Ideas al vuelo

“La gente inteligente habla de ideas, la gente común habla de cosas, la gente mediocre habla de gente”, dijo Jules Romains. No siempre se puede. Hay gente y hay cosas y hay que hablar de ellas, como estudio de caso, como ejemplo de algo que puede llevarnos más allá, a entender un poquito mejor por qué actuamos como actuamos.

Son ideas al vuelo sobre lo que ocurre aquí y ahora. Del incendio de selvas y bosques, de la disolución de enormes glaciares, de las muertes recientes y de los caos cotidianos. Como José Saramago, «He aprendido a no intentar convencer a nadie. El trabajo de convencer es una falta de respeto, es un intento de colonización del otro». 

Si se puede platicar y contraponer argumentos, perfecto. Si empezamos a descalificar y a sentir «superioridad moral», pues ahí nos vemos. Ya lo dice el budismo: «aferrarse a la ira es como agarrar un carbón caliente con la intención de tirárselo a otra persona; es uno mismo el que se quema».

Hay debates sabrosos, donde nos damos cuenta de ideas o situaciones que se nos habían escapado. Son los menos, entre tanta descalificación, insulto y supuesto sarcasmo. Mucha gente se enoja por lo que sea, asume como personal lo que no es, se pone sacos que no le quedan y hasta muertes ha habido por discusiones nimias. Por eso los bulos (fake news) tienen tanto efecto: en cuanto vemos algo que coincide con nuestra visión del mundo lo replicamos sin profundizar o contrastarlo. 

Un proverbio chino dice (dicen que dice) «corrige a un sabio y lo harás más sabio, corrige a un necio y lo harás tu enemigo», y eso lo he visto a la hora de hacer trabajos de corrección de estilo: los autores con experiencia, los mejores, suelen ser agradecidos, y toman nota de los errores y sugerencias; quienes son novatos o ególatras, suelen ser desdeñosos y (un par, que yo me acuerde) hasta violentos. 

Los temas que habría que poner sobre la mesa: el desastre ambiental en todo el planeta, soluciones ante el creciente índice de feminicidios (y valorar la legitimidad de sus consecuentes protestas), los datos y los calificativos que emplean los políticos para atacar a sus contrarios o para echarse porras.

1) El mundo se enteró dos semanas después de que la selva amazónica estaba en llamas. Incendios provocados con fines económicos, a los empresarios de la carne y del cemento. Aquí en San Luis Potosí ardió buena parte de la sierra de San Miguelito, como otras muchas tierras codiciadas por inmobiliarias y ganaderos. Las fotos y la información son aterradoras. Hay veces que me gana el pesimismo y pienso que ya es demasiado tarde; hay días en que pienso que todavía se puede. Ustedes digan.

2) Poner apodos es un juego que todos jugamos desde chiquitos. Y no solemos darnos cuenta de que es violencia verbal, de tan normalizados que tenemos los prejuicios. «Es que le queda», «se lo merece». Yo lo hice en primaria, lo veía «normal» porque todo mundo lo hacía, y fue hasta después que caí en la cuenta de cómo atacamos la autoestima, la personalidad y el físico de los otros.

Nos da risa el mote, y presumimos del «ingenio del mexicano», de que si nos pagaran por cada meme ya seríamos millonarios. Cuando «nos la aplican» arde Troya. Deberíamos pensar más en las consecuencias: las palabras son armas.

Va la moraleja de una fábula de Félix María Samaniego:

«Hombres, Pavos, Hormigas, 

Según estos ejemplos,

Cada cual en su libro 

Esta moral tenemos.

La falta leve en otro

Es un pecado horrendo; 

Pero el delito propio

No más que pasatiempo.» 

3) Tres asesinatos de mujeres en nuestra entidad durante la semana pasada prendieron nuevamente las alarmas. Una quemada, otra baleada, otra golpeada. Uno de ellos muy cerca de la casa de una exnovia. Hace unos meses hubo otro feminicidio en otro rumbo, también muy cerca de otra expareja. No me imagino su miedo (de ellas, de todas). Tener que llamar, tomarle foto a las placas del transporte público, ir viendo a todos lados por cualquier calle o en cualquier lugar, de plano privarse de salir o de ir a ciertos lugares. No se vale.

Por medio de las redes sociales es inevitable el acceso a los perfiles de las víctimas. Hay medios que publican las fotos (tema para otro debate) y sus últimos «post». Aunque no las conozcamos, son cercanas, muestran su sonrisa y sus esperanzas truncadas por el machismo.

La primera víctima de feminicidio que conocí de cerca fue una compañera de secundaria, una gran amiga. Como vivíamos cerca a veces nos acompañábamos y nos quedábamos platicando. En la prepa fue igual. Cuando entramos a profesional ya no la vi. Luego supe de una muchacha asesinada de un balazo, en su escuela;  el exnovio se había saltado la reja y tras discutir le disparó. Cuando salió la nota en el periódico no la leí, fue hasta que me dijeron que era ella que me llegó el shock.

Eso de  «no todos los hombres» no es siquiera argumento. Tampoco lo es el color partidista de equis o ye gobierno. No se puede simplificar. Con todo y alerta de género, el sistema sigue siendo machista y represor, pues así fueron diseñadas sus políticas, las dinámicas escolares, los ambientes laborales, la economía, las calles… No se trata de vestimenta, de horarios ni de edad: lo mismo violan y matan a una niña que a una anciana. Es muy bajo el porcentaje de las denuncias contra el número de delitos; lo es menos el de los que detienen y menor el de los sentenciados. La vulnerabilidad la sufren y la revictimización es una probabilidad alta, sobre todo si el agresor es de la policía, influyente o «de dinero». 

Es muy fácil irse con el rumor de un asesino serial, pero la realidad es que la inequidad, la pobreza, la cultura machista, la inseguridad, están en todos lados.

Podemos hacer cambios, personales e institucionales. Podríamos empezar a revisar los procedimientos de las autoridades y las personas que deberían hacerlos cumplir, desde un libro hasta una multa, de una lectura a una sentencia. Todo cuenta. 

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