Situaciones no previstas

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Cuando comienza un año ocurre algo similar a lo que se vive al inicio del período constitucional de un gobierno electo: hay energías renovadas, intenciones prometedoras, voluntad a raudales. La distancia que luego separa las renovadas expectativas de las realidades concretas es definida por dos factores: la capacidad de ejecución y la capacidad de prevenir/atender contingencias. Sobre el primer punto ya hemos comentado en algunas ocasiones que nunca es suficiente la voluntad política sin capacidad administrativa que ejecute las decisiones. Lo segundo tiene implicaciones un poco más complejas: todo gobierno siempre enfrentará a situaciones no previstas que pueden superar -o no- las capacidades institucionales para hacerles frente. Son las situaciones no previstas que, además de los enormes costos humanos y económicos que suelen tener, también se acompañan de costos políticos -de esos que tanto estorban o molestan a quienes aspiran a aparecen en una boleta electoral en un tiempo posterior-.

Es más o menos común dar por sentado que las situaciones no previstas se presentan por los denominados desastres naturales -sismos, fenómenos meteorológicos-, o por errores humanos -fallas en infraestructuras, accidentes fatales-. De lo que no suele hablarse a menudo es de la responsabilidad que tiene un gobierno, no solo para prevenir, sino para evitar que como consecuencia de sus decisiones -u omisiones-, se puedan presentar situaciones de crisis.

Solo por mencionar un par de ejemplos sobre este problema: recordará Usted la explosión de Tlahuelilpan en el mes de enero de 2019. Las autoridades fueron prontas en señalar que la causa principal de este suceso fue la perforación clandestina de un ducto que transporta combustible. Frente a esta situación hay que diversificar las formas de observar el problema: ¿qué postura debe adoptar un gobierno frente al comportamiento de personas que no siguen las reglas formales -me refiero a quienes perforan un ducto y quienes se acercan a obtener combustible con garrafas y cubetitas-?; le voy dando una pista, si el asunto es prevenir o evitar, la solución no está en endurecer la penas frente al denominado “huachicoleo”. Si de eso se tratara, un feroz código penal sería la solución a todos estos problemas. ¿Puede ver hacia dónde nos dirigimos?. La explosión ocurrió dos horas después de que se tuvo conocimiento de la fuga; para mí, este lamentable hecho se pudo evitar con mayor capacidad de reacción. Y esta apunta hacia el fortalecimiento de las capacidades institucionales, esas que cuestan dinero.

Otro ejemplo breve. Según datos de la Comisión Nacional Forestal (CONAFOR), en el año 2019 se registraron unos 7’400 incendios forestales en 32 entidades federativas, que afectaron una superficie de 620’000 hectáreas de estratos herbáceos, arbustivos y arbóreos. El 64% de los incendios se iniciaron por causas intencionales, por fogatas o por actividades agrícolas. Para su combate, se aplicaron 339’194 días/hombre. Lo que queda de la CONAFOR -porque hace un año sufrió un considerable recorte de personal y recursos- cuenta con valiosos datos y experiencia para aprender y prevenir estas conflagraciones, pero de nuevo, una diezmada capacidad de prevención y reacción tendrá como indubitable consecuencia, la propagación de incendios de mayor duración, extensión y afectación al entorno natural. Y esto trambién cuesta dinero.

Sinceramente espero que quienes definen y asignan presupuestos públicos, no lo hagan pensando en unas buenas invocaciones para que no haya sequía, para que no haya sismos, para que no haya huracanes o para que la gente se porte bien. Convendría reexaminar nuestros propios razonamientos en torno a la manera en que un gobierno aprende, decide y actúa para evitar crisis. Murphy no se equivoca: “si algo malo puede pasar, pasará”. No son malos presagios para este año, es solo un asunto de probabilidades.

Quizás al final no es tan malo el costo operativo de un gobierno que invierte en capacidades reactivas, en capacidades preventivas y en conocimiento para actuar mejor. Desde luego que hay que entrarle con seriedad a este debate sin atajos falaces. 

Por regla general no creo en la suerte, sino en la capacidad para actuar frente a una realidad llena de probabilidades.

Twitter. @marcoivanvargas