Musa de la noche
En su noche de bodas la ingenua nínfula gustó por vez primera las mieles del amor, más dulces que las del Monte Himeto cantadas por Virgilio. Preciado manjar era la miel en los antiguos pueblos. Con ella empezaban sus banquetes los romanos -mella principia convivii-, y la ofrecían a los dioses como valioso don. Los egipcios la usaban para embalsamar los cuerpos, pues pensaban que la miel era la sustancia más pura de la naturaleza, y haría inmortales los mortales restos. Pero advierto con alarma que me he apartado del relato que apenas empecé. Grande fue la sorpresa de la desposada, y agradable, cuando después del primer trance nupcial, y tras un breve tiempo de reposo, su joven marido se puso en aptitud de actuar de nuevo por segunda vez. “¡Fantástico! -exclamó ella con alegría-. ¡La cosa ésa es reciclable!”... Doña Sufricia, la abnegada esposa de Capronio, comentó en la merienda de los jueves: “Mi hora favorita del día es la de la siesta”. Opuso una de las presentes: “Siempre has dicho que no duermes siesta”. Replicó doña Sufricia: “Yo no, pero mi marido sí”… El novio de Glafira, hija de don Poseidón, fue a pedir la mano de la joven. El severo genitor quiso saber si el pretendiente disponía de un lugar adecuado para llevar a la muchacha. Preguntó: “¿Tiene dónde ponerla?”. “No, señor -se sinceró el galán-. Precisamente por eso quiero casarme”. (No le entendí)... Don Cucurulo, señor octogenario, casó con Tirilita, madura dama de su misma edad. El día del casorio le indicó: “Haremos el amor dos veces al año, una en verano y en invierno la otra”. “¡Santo Cielo! -exclamó llena de alarma Tirilita-. ¡Me casé con un maniático sexual!”… El gerente de la empresa le dijo al nuevo ejecutivo: “En su expediente dice que es usted soltero, y luego se lee que es padre de un hijo. Seguramente fue un error de mi secretaria”. “No -aclaró el otro-. Fue un error de la mía”… El esposo de doña Chalina faltó a su casa tres noches seguidas. Lo buscó ella en las tabernas de barriada y demás sitios rufianescos que el hombre solía frecuentar, y luego preguntó por él lo mismo en cárceles que en hospitales. La búsqueda resultó infructuosa. Acompañada por su comadre Ticha fue entonces a reportar su desaparición a la policía. Le preguntó el oficial de guardia: “¿Cómo es su marido?”. Describió ella: “Es alto, guapo, esbelto, moreno, de ojos verdes y cabello rizado”. El oficial tomó nota de los datos y le dijo a doña Chalina que ese mismo día empezarían a buscar al señor. A la salida doña Ticha, asombrada, le preguntó a Chalina: “¿Por qué dijiste eso? El compadre es chaparro, feo, panzón, blanco panizo, de ojos borrados y pelón”. Replicó doña Chalina: “¿Y quién quiere un hombre así?”… A aquel vaquero le decían The Loan Ranger por su costumbre de pedir dinero prestado que jamás pagaba. Era un optimista irremediable que a todo le veía el lado bueno. Se enteró de que el sheriff ofrecía un dólar por cada piel roja que fuera aprisionado, y salió en busca de los indios. Fueron ellos quienes lo encontraron, y formaron un cerco en torno suyo para que no escapara. “¡Magnífico! -dijo The Loan Ranger para sí-. ¡Estoy rodeado por 200 dólares!”… Un pueblerino fue a la gran ciudad. En una esquina vio a una musa de la noche. Fue hacia ella y le preguntó el monto de sus honorarios, tarifa o arancel. Le informó la mesalina: “Mil pesos, y tú pagas el cuarto”. “¡Mil pesos! -se escandalizó el fuereño-. En mi pueblo puedo conseguirme una mujer por un par de aretes de fantasía”. La cellenca se atufó: “¿Y entonces a qué vienes a la ciudad?”. Replicó el otro, impertérrito: “A comprar aretes de fantasía”. FIN.
“. En la tienda de ropa para dama un marinero pidió un brassiére.”.
La vendedora era buena:
“¿No llevará el calzoncito?”.
Preguntó el hombre que cito:
“¿Los tiene para sirena?”.