Cambios de follaje

En esta parte del mundo el otoño empieza hoy, ay. O sea que ya se nos fue otro año, casi. Ya se viene el día de muertos, el Anivdelarev, la Morenita del Tepeyac, y luego navidad y ya, al veinte-veinte. Cambio de hojas, de follaje. El paisaje muda y a veces también los humanos, en nuestros humores y pareceres. Diría Machado: «Me siento, a veces, triste como una tarde del otoño viejo».

La naturaleza cambia. Pareciera que ya no existen las estaciones del año como tales. Se vienen cambios, podríamos decir que entra el otoño también en lo anímico, en lo personal y lo social. La escena social exige filtros y más filtros para blanquear la piel o desaparecer arrugas; frases positivas y de autoconvencimiento para maquillar el estrés de la vida cotidiana; la foto en el gimnasio, en algún lugar bonito, con la sonrisa ensayada, a veces espontanea; pastillas para evitar dolores y para no soñar, como dice el circense himno de Sabina. 

Lo dice Erving Goffman en La presentación de la persona en la vida cotidiana:

«Cuando un individuo desempeña un papel, solicita implícítamente a sus observadores que tomen en seria Ia impresión promovida ante e!los. Se les pide que crean que el sujeto que ven posee en realidad los atributos que aparenta poseer, que la tarea que realiza tendrá las consecuencías que en forma implícita pretende…»

Además de los dermocromáticos o de género, hay cambios en los personajes de series y películas que no se han discutido mucho: el rejuvenecimiento de los protagonistas de remakes y reboots. Ahí están el profesor Charles X. Xavier de Los Hombres X o la tía May de Spiderman. Un caso por venir es Catalina Creel, que reaparecerá en vestido embarrado y con muchos años menos que los que tenía María Rubio en la primera versión. Como si ser viejo (o maduro, pues, para que nadie se ofenda) fuera antiestético. Aunque ya no se diga telenovelas sino series, la cultura televisiva sigue privilengiando lo bonito sobre la actuación. Hay dignas excepciones, geniales: Grace y Frankie, por mencionar una.

En política también hay máscaras. Apariencias, sí. Goffman le llama el «enfoque dramático». Hay papeles de víctima, de héroe, de villano, hay cooperación y traiciones, infiltrados y señuelos. Hay intenciones maquilladas, filtros y filtraciones. Cambian los escenarios pero no siempre contamos con los mejores actores y actrices. La política es, como todo, representación, una imagen que se desea proyectar, y no siempre lo entienden sus protagonistas ni sus consejeros. Ahorita ya casi todos están pensando en las próximas elecciones, en las negociaciones y negaciones que habrán de hacer para no tener que recurrir a otros disfraces.

 En otra parte de su libro, Goffman advierte:

«Las disrupcíones de la actuación repercuten en tres niveles de abstracción: la personalidad, la interacción y la estructura social […] no hay aI parecer ninguna interacción en la que los participantes no tengan una marcada probabilidad de sentirse ligeramente molestos o una leve probabilidad de sentirse profundamente humillados. La vida puede no ser un juego, pera la interacción sí lo es.…»

Apariencias, sí. La máscara física o verbal, la peluca y la gorra como el expresidente Peña, dándose la gran vida en Europa y Estados Unidos. El ego de ponerse en primer plano, de tomarse selfies cada cinco minutos, de inflar u ocultar datos («presencia o ausencia según conveniencia»).

Otro ejemplo: la imagen del gobernador en los carteles de su cuarto informe. Su silueta recortada lo separa de la imagen que quiere presentar como logro, produce una impresión de lejanía a pesar de la sonrisa, impresión reforzada por el amplio campo blanco, que disminuye aún más la imagen de ese logro. ¿No hubiera sido mejor una foto del gober en esos sitios, no sé, dando banderazos o talachando, abrazando o saludando a la gente?

No he leído el informe completo, pero lo que se ha destacado en los carteles dedicados al tema cultural es la inauguración del Museo Leonora Carrington en Xilitla, la Casa del rebozo en Santa María del Río, el nombramiento de Aquismón como Pueblo Mágico y el aumento de turismo superior a la media nacional.

Un ejemplo más: a pesar de sus guaruras —solicitados tras otro supuesto atentado, aquella vez a balazos sobre su camioneta vacía— el diputado Pedro Carrizales fue atacado esta semana «a piedrazos» y llegó a la sesión del Congreso con un parche que más que a Catalina Creel lo igualaba al Fantasma de la Ópera. Mostró una herida en el párpado y lo atribuyó a sus recientes críticas a sus compañeros de bancada (la difusión de audios donde se revela la red de «aviadores» que los morenistas han creado). Los moches siempre han existido.

Dejamos para otras entregas los desbarres verbales de Mireles y Salmerón, porque esta semana ya se acabó el espacio. Temas como historia, neutralidad, censura, felicidad y misoginia merecen más discusión pública. ¿Y si hacemos un café, un podcast, un programa?

Los dejo con un poema de Ángel González:

«El otoño se acerca con muy poco ruido:

apagadas cigarras, unos grillos apenas,

defienden el reducto

de un verano obstinado en perpetuarse,

cuya suntuosa cola aún brilla hacia el oeste.

Se diría que aquí no pasa nada,

pero un silencio súbito ilumina el prodigio:

ha pasado

un ángel

que se llamaba luz, o fuego, o vida.

Y lo perdimos para siempre».

Posdata: Otoñal y todo, aún preparo algunos floreceres antes de que llegue el invierno.

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