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Después de una serie de bandazos del gobierno de la 4T, orquestados muchos por el presidente Andrés Manuel López Obrador, la Secretaría de Salud adoptó la postura que muchos mexicanos hubieran deseado se tomara
hace semanas.
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La vehemencia de la intervención de ayer del subsecretario de Salud federal, Hugo López-Gatell rayó en la desesperación al reclamar a la ciudadanía mexicana el incumplimiento de la Jornada Nacional de Sana Distancia.
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En la que quizá ha sido la intervención más dramática del funcionario federal, reconoció lo evidente: pese a todas las advertencias de acelerar la propagación del coronavirus, la mayor parte de la población mexicana no ha hecho caso de la orden de abandonar las calles y guarecerse en su casa.
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El concepto de la sana distancia no ha permeado, y miles de personas en todo el país siguen exponiéndose a ser la próxima estadística en la lista de contagios y, en el peor de los casos, defunciones.
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Sí, hay un alto porcentaje de mexicanos que, pese a las evidencias, no ha tomado en serio la gravedad de los días que vivimos y sigue en las calles. Ellos serán responsables de la propagación de la enfermedad.
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Pero no son los únicos. La tragedia de López-Gatell, y del gobierno de la 4T, es que también serán señalados como copartícipes del desastre.
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Y todo por las actitudes de su jefe, Andrés Manuel López Obrador.
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Anoche, López Gatell dijo que la fecha límite para tener oportunidad de evitar el repunte descontrolado de los contagios ya se había cruzado, pues la línea se rebasó el 23 de marzo.
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Ese día, precisamente, López Obrador difundía en un video la invitación a que los mexicanos no debían quedarse en casa, sino salir y consumir.
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La completa contradicción. Si el gobierno federal espera que el viraje en su postura, de pedir que la gente siguiera en las calles a exigir el respeto a la cuarentena, sin que se lo hagan notar, es mejor que se desengañe.
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El desastre que se pinta en los próximos días tiene una responsabilidad compartida, de los ciudadanos indolentes y de un gobernante dominado por las ocurrencias.
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El Hospital Central debería ser el estudio de caso sobre cómo meter a una institución en un desastre financiero.
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Simplemente, se ha convertido en una máquina de perder dinero. Sí, por la mejor de las causas: la salud de los que menos tienen, pero a un costo enorme.
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Y aún así, el Ignacio Morones Prieto podría convertirse en el campo de batalla contra el coronavirus, en caso de que las cosas
se compliquen.
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Esperemos que el rescate federal pueda terminar con el círculo vicioso que drena de recursos a la institución, pues sólo eso podría rescatarlo del desastre.
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¡HASTA MAÑANA!
