Desde que llegó al mundo me quedó claro que Padawan Solo, mi hijo menor, haría siempre las cosas a su tiempo y como se le pegara su regalada gana. En esos días yo veía llegar el fin de mi embarazo sin trazas de que el muchacho quisiera salirse de mi cuerpecito, que para esas alturas, ya no podía con un gramo más. El chico nació poquito después de la semana cuarenta y casi sin esfuerzo. Llegó cuando quiso y de eso, acaban de cumplirse diez años.
Cumplir años en contingencia sanitaria y con cuarentena encima podría resultar abrumador, sobre todo si uno es de sangre ligera y espíritu festivo. Padawan Solo conjunta ambas cualidades y creo que de esta familia, es quien tiene el espíritu más flexible. Por tanto, el chavo no se rompe fácil. Como Han Solo, mi hijo es rebelde, necio como una mula y no se calla lo que piensa jamás. Es noble, espontáneo, divertido, cariñoso, entrón, irreverente. Todo lo anterior le ha alejado por completo del tono de tragedia que podría significar para un niño como él, cumplir una década sin pachanga alguna.
Mi hijo está perfectamente consciente de lo que está pasando. No ha ido a la escuela desde el martes 17 de marzo. No ha visto a sus amigos del salón desde entonces, ni tampoco a sus colegas de natación, ni a sus compas scouts y los extraña, pero sin dramas ni nostalgias. Nos ha preguntado por el virus y le hemos explicado con toda la información que tenemos disponible proveniente de fuentes científicas serias. En casa creemos que los mayores miedos vienen de aquello que no conocemos; por eso, a los miedos hay que atacarlos con información. Los niños son niños, no idiotas, por tanto, decirles que “no pasa nada”, que “son vacaciones, pero no podemos ni salir al súper, ni al parque, ni a la plaza”, es un insulto a su inteligencia. Claro que pasa y ellos deben saberlo para no crearles un nuevo monstruo viviendo debajo de la cama.
Padawan Solo es un tipo listo y precisamente por lo mismo, sabe adaptarse a lo que hay. Por supuesto, no iba a dejar que su cumpleaños pasara desapercibido. Nos organizó para desvelarnos un día antes hasta que nos dieran las doce de la noche para felicitarlo en el primer minuto de su cumpleaños, cenar pizza con pastel de nieve y hacer pijamada durmiendo todos en la estancia. Vimos películas, jugamos, salimos a ver el cielo con binoculares y nos dormimos sobre tendalitos dispuestos ex profeso para la ocasión. Ninguno de los cuatro asistentes a la fiesta nos la pasamos mal. Al contrario, estuvimos relajados y contentos. Porque en estos días, hay que vivir dentro de las pequeñas islas de paz que cada quien se construya y ser felices. Así, siguiendo instrucciones precisas, lo despertamos al tenor de Las Mañanitas en voz de Pedro Infante.
Si algo he aprendido de Padawan Solo en estos años, es a afrontar la vida adaptándose a las circunstancias sin que los cambios supongan un drama griego. Cuando se enferma, es la persona con mejor actitud del universo. Si lo regañan, encuentra siempre el comentario preciso para hacer ver que de todas formas, a él no le faltaba la razón. Si quiere algo, no lo piensa mucho y se lanza bajo la premisa de “suéltalo, total.” Al chavo le han gustado las clases que ha tomado vía remota, ha cumplido con las obligaciones académicas a su ritmo, ha jugado, cocinado, se ha reído y se pintó el pelo de azul, junto con su hermano, que lo eligió verde: “-Es justo el momento de hacer esto, porque luego en el colegio seguro nos regañan.-” Su filosofía es cierta. Hay que hacer las cosas en el momento que se pueda porque bien lo hemos comprobado este año, la vida se burla de lo ingenuo de nuestros planes. Ahí es cuando uno debe aprovechar para pintarse el cabello de colores.
Hoy escribo en honor a ese chico que tiene en su haber la adaptabilidad que se requiere para disfrutar esta vida incontrolable. Y justo ahora, al tiempo que me ve, baila hacia su cuarto, sonríe y me lanza un beso al aire con sus manos. Yo lo cacho y deseo que el compás natural que tiene con el universo lo acompañe por siempre con el cabello pintado de colores.