Oscurantismo

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¡Sapere aude!

Hay varias formas de ponerse medievales. Una de ellas es hablar en latín, otra es evitar que determinados hechos y conocimientos sean difundidos a la población. A esta práctica deliberada se le llamó el oscurantismo, quizás haciendo referencia a la manera en que llamaron a frailes dominicos que promovían la quema de libros no cristianos, allá por el siglo XVI.

Luego vino el renacimiento, la ilustración, la modernidad. Y las prácticas oscurantistas pasaron de ser un asunto religioso a una política de estado. Desde el momento en que existe un cálculo político sobre el control social y éste se relaciona con la regulación del conocimiento público para evitar conflictos o sublevaciones, entonces bien podríamos estar en presencia del Oscurantismo como política deliberada. Desde esa perspectiva el oscurantismo es fundamentalmente antidemocrático, ya que entre otras cosas, excluye a la población de lo que debe ser sabido y entendido. Y a pesar de que en pleno siglo XXI prevalecen algunos retrógradas entusiastas que consideran que la mejor manera de cuidar a la humanidad es suprimiendo el acceso a ciertos conocimientos –como en los viejos tiempos, quemando “brujas” y libros; solo falta la muchedumbre enardecida con antorchas y tridentes-, la verdad es que ya existen formas más eficaces de evitar que la gente sepa. Hoy quisiera referirme a algo que provisionalmente podríamos llamar oscurantismo por omisión y por indiferencia. Explico.

Hay tres propósitos generales de política en ciencia que me gustaría destacar: generar conocimiento, difundir conocimiento y resolver problemas. En un país como el nuestro, el presupuesto que se destina a ciencia y tecnología siempre es insuficiente. Y a pesar de que hay actores políticos que emplean muchas energías en anunciar que en un año destinaron, en términos absolutos, más dinero a ciencia y tecnología con respecto al año anterior; quizás convendría ver las cosas de manera “más científica” y traducir esos presupuestos quitando los efectos inflacionarios o bien comparando el porcentaje de ese presupuesto contra otras partidas que no gozan de mayor transparencia, o legitimidad, o mecanismos de control y evaluación del gasto. Hay prioridades.

La decisión política de limitar nuestras propias capacidades para generar y difundir conocimiento es un ejemplo de oscurantismo por omisión. Quiero tener el suficiente cuidado de evitar la idea de que la mera asignación de recursos a ciencia y tecnología, cumple de facto con los tres propósitos que mencioné líneas atrás. Es verdad que las Universidades, los Centros Públicos de Investigación y todas las entidades que desarrollan o difunden ciencia, deben mirar de forma autocrítica la manera en que emplean los recursos públicos. A estas alturas del partido, las instituciones que participan en la agenda científica no están para derroches o simulaciones. La mejor manera de justificar la pertinencia de un presupuesto radica en demostrar que se cumple con la función pública encomendada y que ésta se traduce en algo de utilidad pública.

Pero también hay que reconocer que la insuficiencia presupuestal como decisión política, merma nuestra propia capacidad para formar, desarrollar, innovar y difundir. Ya no es un asunto de evitar la fuga de cerebros –eso es muy noventero-, ahora tenemos el problema de que no estamos desarrollando cerebros, incluso desde la educación básica.

El otro fenómeno que pongo a su consideración es el oscurantismo por indiferencia. En lugar de señalar culpables, le pido que observe algunos rasgos de cosas que ocurren en lo cotidiano. Eche un vistazo a las redes sociales, solo por mencionar un ejemplo. ¿Qué es lo que explica el desprecio por la verdad? ¿Por qué nuestras sociedades son tan vulnerables a los engaños? ¿Es mi percepción o en realidad hemos perdido la curiosidad por entender cómo funciona la realidad? ¿Será que no es atractivo o prioritario establecer condiciones para que determinados hechos y conocimientos sean difundidos a la población?. 

Una solución es encontrar un equilibrio en el sistema de incentivos con el que trabaja la comunidad científica: una cosa es generar conocimiento, otra difundirlo a la sociedad y otra muy distinta es  publicar artículos en revistas dirigidas a comunidades especializadas. Quien trabaja en este oficio sabe bien de lo que hablo. Hay una notoria indiferencia por difundir el conocimiento a la sociedad no especializada. Otra solución radica en reconocer que no podemos seguir postergando el diálogo entre quienes generan el conocimiento y quienes enseñan en las aulas; entre quienes buscan soluciones a problemas de la sociedad, entre quienes padecen esos problemas y quienes comunican a la sociedad sobre el acontecer diario. Estamos desvinculados.

No necesitamos quemar libros para ser oscurantistas. Basta con descuidar la responsabilidad pública de generar y difundir el conocimiento para ver cómo la sociedad encuentra nuevas formas de dejar de entender su propia realidad. Y siempre hay quien puede aprovecharse de ello.

Twitter. @marcoivanvargas