteroides y otras señales del apocalipsis

Parece que el mundo como lo conocemos se va a acabar. Al menos cada cierto lapso no falta quien lo diga y quien se lo crea. Orden y caos, creación y destrucción están arraigados en las mitologías de todas las culturas. Usualmente esta destrucción es descrita como un castigo de cierta divinidad, o revancha de la naturaleza, o un mal uso de la tecnología, y casi siempre quedan unos cuantos sobrevivientes humanos que deberán repoblar el planeta y fundar una sociedad que haya aprendido de los errores de la civilización anterior.

Las revelaciones de ese cierre definitivo del telón a la actuación humana se han atribuido a sueños, a dictados de un ser superior, a videntes designados. Lo malo es que hoy medio mundo cree saber el futuro. Diría un amigo: hasta el chimuelo masca rieles.

Nos encanta ver señales del apocalipsis, de otros cuerpos celestes o tsunamis destruyendo todo. Esta semana fueron el asteroide FT3 y el llamado de la Organización de las Naciones Unidas para el año 2050, pero sempre han existido presagios para eso que en sus tiempos y épocas se llamó Ragnarok, apocalipsis o el final de Nahui-Ollin. 

Todos nos morimos, todo pasa, pero pareciera que irnos «en bola» da cierto alivio, goce o miedo. Las películas apocalípticas suelen tener llenos y algunas se han quedado como clásicas. El fin puede ser por fenómenos naturales, bélicos o, en su defecto, pueden ser por monstruos, extraterrestres o mutaciones varias, como en  Armageddon, Mad Max, Yo robot, El día de la independencia, La noche de los muertos vivientes, El último hombre vivo, Resident Evil, Terminator, Soy leyenda, La guerra de los mundos, El día después de mañana, El Planeta de los Simios y Doce monos. Hasta Los Vengadores y Hora de Aventura hablan de este miedo. 

Ver cómo se destruyen edificios y monumentos e imaginar que somos esos sobrevivientes son casi necesidades básicas y ancestrales de la psique humana, desde que estábamos en las cavernas y caían tormentas que duraban días, o veíamos tormentas sin poder salir y que hacían activarse la imaginación de algunas personas. Es nuestra fascinación por el miedo, la incertidumbre de cuándo nos iremos. Y eso lo saben creadores artísticos, pero también los estudios cinematográficos y los ministros religiosos.

Byung Chul Han escribe en La agonía del Eros: 

«La depresión es una enfermedad narcisista. Conduce a ella una relación consigo mismo exagerada y patológicamente recargada. […] Eros y depresión son opuestos entre sí. […] En el infierno de lo igual, la llegada del otro atópico puede asumir una forma apocalíptica. Formulado de otro modo: hoy solo un apocalipsis puede liberarnos, es más, redimirnos, del infierno de lo igual hacia el otro. 

Los medios masivos, las redes sociales, sirven para que cualquier tema, por más disparatado que parezca, se vuelva viral. En el año 2000 o en el 2012, el fin de determinado calendario (gregoriano o maya) hizo sentir que ahora sí, todo iba a acabar. Las profecías de Nostradamus o Los Simpson sirven para el efecto: todo puede ser leído como un vaticinio.

La posibilidad de que el asteroide FT3 se estrelle contra la Tierra es de 0.0000092%. Una probabilidad entre once millones, o sea la que yo tengo de sacarme la lotería (y ya urge, porque nomás no me depositan ni llega la beca esperada). Aún así, hay a quienes les gustaría ver el mundo arder. 

En cuanto a la ONU, advirtió que debemos proteger más al planeta, nuestra casa y nuestro escenario. No que se vaya a cabar la humanidad pero puede estar en peligro, gracias a las malas decisiones. Sobrepoblación, contaminación, extinción de especies vegetales y animales, derretimiento de glaciares, sargazo.

Hay personas y colectivos que tienen y quieren hacer conciencia, pero son los grandes intereses los que tienen el botón rojo y las llaves para parar el conteo. No va a influir mucho que algunos no consuman plásticos cuando la Industrial Minera México suelta en el mar de Sonora tres mil litros de ácido sulfúrico. Un fumador menos es poco si se toma en cuenta el incremento en automoviles particulares, plantar árboles es un gesto simpático pero microscópico si las autoridades siguen autorizando fraccionamientos donde no deben. 

Sí, la hemos regado. ¿Estamos a tiempo de hacer algo? Ya Stephen Hawking advirtió que deberíamos dejar la Tierra en unos cien años. 

Mención aparte merecen las tentaciones apocalípticas en la esfera política. Desde hace seis años, más, se decía que la llegada de López Obrador a la presidencia ocasionaría devaluación, carestía, desabastos, etc. Se hablaba de que seríamos como Venezuela, como Cuba, como Rusia… Si bien hay mucho qué criticar, y decisiones que no cuadran, no ha llegado el apocalipsis tan mentado. Una persona (o un grupo) puede hacer cambios, pero el sistema en sí no permite otros rumbos, tiene su propia inercia, y el nuevo gobierno no puede llegar a cambiar todo de un plumazo. Para moverlo se necesita una palanca acorde. Pero cualquier señal es buena para el que se siente pitoniso y a veces cansan los vaticinios de desastre.

Como si no hubiera finales todo el tiempo. Todos los días muere alguien (por casualidad, por violencia, por enfermedad o por decisión propia) y se acaba un mundo (tantos mundos, tanto espacio…).

«Y ya, se acabó el mundo… lo que pasa es que se acabó el mundo pero inmediatamente empezó otro mundo exactamente igual, por eso no se notó», dice un personaje (profeta) en un capítulo del genial programa infantil chileno 31 minutos. Así.

Las revelaciones pueden esperar, pero parafraseando a la ONU, no hay que rascarle la panza al tigre ni ponernos en el tocadero.

Me despido con la canción de Molotov / Mono Blanco:

«El mundo se va a acabar

El mundo se va a acabar

Si un día me has de querer

Te debes apresurar…»

Posdata: Armando Ramírez murió, hay que leerlo. Chin-Chín el teporocho, Quinceañera y La Tepiteada. Y vean sus crónicas, sus entrevistas para televisión, disponibles en Youtube. ¿Qué tanto es tantito? 

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