Aleteo viral

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Corren las noticias sobre quién se ha contagiado o quién sospecha estar contagiado.

Y empieza uno a sentir que esto es real. Que hay un agente invisible robando la salud de la gente: gente que se cuida y gente que no. Y sigue siendo un misterio la forma de contagio.

“Hola: estuve contigo hace un par de días y quiero decirte que di positivo para Covid19” reza posible mensaje que se debiera mandar cuando la sospecha se confirma.

Entonces se cruzan la psicosis y la necesidad de mantener la calma: “Negativo” y un emoji con aplausos aparece por mensaje de whatsapp, y con ello, uno ve como se aleja el fantasma invisible, devorador de la tranquilidad de cualquiera que llegue a entrar en ese círculo.

“Se nos anda apareciendo el chamuco” dirían los grandes de otras épocas y otras edades. “Castigo divino versión 2020”, dirán actualmente algunos contemporáneos. Hoy todos pensamos en relación a tal fracción venenosa de gotículas o esporas de las que parece estar compuesto ese mínimo ser vivo que, sin ninguna aparente inteligencia, está colapsando sistemas de salud y la economía mundial.

No falta que por nuestras ideas se cuele la ligera sospecha de que esto es un complot para deshacerse de un porcentaje de la población mundial. No faltó quién le cargara la responsabilidad a China o a otro poderoso tigre asiático. 

Y nuevamente la ficción de una guerra apoyada en armas biológicas no es una ocurrencia del cine moderno o posmoderno. Ya algunos escritores visionarios lo adelantaron y nosotros lo digerimos como literatura de entretenimiento, sin caer en la cuenta del potencial que se estaba gestando desde principio de siglo o más allá, tal vez.

Así, la realidad se ha vuelto una escena común de los ahora desiertos estudios de cine y televisión. Ha caído con un peso que no alcanzamos aún a dimensionar mientras nuestras rutinas se han acomodado a un proceso de adaptación que tampoco termina por definirse. Cargamos – por si las moscas- con un “detente” en la cartera y un kit con cubrebocas, gel, alcohol. Y caretas de varios estilos y grosores.

Nuestra despensa ya alberga productos sanitizantes (¿?) y nuestros botiquines se han expandido con aparatos que miden presión, oxígeno y temperatura. El estado de alerta se encuentra a flor de piel y convive con sesiones de meditación vía zoom y reuniones sociales en google meet.

Empezamos a preguntar en dónde podemos encontrar el dióxido de carbono, quién aplica las pruebas rápidas y qué laboratorios, las no tan rápidas con sus respectivos costos. La alerta crece o al menos se mantiene: 151 contagios y ochos muertos la cuenta de ayer martes. Y nosotros de testigos: algunos atarugados y otros sobre-exaltados.

Queda esperar pues este enemigo, el cual no vemos ni sentimos su invasión, está mariposenado en nuestro espacio vital y se alimenta de nuestra respiración, nuestra humedad corporal y nuestro aire. 

Al menos hay que procurar no ser caldo de cultivo para su reproducción y intentando mantener la calma, que es lo único que hasta hoy podemos hacer.