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Un caso de simbolismo

Por Jorge Chessal Palau

Marzo 17, 2025 03:00 a.m.

A

En el año 1980 se publicó la primera novela de Umberto eco “El Nombre de la Rosa”, que luego sería llevada al cine en 1986 por Jean-Jacques Annaud y estelarizada, entre otros, por Sean Connery.

La historia se desarrolla en 1327, cuando el fraile franciscano Guillermo de Baskerville y su joven discípulo, Adso de Melk, llegan a una abadía benedictina en el norte de Italia con la intención de participar en una disputa teológica que enfrenta a delegados del Papa y frailes franciscanos sobre la pobreza de Cristo, un tema de gran relevancia y controversia en aquella época. 

En ese contexto un monje aparece muerto en circunstancias misteriosas y el abad, temiendo que el incidente desencadene un escándalo de grandes proporciones, solicita a Guillermo que investigue el crimen. 

A medida que avanzan los días y con más frailes muertos acumulándose, las pistas llevan a Guillermo y Adso a la gran biblioteca del monasterio, un lugar prohibido y laberíntico donde se oculta un libro misterioso que podría ser la clave para resolver los crímenes. El libro en cuestión está protegido celosamente por Jorge de Burgos, un monje anciano y ciego que teme que el contenido del texto pueda minar los fundamentos de la fe cristiana. El monje, convencido de que la risa es un arma subversiva que podría debilitar la autoridad de la Iglesia, ha envenenado sus páginas para matar a cualquiera que intente leerlo. En un acto desesperado, el monje provoca un incendio en la biblioteca, prefiriendo destruir el conocimiento antes que permitir su difusión.

De manera paralela, aparece en la abadía Bernardo Gui, inquisidor, cuya misión no es tanto descubrir la verdad como imponer la autoridad eclesiástica a través del miedo y la condena. Su llegada a la abadía marca un punto de inflexión en la trama, pues mientras Guillermo de Baskerville investiga los asesinatos con lógica y razón, Bernardo actúa con la certeza absoluta de que los culpables ya están predestinados; mientras el franciscano busca comprender, Gui solo busca castigar.

Ahora que me acerqué nuevamente a esta novela de Umberto Eco, no pude menos que traer a la mente el simbolismo que revisten los tres personajes más destacados de la trama: Guillermo de Baskerville, Jorge de Burgos y Bernardo Gui.

La política mexicana actual se parece mucho a la abadía de El nombre de la rosa; Umberto Eco donde la lucha no es solo por el poder, sino por la verdad, la narrativa y el control de la información. En México, los personajes de la novela podrían tener equivalentes.

El Jorge de Burgos de nuestro país podría ser sin duda el señor López. Como el monje ciego que oculta el segundo libro de la Poética de Aristóteles porque teme que la risa debilite la fe, López buscó mantener el control del relato político. Descalificó a la prensa crítica, desacreditó a organismos autónomos y simplificó la complejidad del debate público a una cuestión de buenos contra malos. Jorge de Burgos temía que un libro pudiera hacer tambalear la estructura de la Iglesia; López temió y teme a que la verdad socavara su autoridad.

Bernardo Gui bien pudiera ser Pablo Gómez, Gertz Manero o, en su tiempo, Santiago Nieto. Si hay un inquisidor en nuestra política, es sin duda el Fiscal general de la República o el titular de la Unidad de Inteligencia Financiera, con autonomía por legal disposición pero sumisión por convicción. En México, las acusaciones contra opositores y empresarios no siempre llegan a buen puerto judicialmente, pero cumplen una función política: marcan a los enemigos del gobierno como herejes ante la opinión pública.

En contraste, los Baskerville de nuestra época son los periodistas y analistas que intentan abrirse paso entre el ruido pero que son atacados por cuestionar al poder. Como el franciscano, investigan y formulan hipótesis, pero el peso del dogma político hace que su voz muchas veces se pierda entre acusaciones de ser parte de la “mafia del poder” o de “grupos conservadores”.

¿No lo cree?

@jchessal