Ser útil

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Hay en la ventana una estructura con muros en blanco y en negro y más allá, unas nubes que se divierten cambiando de color conforme la tarde avanza y el sol se acuesta.

Aunque la curva de la vida tiene un diseño diferente para cada individuo, a todas las personas nos toca experimentarla de forma similar: gozamos y sufrimos durante la infancia y la adolescencia como seres un tanto indefensos. Más tarde como adultos jóvenes o personas maduras, nuestra existencia se tiñe de colores conforme ésta se asienta y madura en un recorrido indistinto de lo que suelen llamarse éxitos o fracasos, placeres o tormentos, cotidianidad y momentos extraordinarios.

El dolor y el placer son aquellas sensaciones que escogemos para determinar qué grado de felicidad vivimos, calificando así nuestra vida, la mayoría de las veces de acuerdo a parámetros que nos hemos auto impuesto o aquellos heredados de los que no nos hemos atrevido a separarnos.

Si tenemos la fortuna (así lo creo) de llegar a la edad de las personas “respetables” nuestra satisfacción  tendrá que ver con lo que hemos construido o destruido a nuestro paso por el mundo, por nuestro pueblo y con nuestra gente.

La salud y la enfermedad tomarán el papel dominante y será el filtro que indique de qué color hemos visto la vida y cómo queremos terminarla.

Escribo esto – me disculparán- queriendo “des-pensar” los mil y un absurdos que leo sobre los líderes mundiales que sin ningún parpadeo deciden mucho de lo que encontraremos como un obstáculo o una herramienta para seguir adelante.

Me asquean los razonamientos sobre rifa de objetos absurdos, o sobre el estado de la Seguridad Social de millones de personas. No entiendo la lógica perversa de una y otra cosa, o no quiero entenderla porque me llevaría a descubrir lo perverso que hay en la especie de la que formo parte. 

Así que hoy pienso en mis amigos, en los que viven bien, en los que la van pasando, en lo que tiene un apuro, en los que se les complica con los hijos o los nietos o con sus parejas. Pienso en ellos y la incapacidad para tender la mano sino para decir “aquí estoy si puedo ser de utilidad, no dudes en decírmelo”.