Al día de hoy continúa la interrogante sobre por qué Miguel Hidalgo no entró a la Ciudad de México, a principios de noviembre de 1810.
Los especialistas en la historiografía independentista proponen diversas causas, la más aceptada es el impedir (como había ocurrido en Guanajuato) un baño de sangre y el desmedido saqueo, imposible de controlar; otros agregan la consideración de la escasez alimenticia frente a su numeroso contingente; se argumenta también la ignorancia sobre las defensas de la Ciudad y su falta de armamento.
Hay quienes suponen que la entrada a la capital del virreinato, hubiera sido cosa sencilla para un ejército de más de seis mil individuos. Recordemos que en ese momento la Ciudad de México, apenas si tendría unos 200,000 habitantes.
Pocas veces se considera, una carta escrita por el propio Hidalgo, en la que explicaba la situación de los hechos, en aquel momento. No creo que sea la causa verdadera, pero en el entendido de aquellas circunstancias, podría justificar parcialmente el hecho.
“El vivo fuego por largo tiempo mantuvimos en el choque de las Cruces debilitó nuestras municiones, en términos que convidándonos la entrada a México las circunstancias en que se hallaba, por este motivo no resolvimos su ataque, y sí retroceder para habilitar nuestra artillería. De regreso encontramos al ejército de Calleja y Flon, con quienes no pudimos entrar en combate por lo desproveído de la artillería; sólo se mantuvo un fuego lento y a mucha distancia, entre tanto se daba lugar a que se retirara la gente sin experimentar quebranto, como lo verificó.
Esta retirada necesaria por las circunstancia, tengo noticia se ha interpretado por una total derrota, cosa que tal vez puede desalentar e imponga a los habitantes de la ciudad, en que de la retirada mencionada no resultó más gravamen que la pérdida de algunos cañones y unos seis u ocho hombres que se ha regulado perecieron o se perdieron; pero que ésta no nos debe ser sensible, así porque el día está reunida nuestra tropa, como porque tengo montados y en toda disposición 40 y tantos cañones reforzados de 12, 16 y de otros calibres y en diversos puntos, por lo que concluidos los más que están vaciando y proveídos de abundante bala y metralla, no dilataré en acercarme a la capital de México con fuerza más respetables y temibles a nuestros enemigos.”
El texto muy a propósito del caso
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El operativo militar y policiaco que posibilitó anteayer, en Culiacán, la captura–no captura, de Ovidio Guzmán (hijo del Chapo Guzmán), generó por sus lamentables resultados todo tipo de comentarios encaminados a denostar o defender, la figura del presidente de México.
Por un lado, los defensores a ultranza, enloquecidos frente al embate de los malquerientes gratuitos y a sueldo de AMLO; por el otro, una infinidad de políticos opositores, y líderes de la opinología de derecha, se le lanzaban a la yugular. En ambos casos se evidenció –una vez más–, la abyección y servilismo de los primeros, y la vileza de los segundos.
No hay necesidad de ir hasta la Ciudad de México, para darnos cuenta de cómo estuvo el asunto. Aquí, en esta ciudad, destacan cinco botones del muestrario.
El presidente del PAN en el estado, Juan Fascista Aguilar, criticó que López Obrador, gobernara de rodillas ante la delincuencia organizada. Supongo que espera que el país se gobierne como él lo hace con su partido: violentamente y a golpes. Consejos vendo y para mí no tengo.
Xaviercito Nava, el alcalde, señaló: “yo no hubiera dado concesiones a la delincuencia organizada, hubieran planeado bien el operativo; hay que combatir a los delincuentes…”. Afirma quien no pudo organizar ni el desalojo de una mujer sola de una oficialía del Registro Civil. Calladito se ve más bonito.
Esto no es exclusivo de hombres. La diputada Salazar Báez, o quien maneja sus redes sociales, resultó especialista en exégesis de las máximas juaristas; ahora las utiliza contra López Obrador. Ella sí es –no olvidemos– experta en estrategias de ataque alevoso, pensará que acá ya nos olvidamos del video escándalo.
Tampoco es exclusivo de partidos ni cargos públicos. Aldo Torres Villa, el arrogantillo secretario técnico del gabinete, que escribe en redes sociales, dice él, a título personal, pero no pierde oportunidad para exhibir, en la misma red social, su encargo. Anda más ocupado en utilizar la tragedia de Culiacán para criticar a los vecinos de la ciudad de México, que en ocuparse de verdad de San Luis Potosí; prefiere andar faroleando. ¿Así funcionan los itamitas y egresados del CIDE?
El gobernador Carreras, fiel a la costumbre de no echarse malas con nadie, de dejar hacer y dejar pasar, y quizá viéndose en un espejo, resultó prudente y mesurado: consideró aceptable las decisiones del gobierno federal. Si nada más tiene la cara y se mimetiza con sus actos de gobierno, pero pazguato no es.
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Frente a los muchos que gritan casi llorando, por la humillación y fracaso sufridos por la rendición de un Estado fallido, considero –en abono a sus supuestas indignaciones– que sólo hubo deficiencia y precipitación en el mal planeado –si es que lo fue– operativo. Ni hablar de incapacidades, porque ésas se vienen arrastrando desde hace 19 años. No han sabido medirle el agua.
Es –desde mi punto de vista, desde el de la caridad y morales cristianas, que a los potosinos les encanta utilizar según sus conveniencias– más admirable quien claudica, por no arriesgar a una población, que quien buscando legitimarse, sumerge a un país completo, en la sangre de víctimas inocentes. Los daños colaterales.
No le busquemos, podrán decir lo que gusten, pero los mismos que desde ayer claman por una solución férrea, son los mismos que –de haber sido otras las circunstancias –desde ayer estarían gritando: asesino, represor.
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Descanse en paz Guillermo García Navarro, amigo.
Dicen los que saben, y los que no, repiten, que hoy es sábado social, disfrútenlo, pero no se excedan.