El 29 de diciembre de 1981 en “exaltadas líneas” publicadas en El Heraldo de San Luis, el periodista Juan José Rodríguez dirigía al director de ese periódico, una emotiva carta en la que plasmaba una “emoción, que es mezcla de ira, impotencia y negros presagios”.
Mediante esas líneas, crudo retrato de la situación del último mes de 1981, Juan José Rodríguez, exigía solución inmediata, y castigo a los responsables de dos violentos sucesos ocurridos pocos días antes que concluyera el año. En el segundo párrafo al rememorar y actualizar, fue categórico: “Hace algunos años, en ocasión de un suceso criminal que conmovió a la ciudad, escribí por ahí que tal acontecimiento había permitido comprobar los firmes lazos de solidaridad que caracterizaban a los potosinos, y afirmé que “en esta comunidad lo que hiere a uno nos duele a todos”. Hoy, con verdadero pesar de mi parte, he de admitir que semejante afirmación ya no resultaría del todo exacta, y si quisiera ceñirme a la verdad tendría que decir que aquí lo que hiere a uno nos duele a casi todos.”
En la misma carta, luego de explicar detalladamente los dos casos –uno que dejaría inválido a un niño de 13 años, y otro que mandó a un joven al hospital, con el pulmón perforado–, manifestaba su angustia frente la aparición de “los dementes criminales que han decidido sembrar el terror en la ciudad”, y exponía “la angustia que se siente al salir a pasear por la noche sabiendo que aquí cualquiera puede disparar contra uno desde las sombras”, misma que miles y miles de potosinos sienten […] desde hace unos días.”
Abundaba después en la torpe respuesta de las autoridades: “No hace mucho, a raíz de la ola de robos domiciliarios, que siguen igual o peor a la cual, por lo visto, ya nos estamos acostumbrando, los jefes policiacos con el señor Procurador de Justicia a la cabeza, dieron un consejo a la ciudadanía: si quieren evitar que los ladrones vacíen sus hogares, nunca los dejen solos. […] Sucesos tan lamentables como como los registrados estos últimos días ocurren, es verdad, porque hay locos dispuestos a cometerlos. Pero también es absolutamente cierto que actos criminales de esa naturaleza se posibilitan por la falta de una vigilancia policiaca adecuada en la ciudad.”
Casi para concluir enfatizaba: “Le decía, señor, al principio de esta carta, que aquello de que aquí en San Luis lo que a uno hiere a todos nos duele ya no es cabalmente cierto, y que habría que condicionarlo con un “a casi” todos nos duele. Lo pienso así, lo creo así, luego de ver que casos tan trágicos como el de […] conmovieron a la ciudadanía pero dejaron impávidas a nuestras autoridades.”
“Nadie, desde las esferas del poder público, se tomó siquiera la molestia de lamentar el suceso, menos aún de fijar un plazo perentorio a los jefes policiacos para el esclarecimiento de los hechos y captura de los responsables. Parece como si hubiera dos ciudades. Una, ésta que usted y yo y medio millón más de potosinos habitamos, donde la inseguridad se vuelve el pan nuestro de todos los días, y otra, distinta, distante e imaginaria, en donde no pasa nada, y que es la que se contempla desde los bastiones de la autoridad.”
De hace 38 años, por dos violentos sucesos. Innecesario abundar.
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No hay mucho que decir, aunque seguro los ujieres y aide de camp palaciegos, señalarán enfáticos que son hechos aislados, que las cifras…, que los datos…, que si comparativamente situamos a San Luis frente a Tamaulipas…, que –al igual que el presidente– se tienen otros datos, y que los datos duros son lo que cuentan, lo demás son percepciones. ¿Qué percibieron ellos ahora?
Otros, los ciudadanos de cédula cuarta, percibimos tibios a todos los actores políticos del estado. Todos, sin excepción, lamentaban el funesto suceso, el deceso, la muerte; vaya eufemismos para referirse a un terrorífico asesinato.
Tibios, carentes de moral y de ética, los priístas no tuvieron la entereza y la energía suficientes, para exigir al gobernador una acción inmediata, comenzando por la renuncia de Pineda. A quien lo cuestionó sobre este último asunto, el propio titular del Ejecutivo le respondió que eso era aparte; como si no supiera que va junto con pegado. ¡Señor gobernador!, ¿en realidad es usted limítrofe?
Su participación en el homenaje funerario lo retrata tal y como ha sido en su actuación gubernamental: ausente y en absoluto empático con el sentir generalizado, silente, pusilánime, aterrado frente a aquello que se le ha salido de las manos y que no tiene la capacidad para confrontar ni controlar. De nada sirvió su aterciopelada lengua, presta siempre para la almibarada adulación, o para el hábil escape; en esta ocasión fueron inútiles sus coristas, caudatarios y turiferarios; la realidad se mostró frente a sus ojos.
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Reaccionario al fin, Xavier Nava evidenció que su presencia en la marcha convocada por Sicilia y los LeBarón, tenía razón de ser; no importa que sea candil de la calle y obscuridad de su casa. El motivo, su solidaridad con los enfermos que padecen el desabasto de medicamentos, lo hace extensivo a su persona, quién sabe hasta dónde lo lleve la hemiplejia moral que padece.
No es posible este nivel de insensibilidad en el alcalde, la frivolidad le hizo olvidar que la autoridad municipal es el primer respondiente en estos sucesos que conmocionan a toda una ciudad. Pero ya que en la marcha se ha propuesto realizar paros por cada muerte con violencia que ocurra en el país, propongámosle que marche con los LeBarón y Sicilia en esta ciudad; primero frente a palacio municipal, luego al de gobierno. Así, solidario con sus compromisos políticos, e insensible con la ciudadanía que le dio el triunfo electoral. Vale más un Álvarez–Icaza que cualquier potosino.
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El hecho conmocionó a toda la ciudad y al estado por ser una persona conocida, un político notable, pero día con día nos enteramos de otros crímenes ocurridos con mayor o menor saña. Sobre éstos, pocos –acaso los afectados– dicen algo, y a las autoridades no les importan porque son estadísticas, porque son percepciones.