Tengo un sueño, pero no puedo respirar

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I have a dream, así retumban hoy las palabras del memorable discurso del Dr. Martin Luther King, aquel 28 de agosto de 1963 delante del monumento a Abraham Lincoln en la Capital de los Estados Unidos de América, “tengo el sueño de que un día los hijos de los ex esclavos y los hijos de los ex propietarios de esclavos serían capaces de sentarse juntos en la mesa de la hermandad, el sueño de un padre, de un hombre negro que aspira a que sus cuatro pequeños hijos vivirán un día en una nación donde no serán juzgados por el color de su piel sino por el contenido de su carácter”. 

Luther King al igual que los próceres de su patria, sostuvo y dio testimonio con su propia vida que hay una sóla verdad evidente: “todas las personas fuimos creadas iguales”. 46 años después, un 20 de enero de 2009, ahí mismo en Washington, asumía la Presidencia de los Estados Unidos de Norteamerica, el primer afroamericano en lograrlo, Barack Obama, quien, en su primer mensaje al mundo con la gran elocuencia que le caracterizó dijo: “Este es el significado de nuestra libertad y de nuestro credo, el porqué hombres, mujeres y niños de todas las razas y todos los credos pueden unirse en celebración a lo largo y ancho de esta magnífica explanada, el porqué un hombre a cuyo padre, hace menos de sesenta años, quizá no hubieran servido en un restaurante local, está aquí hoy para prestar el juramento más sagrado.” 

¿Qué habría sentido Luther King si la vida le hubiese permitido observar ese histórico momento? En apariencia el sueño estaría cumplido, pero no fue así, el sueño de “Martin”, -como le decía su mujer- era aún más elevado, en sus apuntes y discursos hablaba de una sólida “hermandad”, donde el color de la piel no importaba en absoluto y donde el racismo no era un tema porque en su sueño no existía. 

Hoy, lejanos se divisan en los anales del tiempo aquellos años 1963 y 2009, esta vez no es Washington, es una tarde de 26 de mayo de 2020 en Minnesota, no son Luther King ni Obama, es George Floyd un hombre de color, de 46 años, padre de una hija, víctima del brutal desempleo consecuencia de las secuelas económicas de la pandemia, pero víctima también de otra pandemia, el racismo. “I can’t breathe” “No puedo respirar”, se escucha entrecortada la voz dolorosa de Floyd mientras se observa la rodilla de un policía hacer fuerte presión sobre su cuello, horas más tarde Floyd perdía la vida en un hospital. 

La historia de la lucha por el reconocimiento de los derechos está plagada de momentos, imágenes y sonidos que quedarán por siempre  grabados en la memoria colectiva de la humanidad, el “sueño del soñador” Luther King, el “sueño cumplido” de Obama y hoy, el “sueño arrebatado” de George Floyd, una trilogía de sueños con distintos despertares, sueños que se tocan entre sí porque se sustentan en un anhelo, el anhelo del esclavo anónimo, que en un amanecer cualquiera se preguntó: ¿por qué soy esclavo?, ¿qué me hace diferente?, ¿por qué me tratan así?. 

Pareciera que las creencias de supremacía racial que en tiempos de Luther King no le permitían el acceso a los derechos civiles a las y los afroamericanos, siguen tan vigentes como entonces; pero es el siglo XXI, un hombre de color ya ha gobernado a los Estado Unidos, entonces, el sueño se convierte en una pesadilla, la imagen de la rodilla del hombre blanco sobre el cuello del hombre de color, es también la rodilla de quien representa la autoridad en un Estado Democrático, esa imagen es tan fuerte y tan cargada de simbolismo, porque justamente representa todo lo contrario a lo que aspiramos como humanidad, en la escena hay violencia, tortura, crueldad, racismo, después vendría la muerte. Enseguida las protestas, disturbios y más violencia, ya no sólo en Minnesota. 

La exigencia de justicia es legítima, pero la violencia se aproxima más a la venganza. Muy lejano ha quedado el sueño de “hermandad” del Doctor King, que fue el mismo sueño de Mandela en la Sudafrica del Apartheid, pero la violencia nunca ha sido el camino, de continuar por la senda de la violencia, se generará dolor y sufimiento para más personas, pero sobre todo abonaría a una interminable discordia. La justicia en este caso deberá llegar acompañada de una reparación integral comunitaria, pero también de un discurso conciliador desde la cúspide del Estado, porque los perpetradores fueron sus agentes y porque dos de las piedras angulares sobre las que se sustentan las democracias, la igualdad y la no discriminación, fueron trastocadas. 

Amable lector, no dejemos de soñar como Luther King: “para que llegue el día cuando todos los hijos de Dios, negros y blancos, judíos y cristianos, protestantes y católicos, puedan unir sus manos y cantar las palabras del viejo espiritual negro: ¡somos libres al fin!” 

Twitter @Jorge_Andrés78

jorgeandres.manoizquierda@gmail.com