En la Huasteca

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Por su exuberancia selvática, plena de especies animales y vegetales, se le ha comparado con el paraíso. Por su calor se le ha comparado con el infierno. De la búsqueda de Edward James a la de Guy Stresser-Pean, de las rutas prehispánicas a los asentamientos ejidales, los sembradíos y sus especies endémicas, la Huasteca potosina se ha transformado a la par de su población.

Entorno florido (Suchitlalpan) o lugar de paso (Panotla). La Huasteca ha tenido diversos nombres: Cuextlan, Cuextecapan o Tonacatlalpan. A sus pobladores originarios se les ha conocido como tohueyome («nuestros amigos»), panotecas («los del Pánuco») y cuextecas o huastecos, lo que puede obedecer a que habitan «la tierra de los caracoles» (cuextli), o haber sido guiados en su travesía hasta allí por Kuextekatl, o por la abundancia de árboles de huaxin.

Jesús Goytortúa, nacido en 1910 en San Martín Chalchicuautla, recordaba en uno de sus cuentos: «Cierro los ojos y vuelvo a verme niño de siete años, más desterrado que radicado en San Luis Potosí. La nobilísima ciudad no me fue grata cuando en el lluvioso final del verano de 1916, cambié por sus canteras mis cañas huastecas. Lo añoré todo: la alimentación y los bosques, los caballos, los ríos, la anchurosa existencia».

Y en 1942 escribió Rodolfo Carlos Elías: 

«Valles celebra un carnaval; hay bullicio y efervescencia en la modesta ciudad que luce, a los azules ojos del turista norteamericano, las joyas de sus grandes hoteles y también de su pintoresco caserío de palma, que cuida celosamente una vegetación robusta y tropical.

»Valles, ciudad triste, rumora anémicamente sus carnestolendas […] hay el chispazo de un sentimiento profundamente humano; hay brotes de entusiasmo y un poderoso anhelo de algazaras y elevaciones que rompe la monotonía de la ciudad joven. […] Valles quiere música y delirios; Valles quiere danzar estrechando la cintura de la vida, para que el producto de su festín forme los techos de la cruz roja... y en realidad nadie piensa en la cruz del desvalido. Existe un vago pensamiento sobre el fin de su entusiasmo; no se perfila con precisión la obra humanitaria. Valles no sabe nada... quiere solamente que la noche cante y que el pie se deslice al compás de un blues.»

Tuve la fortuna y el placer de estar en Ciudad Valles varios días para los preparativos de la exposición fotográfica «San Luis Potosí: segundos al alba, instantes para una memoria compartida» de Gabriel Figueroa Flores, que como parte del proyecto de investigación del mismo nombre, que coordina en El Colegio de San Luis (Colsan) el Dr. Tomás Calvillo Unna, se inauguró el 23 de enero en el Centro Cultural de la Huasteca.

Gracias a la generosidad del director del Centro, Yaspik Cáceres Márquez, pude asistir a eventos, visitas y clases en este magnífico lugar donde el año pasado se realizaron unas 40 actividades artísticas. Una escultura de Emiliano Zapata elaborada por Joaquín Arias, y la plaza llamada Negro Marcelino dan la bienvenida a este complejo a donde acuden unas 280 personas a estudiar piano, batería, saxofón, danza folklórica, guitarra y artes plásticas. Hay también una orquesta de cuerdas y un taller de formación de son huasteco.

El museo del Centro Cultural se llama Tamuantzán, que significa «Lugar de encuentro con las serpientes» y como El Colegio de San Luis cumplió 23 años, pues ambas instituciones fueron inauguradas en enero de 1997 durante una gira del entonces presidente de la república Ernesto Zedillo Ponce de León. Ya desde el nombre disparó en mí muchas ideas, que espero se hagan realidad. Ya les contaré.

En general, pareciera que los rubros artístico y cultural no le importan lo que debieran a los gobiernos, en todos sus poderes y niveles. Muestra de ello es que en la inversión en esta área estamos muy lejos de lo marcado como óptimo a nivel internacional, además de que es a lo primero que se le recorta. Hay carencias, como en todas las instituciones, pero el equipo humano es de primera. 

Las instituciones culturales requieren recursos, pero también cuenta el ánimo de quien esté al mando, de sus trabajadores y colaboradores, para que funcionen. Hay inercias, institucionales, económicas y hasta informativas, para bien o para mal. En el entorno huasteco, el Centro Cultural está en la periferia de Ciudad Valles, y por lo mismo no es fácil para muchas personas llegar. Cuando se fundó el Colsan pasaba igual, no había nada alrededor, y ni siquiera había transporte público que llegara «hasta allá». 

A veces parecieran dos estados, el del altiplano y el de la huasteca, el mundo tének y la Gran Chichimeca, pero como en toda relación, es cosa de entendernos y complementarnos. Como citó en estos días Armando Herrera, secretario de Cultura de SLP, en la reunión para organizar el Festival de las Huastecas 2020: “Yo tengo un gran sentimiento / por lo que mi alma desea, / para expresar lo que siento / falta idioma, falta idea, / falta espacio y pensamiento».

En estos días se hicieron muchos planes, proyectos para este año, entre el Colsan y el Centro Cultural de la Huasteca Potosina. En cuestión de arqueología, antropología, sociología, historia y literatura, hay mucho por hacer.

Yo regresaré a algún taller, a un par de presentaciones, a algunas charlas. La calidez de su gente y los sabores de su cocina son más fuertes que el temido calor. Bien dice la canción, «el que una vez la conoce, / regresa y se queda allá».

Ojalá vaya mucha gente, estudiantes y público general, a ver la exposición. Las fotos tienen su popio guion, explícito en las cédulas que las acompañan. Pero es un rompecabezas de todo el estado: cada quien puede armar su historia, muúltiple en rostros y paisajes. 

Me despido por ahora con unas palabras de Octavio Paz. El texto se llama «Dama Huasteca». 

«Ronda por las orillas, desnuda, saludable, recién salida del baño, recién nacida de la noche. En su pecho arden joyas arrancadas al verano. Cubre su sexo la yerba lacia, la yerba azul, casi negra, que crece en los bordes del volcán. En su vientre un águila despliega sus alas, dos banderas enemigas se enlazan, reposa el agua. Viene de lejos, del país húmedo. Pocos la han visto. Diré su secreto: de día, es una piedra al lado del camino; de noche, un río que fluye al costado del hombre.»