La obsolescencia
Parte I:
Obtener los datos
Casi siempre hay un enfoque científico para hacer las cosas. Gobernar, legislar, gestionar servicios públicos o conducir organizaciones públicas, también admiten -o deberían exigir- la posibilidad de adoptar un enfoque científico para hacer lo que se hace.
En otro momento le he hablado a Usted sobre el enfoque de Políticas Públicas -que no debe ser confundido o equiparado a cualquier acción de gobierno- exige el tratamiento científico de los problemas que habrán de atenderse desde las acciones gubernamentales. Esto se asemeja a la práctica médica: acudimos con una persona que cuenta con la formación profesional y científica necesaria y suficiente para poder entender qué es lo que ocurre con nuestra salud, establecer causas, identificar manifestaciones y efectos, y prescribir un tratamiento que nos permita recuperar la salud. No se receta a ciegas ni al tanteo, no se establecen recomendaciones si estas no tienen relación con el problema atender. No se indican diagnósticos ni mucho menos se realizan intervenciones si no se tiene claridad sobre la situación que debe atenderse.
Desde el enfoque de políticas públicas, un gobierno debe desarrollar los mecanismos necesarios para identificar y conocer con claridad cuáles son los problemas públicos que deben atenderse, cuáles son sus causas y manifestaciones y cuál es la mejor manera de intentar resolver estos problemas. Quise mencionar la analogía de la práctica médica para insistir en la importancia del diagnóstico. Entiendo que puede haber gobernantes entusiastas que conocen las necesidades de alguna parte de la población porque han visto a los problemas de frente: han recorrido las calles, han hablado con la gente. El conocimiento de campo -demostrado está- ofrece una perspectiva enriquecedora que se alimenta de la experiencia: sabemos lo que sabemos porque lo hemos visto.
Otra cosa distinta es entender a los problemas. Durante décadas hemos observado como se ha desperdiciado tiempo valioso y una cantidad incalculable de recursos en acciones gubernamentales que poco tienen que ver con la estructura de un problema que habrá de atenderse. Esa es la importancia del diagnóstico y de la apertura de un estilo de gobernar que escucha a la comunidad científica, a los grupos de personas expertas, a otros pares que han enfrentado situaciones distintas; y a partir de eso, y solo a partir de eso, se formulan alternativas de políticas para atender a esos problemas.
Hoy quiero dirigir su atención a una lección aprendida a partir de la experiencia de vida y obra de Robert McNamara -de quien le he hablado también en repetidas ocasiones-. McNamara sostiene que para poder tomar buenas decisiones no podemos depender únicamente de la racionalidad o de nuestros dotes intelectuales. Sostenía que la buena toma de decisiones está determinada por el proceso en el que se formulan las mismas no por el resultado, es decir, McNamara creía que para poder tomar buenas decisiones uno necesita obtener los datos.
En materia gubernamental donde las decisiones tienen efectos sobre el presupuesto público y sobre la vida de las personas, las decisiones cotidianas deberían estar basadas en datos, de lo contrario los fundamentos de las decisiones no se basarían en hechos sino en sesgos subjetivos que las personas tenemos cuando observamos e interpretamos la realidad. Dos personas pueden observar un mismo fenómeno pero pueden interpretarlo y entenderlo de forma distinta.
De manera similar, pienso que hay una parte en el trabajo de las autoridades gubernamentales y de las instituciones electorales que debería cambiar la forma en la que se definen los mecanismos de participación y se garantizan los derechos políticos de las personas, en la medida en la que se entiende mejor cuáles son las características de una población que está cambiando sus hábitos para conocer, relacionarse y realizar sus actividades de manera cotidiana.
Esta lección debería ser bien aprendida por los estrategas electorales que tratan de entender cuáles son las motivaciones y los móviles qué hacen que las personas voten en uno o en otro sentido o dejen de hacerlo. Del lado de las autoridades, nos haría bien echar un vistazo a la distancia que existe entre los hábitos cotidianos relacionados con el uso de las tecnologías y los mecanismos que se han dispuesto para que las personas se informen, participen, voten, paguen impuestos, realicen trámites, etc.
En la siguiente semana le mostraré algunos hallazgos del estudio anual de hábitos de las personas usuarias de internet en México. Le hablaré sobre el cambio notorio en la manera en la que las personas realizan sus actividades cotidianas y también le hablaré de algunas prometedoras innovaciones que revolucionarán aún más la manera en que realizamos nuestras actividades cotidianas.
Nuestros mecanismos para gestionar servicios públicos, realizar trámites o participar en votaciones se están haciendo viejos. Antes de precipitarse en la improvisación o en la implementación de herramientas tecnológicas, primero debemos entender que es lo que está cambiando. Sobre eso dedicaré la siguiente entrega. Hasta entonces.