Recuerdo que hace un par de años cuando hablaba con estudiantes de la Maestría en Estudios sobre la Democracia y Procesos Electorales de la UASLP, hice una advertencia –o pronóstico- que a la postre terminó por cumplirse. No se trataba de un presagio mágico o de una profecía autocumplida, sino más bien la obvia proyección temporal de una tendencia: el uso de las redes sociales afecta significativamente el entorno de las elecciones.
Un par de datos para sustentar mi obvia afirmación: de acuerdo con datos de la Asociación Mexicana de Internet, en nuestro país en 2006 había 20 millones de usuarios de internet, en 2012 la cifra ascendió a 45 millones de usuarios y en 2018 superó los 80 millones de usuarios, de los cuales el 98% utiliza Facebook. Un estudio reciente sobre hábitos de los usuarios de Internet señala que 9 de cada 10 internautas interesados en los procesos electorales, estarían al pendiente de esta información en línea. Si consideramos también el hecho de que cada vez es mayor el tiempo en el que las personas están “conectadas” a internet en comparación con el tiempo que emplean para ver televisión en vivo –acá no cuentan los servicios bajo demanda de TV como series y películas-, acudimos entonces a un patrón muy claro de transformación de los hábitos de consumo de información política.
En términos de demografía electoral, quisiera dimensionarlo de esta forma: el 62% del total de los usuarios de Facebook en México se ubica entre 18 y 34 años de edad; en este rango de edades se encuentra el 40% del padrón electoral del país. Es verdad que en términos relativos –porcentuales-, este grupo de edad vota menos que los mayores de 35 años, pero en términos absolutos, hablamos más personas, de las capas más gruesas de la pirámide poblacional.
Los efectos del uso de las redes sociales sobre el entorno de las elecciones no deben valorarse por las candidaturas ganadoras o perdedoras, sino más bien por la forma en que los ciudadanos perciben, entienden y deciden sobre los procesos políticos. Una vez que ha pasado el proceso electoral del 2018 ha ocurrido algo que no se esperaba: la polarización de la opinión pública persiste en la discusión cotidiana.
“La polarización mata a las democracias”. Así sentenciaron Steven Levitski y Daniel Ziblatt en un reciente libro titulado “How Democracies Die” -Cómo mueren las democracias- que retoma una preocupación que va creciendo en el mundo. Una idea similar es presentada por Yasha Mounk en su obra “El Pueblo contra la democracia”. El asedio contra las democracias ya no tiene su origen en dictaduras fascistas, comunistas y/o militares; las nuevas amenazas provienen tanto de gobiernos popularmente electos que intentan debilitar a las normas y a las instituciones que controlan y equilibran el poder público por medio de las Constituciones, como del paulatino debilitamiento de las normas no escritas que nos han hecho olvidar la armonía democrática que proviene de la pluralidad y la libertad de expresión.
No esperábamos que una nueva amenaza contra la democracia surgiera de la polarización de la población. Leo con tristeza y preocupación cómo la discusión en redes sociales abandona el entendimiento mutuo para instalarse en una postura irreflexiva y apasionada, donde los insultos, señalamientos y amenazas se han convertido en los nuevos códigos de la discusión entre ciudadanos.
Hay que poner las cosas en su lugar. No encuentro problema alguno en que las personas tomen postura y la defiendan con argumentos. El debate público es una señal de salud democrática. Pero es fundamental entender que la democracia como forma de vida no solo sirve para ungir tlatoanis, sino también sirve para preservar sociedades plurales en ambientes de paz y cordialidad.
Lo contrario es distopía. Y esto seguro que nadie quiere vivir en ese estado de las cosas.
Twitter. @marcoivanvargas