Uno de los personajes potosinos vinculado al progreso de San Luis Potosí desde la segunda mitad del siglo XIX y la primera década del XX, fue José Encarnación Ipiña, arquetipo de los hacendados progresistas y benefactores que hubo por estas tierras.
Ciertamente la leyenda negra de hacienda y hacendados, prohijada por los ideólogos de los regímenes revolucionarios, sigue contando con muchos seguidores y difusores –a y sin sueldo–pero es necesario señalar que la figura del hacendado malévolo y explotador, corrompido por la codicia –como en los murales de Rivera– no fue cosa común en territorio potosino.
La realidad de miseria y maltratos en que vivían los trabajadores de algunas haciendas de Morelos, Oaxaca, y Yucatán , por citar algunos estados, antes y durante el porfiriato, no la discuto; señalo –simplemente– que San Luis estuvo casi exento de estos usos y costumbres. Conozco sólo dos casos documentados de violencia en haciendas potosinas; uno en la hacienda de Bocas hacia la mitad del siglo XIX (sobre el que escribió Horacio Sánchez Unzueta, en 1980), y otro, en agosto de 1930, en la hacienda El Tepetate. Ninguno pasó a mayores.
La figura de Ipiña, a la que regreso luego de la digresión, resulta interesante desde varios parámetros; su vida y alcances ya fueron analizados acertadamente por el historiador José Antonio Motilla Chávez, no obstante, hay algunos aspectos que no han trascendido más allá de los estudios especializados para ser leídos y citados por historiadores y para historiadores.
Destaca entre esos aspectos, la forma en que planificó y proyectó a futuro la evolución productiva y crecimiento en infraestructura de la hacienda de Bledos, ejemplo por excelencia de las unidades productivas en territorio potosino. De esta hacienda dejó una excelente descripción don Octaviano Cabrera Ipiña, que hace algunos años fue prologada por Lee Penyak.
Salta ante cualquier tipo de lectura que se dé a esta obra, la atención que puso en las obras hidráulicas: presas, represas, bordos, canalones y canales de conducción, la totalidad de las existentes hasta el día de hoy, construidas durante su vida, y muchas otras proyectadas algunas para seguirse construyendo aún después de la muerte de Ipiña, y garantizar el abastecimiento hídrico en un periodo mayor a los 100 años. La cosa no paraba ahí, se buscó propiciar siempre un método de producción sustentable, con una impresionante conciencia de respeto al entorno natural.
Desafortunadamente, la revolución mexicana que propició la agonía del modelo productivo de la hacienda y el tiro de gracia que le otorgó la reforma agraria, impidieron que se llevaran a la práctica estos planes.
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Lo que para Ipiña fue cosa sencilla y común hace más de 130 años, pareciera que ese mismo lapso de tiempo, después, no ha logrado que –aún con los avances tecnológicos de que disfrutamos– se planeen, proyecten e implementen en beneficio de la ciudad de San Luis Potosí. Así un hacendado del XIX, con mentalidad y tecnología de aquel siglo, pudo planificar a cien años, una excelente estrategia de crecimiento en su hacienda, partiendo del cuidado al entorno natural y a la explotación de sus recursos naturales.
Desde esa óptica, nuestra ciudad se encuentra desprotegida en muchos aspectos, entre ellos el abastecimiento de agua a partir de los desmedidos procesos de explotación del acuífero; la nula existencia de areas de recarga del mismo; la desaparición de zonas montañosas y cañadas frente a la monstruosa urbanización que se despliega en todas direcciones; el exterminio de flora y fauna endogámica de esas zonas; y, la falta de estrategias para combatir fenómenos naturales –convertidos luego en desastres–. Refiero éstas, por mencionar algunas, que luego se verán incrementadas por el desinterés y la incapacidad gubernamental para tratar de frenarlas y resolverlas.
Así como las lluvias nos evidencian, los calores agravan estas problemáticas, que parece ser que al menos en este periodo de inoperancia gubernamental y de tolerancia total a cómoda entropía mediante la cual funciona, todo seguirá igual.
Va un botón de muestra: el abogado ambientalista Luis González Lozano no quita el dedo del renglón y continúa solicitando a las instancias estatales, la implementación de acciones encaminadas a proteger y beneficiar efectivamente la Sierra de Álvarez. Sería interesante preguntar si el oficio recibido en el despacho del señor gobernador el pasado dos de mayo, ya tuvo respuesta.
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Hablando de calores y bochornos: en el Congreso del Estado (nuestra cámara de no comunes) se dio entrada a la iniciativa sobre uniones igualitarias, llamémosles mejor así, y no matrimonios, para evitar que las buenas costumbres de las buenas conciencias, se sientan agraviadas. Lo que rechazó la comisión de Justicia, fue aprobado por la comisión de Derechos Humanos; es conveniente señalar que es el resultado del trabajo conjunto de activistas, abogados y legisladores, no sólo del diputado Pedro Carrizales, como se quiere hacer creer.
Muchos derechos humanos, muchas preocupaciones, y abundante moralina, pero tampoco han sido los legisladores para enviar exhortos o extrañamientos a los Ayuntamientos de San Luis y Soledad, por las suaves medidas que se tomaron en los casos respectivos de policías asaltantes. Todo suavecito, al menos en la capital, donde señalan que la ausencia de denuncias, impide actuar.
Sobre el mismo Ayuntamiento capitalino se dice que quien en realidad se hará cargo del caso Sandra Sánchez Ruiz, es la esposa del abogado Nestor Fialló Samayoa, Alejandra Daniela Olague López, que se desempeña como subdirectora de Investigación en el órgano interno de control en la Secretaría de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México; ella es en realidad es la estratega y no el marido quien se ocupará de cobrar la cantidad de… mejor otro día hablamos de facturas –incluidas las de Ángel Candia–.
Dicen los que saben, y los que no, repiten, que hoy es sábado social, disfrútenlo, pero no se excedan.