«Preferiría no hacerlo»

Hay días que nos hermanan con ciertos artistas. Esos días. Pareciera que nada va a cambiar, que la empatía no existe y la incertidumbre de algunos no le importa a los otros. Ha sido una semana difícil y parece que así va a seguir no sé cuánto. Días en que solo queda respirar y las ganas de verlo todo de lejos. Como «Ismael», el narrador de Moby Dick o la ballena blanca, embarcarse con la esperanza de tener algo más qué contar. Como Bartleby, el personaje del cuento del mismo nombre, responder: «Preferiría no hacerlo» (I would prefer not to).

Herman Melville, autor de Bartleby el escribiente y de Moby Dick, hubiera cumplido 200 años el 1 de agosto. Navegante y náufrago, cruzó muchos mares y se imaginó otros. Sus narraciones y retratos de personas y de la naturaleza han dado pie a muchas discusiones sobre sus temas y motivaciones: Borges, Agamben, Blanchot, Deleuze, Adorno, Derrida, Vila-Matas y muchos otros se han desvelado en lo develado (o no) por Bartleby y su empleador-narrador.

Narradores, protagonistas y otros personajes de Melville no son héroes o villanos en blanco y negro. Incluso aún se discute qué rol narrativo juegan Ahab, Ismael, Bartleby, y sus dimensiones teológicas o socioeconómicas y culturales… ¿Protagonista, narrador oculto, objeto del (no) deseo? 

Leí el cuento de Melville cuando era adolescente y me dejó «de a seis». Creo que era una versión en cómic, en aquellos clásicos ilustrados, donde al final había cuentos o relatos cortos. Lo busqué en una edición «más fiel». Acostumbrado a narraciones de hechos, a aventuras con sus nudos y transcurrires de hazañas y estrategias literarias, el personaje me resultó entrañable. No pasaba nada pero me causó la misma fascinación que al narrador:

«Había algo en Bartleby que no solo me desarmaba singularmente, sino que de manera maravillosa me conmovía y me desconcertaba. […] El lazo de una común humanidad me arrastraba al abatimiento. ¡Una melancolía fraternal! Los dos, yo y Bartleby, éramos hijos de Adán […]» 

Para Borges, Kafka inaugura un género en el que «lo increíble está en el proceder de los personajes más que en los hechos». Pero Melville, «más de medio siglo antes, elabora el extraño caso de Bartleby, que no sólo obra de una manera contraria a toda lógica sino que obliga a los demás a ser sus cómplices».

Rafael Narbona asegura que «es difícil conocer la nada y no quedar seducido por ella. Bartleby descubre ese paraíso negativo a través de la hoja en blanco. Al conocer el poder ilimitado de la pura posibilidad, renuncia al acto y escoge la muerte como la realización suprema de la libertad».

Cuando, hace ya casi un par de décadas, vi en una librería la portada de Bartleby y compañía, no me pude resistir y me lo llevé. Desde entonces soy lector de Enrique Vila-Matas y ese es de los libros que he comprado varias veces para reponer el que presto o pierdo. 

Vila-Matas retoma la figura de Bartleby para escribir un libro de notas al pie de página para un libro no escrito. Es la literatura del No, la de los libros no escritos por escritores que han renunciado a escribir. Un bestiario de monstruos de tinta y papeles en blanco, de pantallas vacías y botellas que nadie ha hallado en el mar. Salinger, Rulfo, Rimbaud, Wittgenstein, Walser… El «síndrome de Bartleby», según el narrador creado por Vila-Matas, es una enfermedad, 

«el mal endémico de las letras contemporáneas, la pulsión negativa o la atracción por la nada que hace que ciertos creadores, aun teniendo una conciencia literaria muy exigente (o quizás precisamente por eso), no lleguen a escribir nunca; o bien escriban uno o dos libros y luego renuncien a la escritura; o bien, tras poner en marcha sin problemas una obra en progreso, queden, un día, literalmente paralizados para siempre…»

¿Ya han leído Bartleby el escribiente? Hoy mismo pongo el enlace en mi blog, por si no lo han hecho. Y allí están otros como él y como muchos de sus lectores, que vemos y no creemos y luego nos desanimamos y a veces optamos por irnos o por cambiarnos el nombre: Kafka, Cioran, Pessoa, Camus, Vallejo… Como dijo Duras, citada por EVM: «Escribir también es no hablar. Es callarse. Es aullar sin ruido».

Al escribir esto se me ocurrió que muchos políticos podrían ser una especie de Bartlebys: se les contrata o vota para que hagan una función determinada y en cuanto se acostumbran a su puesto «prefieren no hacerlo» y de ahí nadie los saca. Esta lectura sin embargo sería reduccionista: si muchos políticos prefieren no hacer nada no es por una postura filosófica, sino por estar pensando en su futuro y el de los suyos. Bartleby es alguien mucho más humano; su negación no por joder, sino filosófica, rebelde o, acaso, deprimida. 

La depresión afecta a es multifactorial en sus orígenes y sus detonadores, y un «maquinazo» de cierto columnista hace unos días provocó una andanada de sobreinterpretaciones. De tanta pesadez no se puede escribir a la ligera, y conviene saber y confrontar datos duros, estudios multidisciplinarios y experiencias de quienes estudian o sufren esta enfermedad que afecta a 300 personas en el mundo y es la primera causa de discapacidad.

Lo bueno es que esta columna pocos la leen, y quienes la leen lo hacen con algo de benevolencia. Aquí no se obliga a nadie ni se tiene la verdad absoluta. Es, digamos, un divertimento sobre arte y política. Simples opiniones. No me crean.

Termino con un párrafo de Jesús Ramírez-Bermúdez, profesional de la neurobiología y de la escritura, de su texto publicado en La Razón:

«La ciencia de la depresión ha madurado lo suficiente para ayudarnos a organizar un esfuerzo colectivo y prevenir las causas sociales de la depresión. Esto se logra afrontando con responsabilidad los dos ejes problemáticos: el de las amenazas, marcado por formas diversas de violencia, y el de la privación social, marcado por el abandono y la negligencia…»

En fin, son tiempos propicios para ser Ahab o Bartleby, para retraerse o lanzarse al mar, para leer cartas muertas o contar cómo fuimos el último sobreviviente.

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