Hechos vs Opiniones

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Si se le presta un poco de atención y se tiene el buen hábito de dudar sobre el origen de ciertas cosas, es posible desarrollar la habilidad de distinguir entre hechos y opiniones en las noticias y en el discurso público. Las situaciones que ponen a prueba esta capacidad abundan todos los días: la diversificación en los medios de información ha traído una multiplicación de alternativas de acceso a información y opiniones sobre los fenómenos sociales. Tenemos de todo: hay quienes transmiten información, hay quienes magnifican los problemas, hay quienes matizan los hechos y hay quienes deliberadamente los ocultan. Hay quienes emiten opiniones informadas y quienes lo hacen desde un raro sistema de prejuicios. También hay quienes llaman análisis a las opiniones. Cuidado con esto, la diferencia está en el método. Pero vamos por partes.

A estas alturas del partido, ya contamos con conceptos suficientemente claros para definir y distinguir entre afirmaciones basadas en hechos y opiniones. Podemos reconocer las afirmaciones basadas en hechos como algo de lo que se tiene la capacidad de probar o refutar empleando evidencia objetiva e incontrovertible; las opiniones, en cambio, son reflejos de creencias y valores de la persona que las expresa.

Considere las siguientes afirmaciones: “El presupuesto de programas sociales representa la mayoría del gasto del gobierno federal”, “las feministas están desprestigiando al feminismo”, “el gobierno casi siempre es derrochador e ineficiente”, “los migrantes que se encuentran en México son un gran problema para nuestro país”, “la democracia es la mejor forma de gobierno”, “el aborto debería ser legal en la mayoría de los casos”, “el 2019 fue el año más violento en la última década”, “el incremento al salario mínimo permitirá erradicar la desigualdad social”. Despreocúpese, no es examen; solo quiero sugerirle que se pregunte cuál de estas afirmaciones puede ser demostrada o refutada con evidencia objetiva y cuál es una opinión basada en una creencia.

El desafío no es sencillo. Un estudio desarrollado hace unos meses por el Centro de Investigaciones Pew -ubicado en Washington D.C.; muy prestigiado por lo que hace- demostró que la mayoría de los participantes –habitantes de Estados Unidos-, lograron distinguir entre afirmaciones basadas en hechos y opiniones, pero por un margen muy estrecho. Otra cosa distinta es tomar las afirmaciones basadas en hechos como ciertas: resulta más que evidente que si un personaje emite una afirmación, generalmente espera que la gente lo crea y que reaccione en consecuencia.

Joseph Goebbels –googleadle si así lo requiere- lo tenía muy claro: No se supone que la propaganda sea adorable o teóricamente correcta, de lo que se trata es de persuadir a las personas sobre algo que se cree correcto; la propaganda debe ser popular, no intelectualmente agradable. 

Un problema en que nos encontramos es que hay personajes que gobiernan –toman decisiones, ejercen recursos, legislan- haciendo propaganda todos los días, emitiendo afirmaciones verdaderas o falsas, u opiniones que parecen afirmaciones basadas en hechos. Algunos lo hacen deliberadamente, otros no son conscientes de sus propias confusiones. En cualquier caso, insisto, de lo que se trata es de que la gente crea y reaccione en consecuencia.

Pero hay una preocupación más que quiero compartirle. Las consecuencias sociales de no saber distinguir entre afirmaciones y opiniones pueden costar tiempo, dinero y en ocasiones, vidas. Ya que nos acerquemos a los tiempos electorales en nuestro estado, le hablaré sobre la obscena irresponsabilidad de desinformar a la población para crear desconfianza en una elección; pero eso será en otra ocasión. Hoy me referiré brevemente a un reciente hecho doloroso: ¿Qué es lo que causa que un menor de edad lleve armas a una escuela y dispare a otras personas?, ¿ya leyó o escuchó lo que los funcionarios públicos han dicho al respecto? ¿y lo que se ha dicho en redes sociales? ¿son afirmaciones demostrables o son opiniones basadas en creencias? ¿Y se ha preguntado cuál es la base de conocimiento sobre la que se diseñan medidas preventivas o reactivas para atender al problema de la violencia en las escuelas?.

Karl Deutsch escribió un libro llamado “Los Nervios del Gobierno” en el que propone una analogía provocadora: cuando se habla de política, frecuentemente se le pone más atención a los “músculos” del gobierno –personal, recursos, infraestructura, presupuesto-; que a los “nervios” –los sistemas de información y comunicación con el que se crea conocimiento y se toman decisiones-. De nada sirve tener un gobierno fortachón pero que no tiene información ni inteligencia. Toda su energía se desperdicia.

Me da la impresión de que hay decisiones gubernamentales que no tienen sólidas –o mínimas- bases de conocimiento. O peor aún, que se argumentan como objetivamente válidas desde una opinión cimentada en un sistema subjetivo de creencias. Y eso también cuesta tiempo, dinero y vidas.

Twitter. @marcoivanvargas