Para una buena foto el artista se sitúa en cierto lugar, para que la iluminación y la perspectiva cumplan con ciertos requisitos. Hace un encuadre y aisla su objetivo del resto de la escena. Elige lo que quiere que quede enfocado, lo que aparece en primer, segundo o tercer plano. Dispara.
Así es todo lo que nos rodea. No podemos enfocarnos en todo, ni tomar al mismo tiempo closeups y panorámicas, o retratar todo con imágenes de 360 grados.
Ya algo comentamos sobre el #MeToo mexicano la semana pasada. La violencia contra las mujeres va del asesinato a la discriminación laboral, de la desparición a la violencia doméstica. Esa es la panorámica que hay que atender, y parece que nos cuesta mucho como sociedad. Al día, nueve mujeres mueren por el machismo imperante.
En San Luis Potosí, según nota de hace un par de días, en la Vicefiscalía de la Mujer hay más de 700 expedientes por violencia. Al menos 19 menores han quedado en la orfandad por el asesinato de sus madres. Hace una semana que mataron a una adolescente de 15 años junto a su padre (su madre, embarazada, se reportaba como grave), y unos días antes a una jovencita de 15, violada y asesinada a golpes en Soledad de Graciano Sánchez.
Tan solo este sábado se descubrió el cadáver calcinado de una mujer en el municipio de Ébano, SLP. Tenía 35 años. Y durante el reciente Parlamento de las Mujeres, casi no asistieron los diputados, ni siquiera el titular de la Comisión de Equidad. Así andamos.
En medio del MeToo, y tras ser acusado de intento de seducción a una menor de edad, el lunes 1 de abril se suicidó el músico y escritor Armando Vega Gil, fundador del grupo de rock Botellita de Jérez, a los que este escribano seguía desde los 80, cuando los escuchó en Radio Universidad. Desde la publicación de su despedida hasta que horas después se confirmó su muerte, hubo incredulidad, sentencias sumarias, y en algunos casos una total falta de empatía. La posibilidad de opinar “en tiempo real” tuerce a veces hasta a las mentes más lúcidas y un caso como este sacó a relucir a los “jueces Dred” y psicólogos que muchos llevan dentro. Las opiniones se polarizaron, y más que las de los hombres fue interesante ver la discusión entre las diversas escuelas y generaciones de mujeres y sus posturas ante el feminismo, la empatía, las acusaciones anónimas y la falta de mecanismos institucionales para tratar la evidente desigualdad.
“No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no vale la pena de que se la viva es responder a la pregunta fundamental de la filosofía”, adivirtió Albert Camus en su magno ensayo El mito de Sísifo. El suicidio suele tener una larga cadena de reflexiones, de causas químicas, sociales, físicas y personales. Hasta que llega esa gota que derrama el vaso. El gatillo o disparador.
Si bien la decisión es personal, hay síntomas que pueden ayudar a detectarlo entre quienes rodean a quien tiende a. Hay algunos que no avisan. ¿Quién lo supondría, por ejemplo, de Robin Williams? Hay muertes que quizá fueron buscadas, o no, como las que son producto de una sobredosis de droga.
No sé, solo busco enfocar algunas imágenes. Dicen que el principal riesgo profesional de un escritor es el suicidio. Los apolíneos le dicen “melancolía”, los dionisiacos le dicen “la depre”. Leo en El Mundo, a propósito de este dato:
“Si bien no puede establecerse de forma categórica una mayor incidencia de suicidios entre los escritores que entre la población general (la dificultad de delimitar con precisión la profesión de escritor es una de las muchas razones que impiden semejante estadística), Pérez Rojo cita estudios según los cuales sí cabe inferir un índice superior de patología mental “que otros profesionales considerados de éxito”. “El viaje de la creatividad es azaroso —reflexiona—. Se necesita una estructura interior fuerte para que el viaje pueda ser de ida y vuelta, no sólo de ida”.
Así han procedido Heinrich von Kleist, José A. Silva, Stefan Zweig, Virginia Woolf, Emilio Salgari, Leopoldo Lugones, Yukio Mishima, Alejandra Pizarnik, Ernest Hemingway, Silvya Plath, Sándor Márai y Primo Levi.
El escritor potosino Luis González de Alba eligió el 2 de octubre para despedirse. La actriz (también potosina) Lupe Velez quiso un sucidio espectacular y lo logró, pero no como ella quería.
Han sido muchos días de blanco y negro, de opiniones que quieren ser tajantes. Aunque alguien al irse escriba “no se culpe a nadie de mi muerte” es inevitable sentir que “alguien” lo provocó. Lacan menciona la “belleza aterradora” por la cual el suicidio es “el único acto de éxito sin fracaso”.
Me quedo con estas palabras de Xavier Velasco:
“Armando era un fulano divertido —vale decir chispeante, teatral, exagerado— aunque no se librara de pagar un precio. Se había entrenado para ser payaso, puede que desde entonces se supiera integrante de un gremio condenado a la tristeza”.
Duele vernos tan divididos, tan ajenos. Como cuando los antitaurinos festejan la muerte de un torero en el ruedo, cuando muere un político de otro partido o hay linchamientos (golpes, fuego) de una multitud a alguien que parece sospechoso.
Por lo pronto ojalá podamos seguir platicando, en el taller (literario, en mi caso), en la casa, entre todos.
Se dijo estos días que la muerte de uno invisibilizó la muerte de muchas, pero no hay que perder el foco. Las necesidades estructurales no son incompatibles con los sentires individuales. Cuestión de enfoque. La violencia y la desigualdad son institucionales y hay que seguir buscando que se haga justicia, que no se propicie con impunidad el acoso o la agresión contra las mujeres.
Hay casos graves en diferentes esferas de lo público que no han sido retomados por las autoridades. En eso hay que insistir, cambios de a de veras, no cosméticos. En San Luis Potosí y en el país no pasa nada; el rey va desnudo y no le importan nuestras risas y reclamos, como dijimos la semana pasada.
Darnos el avión, invisibilizar y revictimizar son estrategias de las autoridades para no cambiar nada. Otra es dividir. Aguas.
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