Creo firmemente que un gobierno es una variable independiente de la sociedad, y no al revés.
El Tiroteo en el Colegio Americano de Monterrey fue un hecho violento ocurrido el 18 de enero de 2017 en el que un estudiante de secundaria de 16 años, ingresó a su escuela portando un revólver que usó para disparar a su maestra y compañeros. Después de lo ocurrido las reacciones no se hicieron esperar, desde el posicionamiento del entonces Presidente Enrique Peña Nieto, las autoridades educativas del ámbito federal, las locales, las organizaciones de la sociedad civil. Todos. ¿Recuerda que en ese tiempo, el hecho violento propició la ramificación de varios fenómenos que ocuparon la discusión pública? El acceso a las armas, la seguridad en las escuelas, la salud mental, las adicciones, los grupos en redes sociales, la Deep web y un largo etcétera. Luego vino la típica reacción inmediata y efímera de algunas instituciones para improvisar una atención sobre un hecho ya pasado. Han transcurrido más de dos años después del hecho y podría decirse que hemos vuelto a nuestra indiferente realidad.
Vayamos un poco más atrás. La tragedia de la Guardería ABC en Sonora ocurrió el 5 de junio de 2009 en Hermosillo, cuando se presentó un incendio en una bodega que se encontraba a un lado del predio donde se ubicaba la estancia infantil. El fuego se propagó por toda la bodega alcanzando en poco tiempo las instalaciones de la guardería. Las consecuencias las conocemos, recordamos y lamentamos todos. De igual manera, el incidente propició posicionamientos por parte de las autoridades involucradas, así como reacciones institucionales improvisadas; en la opinión pública se discutieron temas como las medidas de seguridad y prevención de incendios en centros escolares, el modelo de subrogación por parte del Instituto Mexicano del Seguro Social, la eficacia –o la simulación- de verificaciones de condiciones de seguridad por parte de las autoridades de protección civil, parte de la sociedad clamó por culpables. Diez años después del hecho, vivimos nuestra indiferente realidad.
A diferencia del aprendizaje social e institucional que aparentamos tener sobre la prevención de desastres ante fenómenos meteorológicos o sismológicos, tenemos todavía mucho por hacer en materia de hechos fortuitos imputables a acciones u omisiones por parte de las personas. Un atajo simplista apuntaría a la responsabilidad de las autoridades para prevenir hechos como los que he dado cuenta al inicio de este texto, sin embargo resulta conveniente y bastante más útil preguntarnos ¿Por qué no hemos logrado desarrollar la capacidad de atender y prevenir problemas –que pueden ser previsibles- antes de que estallen en fatales consecuencias? ¿Por qué prevalece esta conducta general de reacción inmediatista ante un hecho fortuito y después todos nos olvidamos del asunto? ¿qué tipo de diálogos debemos propiciar entre sociedad, comunidades de expertas(os) e instituciones gubernamentales para mejorar nuestra capacidad de prevención y reacción ante determinados fenómenos?.
Tengo bastante claro que el Leviathán no es omnisciente ni omnipotente. Que su inteligencia está compuesta por la suma de voluntades, experiencias y racionalidad de personas como Usted o como yo, que conformamos una manera de pensar la realidad sobre la que el estado puede o no intervenir. Entiendo también que la actuación –preventiva o generalmente reactiva- de las instituciones siempre se encuentra limitada por su capacidad presupuestal –¿me están leyendo, responsables de las decisiones presupuestales de este gran país?- y por su capacidad de establecer vínculos con otras instituciones y organizaciones para fomentar acciones coordinadas. Tengo bastante claro que en el ámbito de la responsabilidad política, existe un código de reacción inmediata que es indispensable para apagar un fuego y para demostrar eficacia frente a la opinión pública.
Años de observación de estos fenómenos nos han enseñado que prevalece una lógica de predilección de lo urgente por sobre lo importante. Que el tiempo casi siempre logra el olvido y a veces el perdón. Que las instituciones deben prevalecer por encima de las personas que laboran en ellas y, por tanto, que resulta fundamental anclar acciones auténticas, eficaces y duraderas que logren prevenir problemas, ajustar conductas y salvar vidas. Que las cosas que importan no son las predicaciones epifánicas de un gobernante, sino la agenda de asuntos que como sociedad construimos a través de la inteligencia colectiva.
Asumir con madurez nuestra democracia también significa hacernos cargo de nuestros propios problemas y propiciar –exigir- otra lógica gubernamental para hacer las cosas. ¿Necesitamos otra tragedia para que todos recordemos qué cosas son importantes?.
Twitter. @marcoivanvargas