AMLO, primer año

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“El que sobrevive es el poderoso”, planteó Elías Canetti en su célebre texto “Masa y poder”. En efecto, actualizada a nuestro tiempo y circunstancia, se podría decir que el gobierno de AMLO ha sobrevivido a tantas apuestas de variados enemigos para verlo fracasar en este primer año de su mandato, al punto que, hoy, es más poderoso en el imaginario popular. No es gratuita esa percepción, tiene larga data y es dable recordar que viene desde antes, incluso, del primer intento por hacerse de la presidencia de México en 2006, hasta llegar en 2018 al momento culminante del hartazgo social acumulado. Una revolución pacífica tuvo lugar el año pasado, conteniendo el elemento esencial que señalara Trotsky para el caso de la revolución rusa, pero de indudable centralidad en todo movimiento amplio de cambio social: la concurrencia de las masas en la modelación de su destino, no tanto por la expectativa de un mejor futuro como de la imposibilidad de seguir soportando los agravios del pasado y del presente. 

Ciertamente no es fácil desmontar el cúmulo de nudos gordianos creados perversamente por el viejo régimen político para sostener tanta corrupción e impunidad, al extremo de institucionalizar esas prácticas viciadas. Puede darse cierta concentración del poder pero, siguiendo a Canetti, sólo así es posible la sobrevivencia en un medio hostil. Pero no se puede hablar de autoritarismo si no se ha violentado por la fuerza el frágil equilibrio social. Se puede conceder que hay retos pendientes para resolver, como el de la persistente inseguridad, pero nunca más al precio de una represión indiscriminada que termine por hacer de la necesidad virtud. La ponderación de la vida como el bien superior es un giro radical en la forma y fondo de considerar los alcances del poder estatal, más allá de la típica postura que monopoliza el uso (y abuso) discrecional de la fuerza. Es un cambio sustancial que, por supuesto, nada tiene que ver con la simpleza de cuestionar, “ad nauseam”, frases coloquiales como “fuchis” y “guácalas”.         

Que la economía nacional no ha crecido como se esperaba en este primer año, es verdad. Sin embargo, tampoco ha sido la catástrofe que se vaticinaba como rápida lápida para un proyecto que pretende detonar un desarrollo fincado sobre bases distintas del modelo neoliberal. Hay una mejor redistribución del ingreso estatal, apoyando sectores vulnerables de la población y con la expectativa de un programa de inversión en infraestructura para el próximo año que, se espera -y así se ha ofrecido por el presidente AMLO-, como clave para salir del atolladero que, en buena medida, se tiene como herencia de tanto despilfarro y saqueo de funcionarios “gandallas” de gobiernos anteriores y que poco faltó para que pusieran rueditas a bienes públicos emblemáticos como el palacio nacional -y otros- para ofertarlos al mejor postor (como hicieron con tantas empresas del Estado que manejaron como negocio propio). 

¿Reivindicar una “economía moral”? Pues sí. Frente a la manipulación de las necesidades materiales más apremiantes de la población más desprotegida, se apuesta terminar con la mediación corporativa y política que, descansando en la deleznable práctica de moches, ordeñas y demás tranzas burocráticas, acaba por empobrecerla -material y espiritualmente- aún más. Acabar con esa “economía de los pobres”, agudizada por el modelo neoliberal, es un imperativo moral que, siguiendo a Edward P. Thompson en su clásico sobre la “economía moral de la multitud”, se requiere para cuestionar sobre el derecho que podría tener una minoría económica o política para obligar a padecer hambre, escasez o alza irracional de precios a una mayoría social. En fin, son tantos temas que habría que considerar para ponderar el saldo de este primer año de gobierno federal, pero la esperanza de un cambio verdadero permanece como horizonte plausible de realizar.