Asuntos pendientes

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Parejas he conocido muchas. Gente que por misterios de la vida, acaban compartiéndola. Una anciana que conocí decía que hacer pareja y vivir en ella, es  el misterio por antonomasia y lo demás son fregaderas. Se podrá descifral el DNA, encontrar la partícula de Dios,  probar que hay vida en otros planetas, pero jamás se podrá entender a plenitud cómo una persona decide que quiere vivir con otra y compartirlo todo. 

A la mitad de la vida he visto ya bastante. Mis amigos optaron en cierto momento por compartir sus aventuras con alguien más. La mitad de ellos, siguiendo las estadísticas nacionales, continúan con la misma persona. El resto decidieron separarse. Hubo casos dramáticos y telenovelescos, otros racionales y sosegados. Unos pocos han vuelto a emparejarse, otros quedaron curados de espanto o simplemente ya no es tema que les interese. En cualquiera de los casos, todo se sumerje en un misterio neblinoso. Han fallado incluso los mejores pronósticos y quienes se supone deberían seguir juntos, acabaron en encarnizada lucha por  definir quien debía conservar la mini van. Otros a quienes se les auguraba no más de un par de años, han logrado traspasar la década y  parece que seguirán. 

El paso de los años parece vanal. Uno va acostumbrándose a escuchar cómo es que fulano se separó o perengana se juntó. Todo va convirtiéndose en una noticia tan trival como saber que subió el kilo de tortillas. Recuerdo, en contraste, la emoción de secundaria, cuando escribir en el pizzarrón dos nombres enmarcados en un corazón era todo un acontencimiento, porque señorita Y había decidido darle el sí a jovenazo Z. La noticia del nuevo romance flotaba en el ambiente por días, y la comunidad adolescente se emocionaba como si el flechazo fuera propio. Con los años uno entiende que los romances juveniles son pasajeros y sin otro fin que hacernos la vida dulce. Luego, las idas al cine, las vueltas en la plaza se diluyen ante la toma ordinaria de las cosas serias de la vida y sin darse cuenta, uno se hace adulto, con problemas de adulto y buscando soluciones de gente grande. Sin saber, la vida se vuelve monótona y lo ordinario comienza a invadir hasta volvernos aburridísimos. 

He visto parejas que se sincronizan como para nomás esperar a morirse. Ese es el menor de los problemas, siempre y cuando ambos estén en la misma página. He conocido a otros donde solo uno es el que busca probar nuevos sabores  de helado, y el otro comienza a juzgar a la pareja por no irse a la complaciente seguridad que otorga una nieve de vainilla. Esas parejas me intrigan en la misma medida que me desconciertan. Nunca acabo de entender por qué siguen juntos.  He visto también parejas que verdaderamente han luchado por su relación. Pienso específicamente en una querísima dupla que debido a su homosexualidad han tenido que sufir, sin exageraciones, rechazos, malas caras, violencia, desempleo, exilio. Se tuvieron que ir a casar a la Ciudad de México porque lo suyo era serio. Tan serio como para querer incluirse mutuamente en sus seguros de gastos médicos, en sus testamentos y en sus cuotas del Seguro Social. Ahí los arropó una veintena de amorosos familiares y amigos, mientras acá, burlándose bajo la capa de una falsa tolerancia, los siguen tratando como la pareja de raritos. Poco cuenta si ambos son profesionistas inteligentes y cálidas personas. Su resistencia es también un misterio. En teoría podríamos caer en un falso romanticismo: amor a prueba de todo, luchando contra todos. En lo ordinario de la vida, duele saber que no fueron incluídos en la boda de la prima porque… bueno, se verían raros.  No hay nada de romántico en el dolor, por mas que cientos de novelas digan lo contrario.

Una amiga se separó definitivamente a principios de año. Hace poco hablábamos de lo difícil que está siendo esta etapa en su vida. Como a todo mundo, la pandemia la ha golpeado por cada frente y aquello pareciera aforismo Churchileano: un dia es sangre, otro sudor, otro lágrimas. Sin embargo, me decía, todo hubiera sido peor si el encierro le hubiera agarrado con el hombre con el que vivía  y teniendo pendiente trámites legales. Ella fue la que se salió del lugar donde vivían, no porque tuviera a dónde irse, sino porque sencillamente ya no cabía en ese lugar. Si se hubiera quedado a pelear metros cuadrados, seguramente seguiría ahí, encuarentenada con un tipo que resultó ser un actor muy convincente. “Eres otro”, decimos a veces, y en realidad, todos somos otros distintos al día en que optamos por vivir en pareja. A veces, esos otros resultan ser incluso mejores de los jovencitos que fuimos. Otras no. No hay fórmula, ni método científico que prevea que de pronto, la chica encantadora, el tipazo cordial, se conviertan en la peor versión de sí mismos.

Este último par de semanas tres parejas cercanas han celebrado aniversarios ya más cercanas a la segunda década que a la primera y me sigue pareciendo un misterio que procuro descifrar al estar nosotros también en el inicio de la mayoría de edad matrimonial.  Veo, sin embargo, una variable en común en ese grupo: cada uno trata a su respectiva pareja como un asunto inconcluso y no como un rompecabezas armado y hasta enmarcado. Quizá el chiste sea sumergirse en el enigma y vivir en la constante búsqueda para descifrar al otro como si buscásemos el final  de un agujero negro en la galaxia. Porque a fin de cuentas, eso somos: misteriosos asuntos pendientes.