Con sofismas y falacias

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[Plot Twist: 

Debe investigarse 

la capacidad 

de masificación política de los memes]

La calidad del debate público depende, en gran medida, de la seriedad con la que se presentan y abordan los asuntos públicos y de la honestidad intelectual de quienes participan en su discusión. Detrás de esta idea se encuentran dos problemas centrales: la trivialización de la política que confunde y aleja al público de lo que es realmente importante –lo que sea que ello pueda significar-, y la falta de compromiso a la verdad con la que suelen conducirse algunos actores de la vida pública.

Vamos por partes. Vivimos en una época muy generosa en donde contamos con un montón de alternativas para poder saber y conocer. Quienes ya tenemos algunas décadas en esto, podemos atestiguar un cambio auténtico en la manera en que como sociedad conocemos y discutimos los fenómenos públicos. 

La digitalización de la economía y la sociedad ha modificado en gran medida este escenario. Solo por mencionar un ejemplo, habrá que hacer memoria sobre la forma en que nos enterábamos de lo que ocurría en las noticias. El día de hoy las formas de acceso a la información han cambiado significativamente y con ello, se ha diversificado también la manera en que la población tiene un primer contacto con los fenómenos públicos. ¿Se acuerda de los noticieros en televisión pública abierta que funcionaban como productores o catalizadores de una realidad construida? De lo que se trataba era de informar los asuntos dentro de un umbral de ideas que pudiera ser más o menos conveniente para el gobierno en turno. También existía la prensa libre, casi siempre perseguida o deteriorada por tratar de cumplir la labor de informar desde otra perspectiva. Eran las épocas del control de los medios, esa dulce fantasía de aprendices de dictador.

El panorama de la hiperdiversificación de los medios de acceso a la información establece escenarios complejos: no han dejado de existir los oficialistas, ni los opositores críticos, pero también han surgido nuevos personajes que emplean énfasis distintos para transmitir mensajes –y en una de ésas, construir otras percepciones de la realidad-; lo que aquí preocupa es que en una época de irracionalidad y de relativización de la verdad, en repetidas ocasiones el debate público termina siendo desviado hacia un agujero negro de la trivialización de lo político. Luego lo que viene es distraerse –y hasta entretenerse- con las formas y perder de vista el fondo de los asuntos. Algunos le llaman “el tren del mame” –googlead si os interesa-, subirse por hobby, está bien; pero convertirlo en la fuente y único contenido de razonamientos políticos es otra cosa.  

El otro problema se relaciona con la aspiración a la honestidad intelectual en la era de la posverdad. La existencia de intelectuales orgánicos y de aduladores a modo no tiene nada de nuevo. Tampoco sorprende la pobreza de argumentos de algunos responsables de formular iniciativas legislativas o programas políticos. Lo que resulta impresentable es la obscena manipulación de la verdad para ataviar imposturas con datos que simulen razones contundentes. Ejemplos hay por todos lados: eche un vistazo a la exposición de motivos con la que el Congreso de Baja California presentó y aprobó la extensión del mandato en la denominada “Ley Bonilla”. Lo hemos dicho en otro momento: en la ciencia, la academia y a veces en la opinión pública, la validez de una afirmación depende de la capacidad que se tiene de sostenerse frente a los intentos de refutación. 

Pero no. Siguen debatiendo con sofismas y falacias. Flaco favor le hacen a la calidad de la discusión pública cuando las(os) protagonistas no tienen la intención o la capacidad de discutir los asuntos con seriedad y transparencia. No quieren entender que la rendición de cuentas en democracia no se trata de la mera exhibición de números o relatos; sino que consiste en una plena justificación de las razones por las que se toman decisiones públicas –sobre todo antes de que se ejecuten esas decisiones-. La democracia deliberativa está hecha de intercambio de argumentos, no de tomaduras de pelo. 

Habrá que preguntarse quién tiene por hábito conducirse con honestidad intelectual. No por purismo político, sino por un mínimo guiño de seriedad y respeto al electorado y a la investidura.

Twitter. @marcoivanvargas