No sé si esta noche (del martes para los lectores), los perros podrán dormir mejor sin el sufrimiento de cuetes y demás pirotecnia con que solemos celebrar “nuestra independencia”. Yo espero que sí.
Tenemos un montón de lluvia como casi siempre en estos días, pero la tenemos en un contexto sexenal diferente.
Me pregunto si podemos jactarnos de independientes. Si somos -como ciudadanos- más libres pues la palabra independencia implica que nos hemos liberado de algo; en este caso del imperio europeo que, a decir de algunos, vino a terminar con nuestra idiosincrasia, nuestras creencias, nuestras celebraciones, nuestros sangrientos rituales y nuestro estilo de vida de sociedad de castas.
Independencia -dice aquí la red de redes- se entiende como “Condición del territorio que no depende políticamente de otro”. Sus sinónimos como apuntaba antes: libertad, autodeterminación, autonomía, emancipación, entereza…
En un mundo globalizado y en un país con las peculiaridades del nuestro, pregúntemonos qué tanta libertad tenemos y tendremos, y cómo está siendo amenazada esa libertad?
¿De qué tanta autonomía alimentaria, tecnológica y/o científica, gozamos el día de hoy en el que el maíz se importa, las gasolinas también, y la ciencia viene del extranjero?
Y ¿qué entender como autodeterminación o emancipación si nuestra masa crítica está supeditada a un salario mínimo o a una dádiva extraordinaria por motivo de la crisis?
Me cuesta pensar en un México con una libertad que no esté acotada por los candados oficiales y los poderes de facto como la delincuencia organizada, los carteles de la droga y los derivados que se generan de ambos.
Lo que no me cuesta pensar -porque está ahí, visible y palapable-, es en el empuje que los ciudadanos de hoy tienen y detentan ante el arrinconamiento económico y social que vivimos. Veo no solo una nueva generación que busca y trabaja por un México de libertades.
Y no solo es esa generación de finales de los 90 y principio de siglo. Hay un bloque de gente madura que despierta porque nunca como hoy vive lo que en 40 o 50 años había vivido aún a pesar de experimentar devaluaciones y ocurrencias de final de sexennio.
No solo hay brotes que se manifiestan tomando avenidas o recintos; pintando consignas en monumentos y edificios embemáticos. Alcanzo a ver un brote de conciencia, un brote espiritual, un brote intelectual que aunado a la fuerza demostrada en esas avenidas, deberá llevar a una coyontura, en donde autoridades y ciudadanía entendamos el valor de ambos para el equilibrio de una sociedad más justa y por lo tanto más feliz.
Quizá por ello me atreva a celebrar, si no la independencia sucedida al vuelo de campanas, sí una independencia individual, un sentido de pertenencia a un suelo, un territorio que no tiene fronteras de idiomas, lenguas o dialéctos. Una independencia que nos permita celebrar en calles o en hogares que estamos bien, que hay una forma honesta de ganarse el pan de todos los días, que no hay temor por esos poderes que amenazan nuestras vidas y nuestros patrimonios. Que podemos imaginar un México en el que asumen su papel autoridades y ciudadanía para ejercer la libertad que se pinta de colores que no se borran al siguiente día con las noticias de la mañana.
Y sin pirotecnia ni castillos que se esfuman en menos de tres minutos, vivámomos no solo como mexicanos libres de la corona española, sino como ciudadanos del mundo que aspiran a vivir lo mejor, en este territorio en el que compartimos tierra y sol.
¡Viva México, vivamos todos!