Con efectos que van de la risa al llanto y de regreso, hay noticias interesantes sobre ciencia. Pareciera que la gimnasia y la magnesia siguen en el mismo costal, y por eso urgen más difusión y, sobre todo, divulgación de la(s) ciencia(s). Están las ciencias exactas, las aplicadas (tecnología), las naturales, las sociales y las humanidades. La ciencia promovida por el Estado, mediante becas, cátedras, instituciones, apoyo a investigadores y publicaciones, tiene sus clasificaciones de áreas prioritarias, de innovación, tecnología y humanidades.
Un debate bien canalizado sobre las políticas de la nueva administración federal en cuanto a ciencia (y cultura, obviamente) puede ser enriquecedor. Desde el nuevo nombre del órgano rector (Consejo Nacional de Humanidades, Ciencia y Tecnología, Conahcyt) hasta el otorgamiento de becas, las plazas, los estímulos, la ultraespecialización, las publicaciones y otras prioridades nacionales.
Hay quienes (incluso científicos, incluso funcionarios) consideran que las sociales no son ciencias; que mucho menos las humanidades. No son exactas, medibles ni comprobables mediante experimentación, arguyen. Y por eso, porque hay quienes lo creen, se han suprimido de la currícula de educación básica en diferentes épocas materias como civismo, redacción o filosofía.
Y así nos va: la mala calidad de nuestra comprensión lectora, y sus consecuencias en la rala distinción entre lo literal y lo metafórico, se refleja en trabajos escolares, seguimiento de instrucciones, reducción de la memoria o hasta en los comentarios en las redes sociales. Ya no bastan las comillas o las referencias, hay que explicarlo con manzanitas. O con emoticones, que es lo mismo.
Lo importante es conocer los métodos de cada área, las posibilidades d conocimiento que se dan más allá de la experimentación: lo documental y el trabajo de campo en las áreas sociales es vital. Se requiere observación, aplicación de herramientas cuantitativas y cualitativas.
Experimentar es uno de esos factores que nos hacen humanos. A base de prueba y error es como avanzamos, y el camino para llegar a cierta meta es variable según lo que queramos obtener. Alguien se bañó en una tina, a oro le cayó una manzana, uno más vio que la viruela de las vacas inmunizaba a los humanos…
Y sí, en en la tecnología hay intereses, como en todo lo que pueda producir ganancias. La industrias extractivas son de las que más daño hacen, y hay empresas que no se tientan el corazón para experimentar con animales o vender un producto sin pensar en las consecuencias. Sí, hay que tener cuidado con lo que nos venden. Pero de ahí a creer que todo es un montaje y caer en la conspiranoia hay pasos. “El hombre no llegó a la luna”, “hay extraterrestres viviendo entre nosotros”, “todo lo que hace mi partido político está bien”, “sí se parece a Juárez”…
Hay quien cree que la tierra es plana o que las vacunas son un truco de las farmacéuticas y que con la sola fe o con medicina alternativa (productos milagro) se puede sanar hasta el cáncer.
Hoy que se habla de “ciencia de frontera” y de “autonomía”, ojalá se puedan revisar y apoyar los esquemas de difusión, divulgación y promoción englobados en lo que se ha dado en llamar “comunicación de la ciencia”.
“El nuevo CONAHCYT será el Consejo de las Humanidades, Ciencias y Tecnologías, fomentando el concurso de todas las áreas del conocimiento, incluyendo las ciencias sociales y humanidades en favor del desarrollo científico y tecnológico con responsabilidad ética, social y ambiental, dice un mensaje en Twitter del todavía Conacyt. Su directora, Elena Buylla, publicó como añadido: “las humanidades implican la filosofía y la ética. Los problemas que tiene la humanidad son consecuencia de desarrollar a ultranza ciencia sin considerar sus impactos sociales”.
No es lo mismo difusión que divulgación. Ambas son necesarias pero la segunda va más allá de “esparcir”, pues busca incidir en otras esferas, crear públicos. La divulgación es una codificación distinta y se supone que promueve respuestas, participación.
Críticas ante los alushes o la astrología son válidas, pero en el mismo tenor se han puesto a los estudios sobre las diversas culturas y creencias de nuestro país, sobre la historia o las culturas comunitarias, como si la historia, la literatura de tradición oral y la antropología fueran seudociencias en lugar de fuentes o tradiciones. Pareciera que el lenguaje metafórico no tiene cabida en la ciencia, que se ha nutrido de imágenes poéticas y ancestrales para darse a entender mejor, del complejo de Edipo al gato de Schrödinger.
El Conacyt publicó hace unos días: “Mientras que Victor Hugo consideró que la misión del poeta es guiar a los pueblos hacia su destino, Théophile Gautier sostuvo que el arte sólo tiene una función estética”. Una respuesta fue: “Y esto que tiene que ver con ciencia y tecnología?”.
Mucho. Y para eso es necesaria la divulgación de todas las ciencias, que incluye no solo propuesta de lecturas, sino su comprensión y su análisis.
Así se evitarían exabruptos como este que soltó, ay, cierta divulgadora: “Desde el punto de vista estrictamente biológico, la Malinche hizo lo correcto. Eligió al macho alfa, para procrear una prole inteligente y fuerte, con medios para sobrevivir. Eligió al genéticamente más distinto, lo que garantiza diversidad; base del éxito de la evolución”. Lo dicho, confundimos magnesia con gimnasia.
Pero se nos acaba el espacio. Por lo pronto. Seguiremos la siguiente semana. Ojalá en tanto haya retroalimentación.
“Pensar… es el intento intencional de descubrir conexiones específicas entre algo que hacemos y las consecuencias que resultan, de modo que los dos se vuelvan continuos”, dijo Dewey, el de la clasificación de documentos.
Posdata: Memes aparte, qué bueno que ya mucha gente sabe ya al menos que en San Luis Potosí hay un municipio que se llama San Antonio. Tiene menos de 10 mil habitantes, la mayoría tének, y la migración es para muchos la única salida ante el olvido oficial. A ver si así tine la atención que se le ha negado.
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