En el mes de mayo de este año apareció, publicado por editorial Porrúa, un libro de diseño y encuadernación discretos, que puede pasar desapercibido en cualquier librería, al ser confundido con algún libro que sobre materia jurídica publica dicha editorial.
Los supremos de la Corte es la obra en la que el ministro en retiro y ex presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Genaro David Góngora Pimentel, describe (en 204 páginas) su trayectoria dentro del Poder Judicial Federal, y narra algunas de las peripecias vividas en el recorrido iniciado como secretario particular del presidente del Tribunal Fiscal de la federación, allá por 1964, y concluido en noviembre del 2009 con su retiro como ministro de la Corte.
La sencilla e ilustrativa redacción del texto, nos permite enterarnos de episodios vergonzantes y escandalosos dentro de los primeros círculos de poder en nuestro país, y comprender –a toro pasado– algunos de los sucesos que generaron notables repercusiones en el pasado inmediato.
Así nos enteramos de algunos favores solicitados por el presidente Ernesto Zedillo a los ministros y de la reestructuración del Poder Judicial realizada por éste; certificamos el rupestre nivel de Vicente Fox; confirmamos los fraudes electorales de 1988 y 2006; y nos avergonzamos ante la inmoralidad de la Corte frente a casos como Aguas Blancas, Lydia Cacho y San Salvador Atenco.
No sé, hasta el momento, de alguien que hubiera ya desmentido los dichos del ministro en retiro. Démoslo –de la misma forma– por cierto.
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En La sentencia que viene, título de uno de los ilustrativos capítulos de la obra, al recordar los días posteriores al proceso electoral de 2006, señala:
En cierta ocasión, y esto ya ha sido publicado se comentó que antes de que se dictara la sentencia del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación en relación a las elecciones presidenciales para el año 2006, todos los magistrados del tribunal se reunieron una noche en casa del presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, don Mariano Azuela Güitrón. Una vez reunidos, llegó doña Marta, estuvo una hora con ellos. Hecho ya el trabajo sucio, llegó don Vicente Fox.
Desde luego la finalidad que tenían los dos que cogobernaban México era que no se invalidara la elección presidencial. Afán en el que tuvieron un triunfo decisivo, como lo dijo Jesús Silva-Herzog Márquez en el periódico Reforma en su artículo del 27 de agosto de ese año:
“Un inmenso daño nos hizo el Tribunal hace seis años con una sentencia confusa y, en el fondo, incoherente. Los magistrados enlistaron las infracciones electorales y las interferencias antidemocráticas que amenazaron el proceso electoral. Una elección reconocida judicialmente como viciada que, sin embargo, fue judicialmente validada sin que mediara una razón persuasiva. Sí, la elección fue sucia, nos dijeron. Pero no importa, nuestra sentencia la limpia y punto.”
La narración que he hecho hasta este momento se debe a que unos días después el expresidente del Tribunal Electoral federal fue propuesto a los ministros de la Suprema Corte –de los que yo formaba parte activa– como consejero de la Judicatura Federal. Procedí a comentar en la sesión privada en donde se discutirían los méritos del expresidente que nosotros, los ministros, no podíamos pagar las facturas a cargo del señor presidente Calderón. Ésas le correspondían enteramente a él y no a los ministros de la Corte. Ahí fue cuando don Mariano Azuela Güitrón recordando estos hechos comentó:
“El ex presidente después de haberle entregado la constancia de presidente de la República a Felipe Calderón, con el tono más persuasivo que pudo, dijo: “¡Ahora lo único que falta es que me hagan Ministro!”.”
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Las cosas no son muy diferentes por acá; somos los potosinos los que pagamos las facturas que nos endosan los políticos de estas tierras. Para donde volteemos, y en donde fijemos a vista, esto ocurre.
Así nos encontramos un Ayuntamiento con la gran mayoría de funcionarios de primer nivel, con una incapacidad y deterioro mental, progresivos y galopantes, todo porque al señor presidente municipal se le ocurrió desde la campaña, contraer deudas morales de difícil paga. Así, acomodando nombres a la buena de Dios, saldó deudas, salvó su honra y condenó al pueblo potosino a sufrir las torpezas de sus amigos.
Esto me recuerda el caso de una tía que decidió ampliar rumbosamente su cocina; y ya con los fajos de billetes en mano, salió a la calle a buscar albañil. Así al primero que se le atravesó en su camino, mostrándole la posible paga, le preguntó si no era albañil para que remodelara su cocina, el deslumbrado caminante respondió que sí. El resultado fue una perfecta alberca –con sus respectivos desniveles– sobre la cocina de mi tía, cada vez que llovía.
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En el Congreso nada es distinto, con la diferencia que allí es un poco más discreto, porque operativamente no se pone en juego el funcionamiento de la ciudad. Podemos fingir demencia, pero bien sabemos que la mayor parte –salvo muy honrosas excepciones– de diputados, asesores y personal operativo de esa honorable institución, son un cardumen de inútiles presupuestívoros buenos para nada, engolosinados con las mieles que les prodiga la legislatura del cambio.
Bueno, juzguen ustedes, cuál será el nivel de respeto que inspiran los señores legisladores, que el secretario de Seguridad Pública los dejó plantados en una reunión de trabajo. Desde luego –y como todos sabemos– nada pasará.
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Si tienen tiempo (en vez de ir a la FENAPO a sufrir con los infernales calores de los pabellones y la nauseabunda insalubridad de algunas áreas) dense una vuelta a las principales librerías de esta ciudad –al fin no llegan a siete– y traten de conseguir la obra que hoy recomiendo; créanme que la van a disfrutar y a leer en un día.
Dicen los que saben, y los que no, repiten, que hoy es sábado social, disfrútenlo, pero no se excedan. Saludos desde Santiago de Querétaro, donde la ciudad sí es segura, está limpia, y su comercio ambulante es regulado.