Desde la ventana

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Ya no es novedad estar en casa, ni novedad es el aumento de los contagios, desafortunadamente.

Entramos de facto a la nueva normalidad y no por decreto, más bien siguiendo la inercia de un encierro que inició con la sorpresa y el riesgo a morir y que hoy continua, pero con una sensación de cansancio y desesperanza para muchos. 

No hemos abierto por completo las puertas a una nueva forma de estar en sociedad, en familia y hasta en la intimidad, cuando el quiebre financiero se presentará después meses de largo aviso. Llegará y nos impondrá nuevas formas sobre las cuales tendremos que adaptarnos. Ése será el reto que habrá que encarar en el corto plazo.

El 2020 nos ha traído a una realidad irreal que ya es fuente de inspiración para escritores y cineastas y que existía entre nosotros, como parte de ese bagaje de ficción con el que hemos crecido, junto a relatos de Julio Verne y otros visionarios.

La incertidumbre sobre el comportamiento de esta enfermedad va en aumento pues cada día nos damos cuenta del tamaño de la ignorancia entre quienes podrían orientarnos: científicos, autoridades y médicos. Ha sido un tema fuera de sus manos.

Pero han sido las mentes soñadoras, las mentes creativas, los espíritus inquietos quienes han podido sobrellevar y apoyar a quienes más abandonados se sienten, a enfrentar estos momentos.

Hemos sabido de centenas de decesos, de miles de contagios, de una gran cantidad de asintomáticos, así como de decenas de personas que niegan lo que pasa o que son indiferentes a la gravedad del tema. Nombres y apellidos de una y otra zona de cada ciudad se reportan enfermos, graves o en estado de crisis pues este viento enfermo, tarde o temprano lo respiramos todos.

Nos queda el refugio en el hogar a quienes tenemos la fortuna de contar con ello.

Así, el sol sigue saliendo cada mañana y el clima cambia conforme transcurre las horas, los meses y las estaciones. La mayoría del tiempo lo atestiguamos desde la ventana, el automóvil o la puerta de la casa a la calle. 

Pero fundamentalmente, la vida se ha trasladado a las pantallas de diferentes dispositivos.

Ahí también trascurre nuestro tiempo pandémico. Desde ahí, estudiamos, trabajamos, nos entretenemos, reflexionamos, nos ejercitamos y si tenemos suerte, meditamos.

Las pantallas son ahora, un alargamiento de nuestras extremidades superiores, de nuestros ojos y nuestros cerebros. La mente lo capta, el corazón lo siente o lo resiente, sabe que aún creyendo que sabemos que todo ha cambiado, no nos hacemos conscientes de esos cambios.

Seremos parte de una historia que no sabemos cómo se contará. Si como vencedores o como vencidos. 

Aún así, con este panorama adverso, me aferro a la alegría por la lluvia desmesurada de los últimos días, al nacimiento de muchos bebés porque en ellos se deposita la esperanza de que la vida, aunque puede ponerse peor, siempre será digna de vivirse y agradecerse.