Responsividad

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[Spoiler alert: entender lo que dice la gente, 

no es populismo]

¿Cómo sabemos que nos encontramos frente a un gobierno que resuelve los problemas de la gente? ¿De qué depende la valoración satisfactoria que la ciudadanía puede -o no- tener sobre el desempeño gubernamental?. Tengo la sospecha -o la ilusión- de que de vez en cuando hay representantes populares y servidores públicos que leen estas líneas, a ellas(os) preguntaría ¿cómo hacen para saber que los resultados de las acciones gubernamentales honran a la palabra empeñada en las campañas proselitistas? o mejor aún ¿Cómo se relacionan los resultados efectivos -y percibidos- de un programa de gobierno con las demandas reales de la población?.

En un ejercicio de seriedad, es importante distinguir entre problemas, necesidades, demandas y caprichos. Durante muchos años hemos visto que existen candidatas(os) que formulan promesas y compromisos de campaña basados en una noción que confunde e intercambia estos conceptos sin mayor ciencia: “lo que la gente quiere”, “lo que la gente necesita”. O peor aún, que disfrazan las visiones personales de voluntad popular. No cuestiono la indudable sensibilidad que le da a una persona el recorrer una demaración electoral y escuchar de primera mano a los testimonios de la gente que les recibe. Pero me llama poderosamente la atención que parece existir un claro distanciamiento entre la formulación de un discurso que, epifánico, revela las promesas de campaña que dicen basarse en “la voluntad popular”, y la materialización de las acciones gubernamentales en el terreno de los hechos.

Esta distancia explica en cierto grado al fenómeno de la insatisfacción por la democracia, esta percepción pública de la ineficacia gubernamental cuyos resultados no se conectan con las expectativas de la población. Luego viene el descontento, el abstencionismo, la apatía, la crisis de legitimidad, la generalización que culpa a la democracia por el pobre desempeño de un gobierno, pero que a su vez encuentra en las elecciones a una nueva esperanza de cambio.

Entre la representación, la responsabilidad y la rendición de cuentas gravita el concepto de “responsividad” que podría ser definido como la capacidad que tiene un gobierno para escuchar, admitir y atender las necesidades y demandas de la población. Desde esta perspectiva, hay eficacia cuando hay un gobierno logra atender -o quizás hasta resolver- los problemas, necesidades y demandas del bueno y sabio pueblo soberano.

Si lo pensamos un poco, la responsividad gubernamental requiere de la activación de diversos mecanismos de vinculación entre gobierno y sociedad. Uno de los problemas que tenemos en la actualidad, es que abunda una noción reduccionista de este vínculo que llama democracia al mero otorgamiento de cierto mando por parte de los electores a las autoridades, sin que existan otros mecanismos que fortalezcan la responsividad gubernamental.

Se trata de un asunto en el que un gobierno debe desarrollar mecanismos para percibir y entender lo que dice la gente. Sobran ejemplos recientes en donde es posible observar cómo un gobierno celebra “foros” donde la población expresa su voluntad, pero las acciones resultantes no se relacionan con aquello que fue expresado. Insisto, no se trata de que la gente hable, sino de que el gobierno entienda y actúe en consecuencia.

Admitir lo que dice la gente y materializarlo en una estrategia coherente de gobierno es un asunto distinto. Además del reto que constituye tomar lo que el pueblo dice sin deformaciones clientelistas, pateranlistas o populistas; también vale la pena advertir que el diseño de nuestro sistema político no parece ofrecer incentivos para contar con gobiernos que sean responsivos a los problemas, necesidades y demandas de “toda” la gente. Nuestras reglas de designación por mayorías pueden propiciar una conducta gubernamental donde solo se atiende a la voz y expectativas del electorado que votó por determinada(o) candidata(o), dejando de lado las visiones de otra fracción del electorado que mira las cosas de manera distinta. ¿Para quién se gobierna entonces? ¿es democrático un gobierno que solo es responsivo ante su electorado? ¿cuál es el tratamiento que se da a las expresiones y manifestaciones -igualmente legítimas- de un público minoritario? ¿Ser arrollados por la mítica voluntad popular personificada en un discurso gubernamental?.

Pensemos en la responsividad como un atributo de calidad de la democracia. Sin simulaciones, de preferencia.