Así como una banca común y corriente sirve, esencial y lógicamente, para sentar las posaderas y descansar el cuerpo, una mesa común sirve para colocar viandas alimenticias y degustarlas en santa paz. Sin embargo, históricamente, esos objetos han servido para distintos fines, al punto de no tener ya claro su sentido original. Así, por ejemplo, con una orientación económica, los bancos o bancas en la época moderna, cuando el espíritu burgués de la ganancia se fue enseñoreando, sirvieron para que los prestamistas pudieran sentarse a ofrecer en las plazas públicas sus créditos; mientras que, en el caso de la mesa con una orientación política se buscaría organizar el análisis de los temas trascendentes para una colectividad. Sin embargo, en la práctica, no ha faltado la banca que termina convertida en lavandería o la mesa que se vuelve objeto de disputa feroz entre intereses de muy diverso signo (ideológico, político, partidista, monetario, etcétera) que aspiran a controlar su orientación.
Así las cosas, la disputa que se ha vivido, recientemente, en torno al control de la mesa directiva de la cámara de diputados federal, no sorprende. Se trata de una puja entre partidos políticos para el último año del tramo congresual, y lo que sí llama la atención es la subasta de legisladores para pasar de un partido a otro como si fuera una especie de compra de “tiempo aire” para lograr mayorías instantáneas como artificiales. También llama la atención la ferocidad de la disputa de esa mesa que se tiene como de trámites menores y protocolarios, cuando es otra mesa la que mueve el pandero, la denominada “junta de coordinación política”. En todo caso, lo que interesa destacar es la confirmación de que hay de mesas a mesas: unas para desgastar (como las famosas mesas de trabajo que surgen después de cada manifestación social) y otras para diseñar el gasto que se ha de aplicar para las distintas fuerzas políticas que, cual abejas concurren a las mieles de un panal.
Hay otras mesas controvertidas como las del INE y del Tribunal Electoral del Poder Judicial Federal (TEPJF). Esta última ha despachado decisiones memorables, como cuando en 2006 resolvió que las elecciones presidenciales de ese año “fueron sucias, pero válidas”. Este “argumento” sirvió, a su vez, para que Felipe Calderón espetara que, “haiga sido como haiga sido”, él había dizque ganado la elección. Se generó, así, un precedente nefasto para que, en 2012, otra vez, la mesa del TEPJF desdeñara las numerosas irregularidades cometidas en el proceso electoral presidencial, aplicando la ley “tal como está” y no “como debiera”, asumiendo sus miembros que no podían ir más allá de lo que las partes pusieran encima de esa mesa (aunque se tratara de pruebas más que sólidas y suficientes), así fuera que por debajo, entre las patas (de la mesa), se diera una buena dosis de golpes bajos auspiciados por diversos poderes fácticos.
En cuanto a la mesa del INE, lo más reciente está en la determinación de negar el registro como partido político al proyecto de Felipe Calderón y Margarita Zavala. La ex-pareja presidencial se ha rasgado las vestiduras, casi, casi “mandando al diablo a las instituciones” (por lo pronto al INE), alegando que algunos consejeros fueron “convencidos” para votar en contra de su registro. Vueltas que da la vida, pues. Tal vez, olvidaron que, siguiendo a Elías Canetti (“Masa y poder”), cuando ya no se tiene todo el poder y además causa escozor el regreso de quienes tantos agravios provocaron a la población, se da el caso de las “masas de inversión”, procediendo los corderos a comerse a las liebres antes que a los lobos. Y “México liebre” no tendría por qué ser la excepción.