Once upon a time…

He estado viendo cine sin acudir a la sala oscura y sin sentarme a comer palomitas en una butaca ergonómica que recoge mi peso y mi talla y hace de esas casi dos horas, toda una experiencia.

“Del silencio de los inocentes”, pasando por “Resplandor”, “El club de la pelea”, “El joven manos de tijera” y una decena más, he recorrido la producción de aquellos que gozan de un renombre internacional.

Este cine me ha provocado más de una noche de sueños que entran y salen de una pantalla de cine, mezclando en el mismo sueño, la realidad y la ficción aún más real que lo que la pantalla ofrece.

He vuelto a vivir escenas que nuevamente no me atrevo a mirar directamente o que tengo que bajar el volumen para que la banda sonora no me indique la continuidad que el suspenso conlleva hasta su desenlace con la aparición del antagonista, ocupando la totalidad de la imagen en la computadora.

Es un cine hecho para la sala que ahora podemos recibir en uno de estos aparatos modernos. Un cine que tenemos al alcance de un dedo y de la decisión de pausar o continuar en una libre demanda. 

Son películas que pertenecen a un cine al que todos tenemos acceso pero que no todos sabemos leer en su totalidad. Pertenecen a un género y se les liga con el movimiento artístico de su tiempo según se mire.

Así es como se habla de un cine expresionista. De un cine que habla de cine. De un cine que refiere a una variedad de textos y que por ello contiene una “meta” o una “hipertextualidad”. Conceptos intelectuales o académico, que los aficionados al séptimo arte entienden a la perfección.

Las salas de cine gozan en este momento de su mejor momento según una mirada hecha a la ligera. No antes se ha consumido tanto como hoy en versiones digitales o en otros formatos hasta llegar a la sala de cine con una charola que contiene suficiente comida rápida para ser consumida en los más de 90 minutos que uno permanece sentado.

A casi todos nos apasiona que en ese lapso nos cuenten una historia aderezada con efectos especiales, una selecta banda sonora e imágenes bellas o interesantes que nos incitan a querer ver más. Nos hace extrañar los programas dobles que se proyectaban en la segunda mitad del siglo pasado en los grandes cines. 

Nada como abstraerse de la realidad frente a la pantalla en una especie de espacio sagrado en el que quedamos a solas con la proyección y nuestra libre interpretación de los sucesos ahí narrados.

Adoro el cine, aunque no todas las películas, sin embargo, con una buena guía uno alcanza a disfrutar aquellas que alguna vez vimos sin entender de qué iba la historia o porqué la presentaban de tal o cual forma.

En cartelera está “Érase una vez en Hollywood”. Si vale la pena o no, eso usted lo decide. Yo me he “dejado llevar” por uno de sus protagonistas y eso ya me quita la objetividad para poder dar una opinión en este espacio.

Revise la cartelera y opte por alguna