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Chilaquiles con indolencia

Por Luis González Lozano

Octubre 11, 2025 03:00 a.m.

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Al igual que la receta de los chilaquiles, intrascendente y sencilla, así parecen tomarse muchos ciudadanos el civismo y la vida pública. Con la misma ligereza con que se prepara el desayuno, observan lo que ocurre en su comunidad, en su estado y en su país. Todo se reduce a un gesto rutinario: mirar, murmurar, encogerse de hombros y seguir con la vida, siempre y cuando no falte la salsa y el plato llegue caliente.

La política se volvió para muchos lo mismo que la cocina rápida: algo que se improvisa con lo que hay, sin preguntarse demasiado qué contiene. Nos acostumbramos a consumir sin pensar, a participar sin involucrarnos, a opinar sin actuar. Es la receta perfecta para un país que se sirve a diario con una guarnición de apatía.

Dicen que no hay mejor desayuno mexicano que unos buenos chilaquiles. La receta es sencilla: se toma lo que sobró del día anterior —tortillas endurecidas, salsa recalentada y queso que ya vio mejores tiempos—, se mezcla todo con buena voluntad y se disfraza de tradición. En el fondo, los chilaquiles son un acto de fe: la esperanza de que, con suficiente crema y cebolla, la resignación también sepa a patria.

Primero, se fríen las sobras. Como en la política, donde los discursos de hace veinte años se sirven de nuevo con guarnición de promesas. Luego se baña en salsa, verde o roja, porque aquí todo se reduce a bandos: los que creen y los que simulan. Después se espolvorea un poco de queso para decorar, porque la apariencia sigue siendo nuestro condimento favorito. Y se sirve caliente, que el fuego no es para cocinar, sino para distraer.

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Así se cocina también este país: recalentando la esperanza cada sexenio, sazonando la indignación con memes, y adornando la indolencia con patriotismo de temporada. Mientras los chilaquiles hierven, el ciudadano bosteza frente a una reforma judicial para que los jueces se elijan por voto popular, como si la justicia fuera un concurso de popularidad. Aplaudimos con hambre mientras se derriten los derechos en la sartén de la improvisación.

Y cuando no estamos friendo leyes, refreímos la democracia. Una reforma a la ley de amparo amenaza con dejar a los ciudadanos sin defensa, pero los potosinos están ocupado viendo quién cantará en la FENAPO o qué artista llenará la Arena Potosí con dinero público sin transparencia. No hay rendición de cuentas, pero sí boletos agotados. La corrupción se disfraza de espectáculo, y la opacidad se endulza con luces LED.

En San Luis Potosí y en buena parte del país, la sociedad parece anestesiada. Vemos cómo se talan los árboles, cómo los cerros se mutilan, cómo los ríos se llenan de espuma y los cielos de polvo, y seguimos desayunando como si nada. La devastación se sirve a diario, acompañada de una salsa de indiferencia que no pica, pero adormece. Lo trágico es que lo sabemos, pero no reaccionamos. Nos acostumbramos a vivir con el olor del gas, confiando en que no explotará.

Quizá el problema no sea la corrupción, sino la costumbre. La rutina de mirar hacia otro lado, de conformarnos con lo que haya. Nos hemos convertido en consumidores de desastre: lo vemos, lo criticamos, lo compartimos, y lo olvidamos al instante. La indignación dura lo que tarda la salsa en enfriar.

Los gobiernos —de cualquier color— aprendieron la receta: mantenernos ocupados con el menú del día, mientras cocinan en secreto los verdaderos ingredientes del poder. Entre tanto, la justicia se sirve fría, la transparencia se esconde bajo la servilleta y los derechos se desmenuzan como pollo barato. Y cuando alguien protesta, lo llaman revoltoso; cuando alguien exige, lo tildan de exagerado.

Quizá los chilaquiles sean la metáfora perfecta de nuestra vida pública: suaves, sin forma, bañados en la salsa que otros eligen. Nos los sirven tibios, y los agradecemos. Los comemos sin preguntar de dónde viene la receta ni quién cobra por prepararla. Tal vez ya ni siquiera tengamos hambre de justicia, sino solo apetito de distracción.

Y cuando el plato se vacía, solo queda el eco de la costumbre: esa sensación de que nada cambia, porque nadie quiere ensuciarse las manos.

¿Qué queda del ciudadano cuando todo se decide por él?

Delírium Trémens. Mientras seguimos desayunando indolencia, todavía hay quienes creen que la participación ciudadana puede rescatarse. Este lunes 13 de octubre de 2025, a las 10:00 a.m., en la Escuela de Sordos Hermenéutica (Xicoténcatl 835, Barrio de San Miguelito), las organizaciones Cambio de Ruta A.C., Hermenéutica A.C. y la Coalición Movilidad Segura SLP, ofreceremos una rueda de prensa conjunta para exigir al Estado procesos accesibles, transparentes y con buena fe en las consultas a personas con discapacidad, entre otros temas de interés ciudadano. Tal vez ahí, entre palabras y acciones, encontremos el eco que tanto le falta a la conciencia pública.