Mirador
Mi padre me dejó en herencia un bien valioso: su ejemplo.
De él aprendí la mejor lección, que es la de hacer el bien.
Otros legados me dio que enriquecieron mi vida. Entre ellos está el de la afición al beisbol, que con justicia ha sido llamado el rey de los deportes, no por el número de quienes lo ven y lo juegan, sino por la calidad de quienes lo juegan y lo ven.
El amor que le tengo al beisbol hizo que me entristeciera la muerte de Fernando Valenzuela. Su fallecimiento me ha puesto en un apuro. Desde niño soy seguidor de los Yanquis de Nueva York, devoción que estuvo a prueba cuando el gran pelotero mexicano militó en los Dodgers. Ahora que en la Serie Mundial se enfrentarán los dos equipos no sé dónde pondré mi preferencia, si en el mío o en el de Valenzuela. Quizá diré que voy con los Yanquis, pero secretamente desearé que el triunfo sea para los Dodgers, como homenaje póstumo al inolvidable pitcher mexicano.
La palabra lo dice: los inmortales no mueren. Fernando Valenzuela es inmortal.
¡Hasta mañana!...
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