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Familia y escuela Capítulo 37: Aprendizaje en la tercera edad

Por Gustavo Ibarra Hurtado

Diciembre 02, 2020 03:00 a.m.

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Aprender es un acto natural y espontáneo, inherente al ser humano durante toda su vida. 

La forma de clasificar a una persona en México como integrante del grupo de “Adultos mayores”, tiene diversas maneras de entenderse e interpretarse:

De acuerdo con la Ley de los Derechos de las Personas Adultas Mayores, al cumplir los 60 años, se pasa a formar parte de este selecto grupo, llamado todavía por algunos como la “tercera edad”; no obstante, que tu salud se encuentre en perfectas condiciones, incluído el estado físico y hasta tu cordura y estado mental.

Es perfectamente comprensible entonces que, para las personas que han llevado un ritmo de vida saludable y que se encuentran gozando armónicamente de todas sus facultades, les sea un tanto difícil el aceptar formar parte de este grupo: “…me siento perfectamente” “…no me duele nada” “…no me siento viejo” “…puedo realizar perfectamente todas mis actividades” “…me puedo agachar, correr y hasta bailar”.

Por supuesto que la mencionada ley es un gran logro social, dado que plantea en nuestro país, de manera legal, los derechos de todas las personas mayores a esa edad, estableciéndolas como una prioridad y una forma de “…revalorarlas, ya que son la memoria y cimiento de lo que hoy es nuestra gran nacio´n”.

Desde un punto de vista laboral, el llegar a los cuarenta años o menos, en algunas profesiones o empleos, se puede catalogar a las personas como un tipo de individuos ya no aptos para ser contratados y en esta perspectiva, ser “viejos” y condenados a ser excluidos en algunos trabajos.

Esta exclusión social se enfatiza si se aplica al género femenino, sobre todo si se tiene familia o si se está embarazada; también se aplica a las personas que cuentan con alguna discapacidad física o mental; para estos casos, aunque el ámbito legal ha avanzado hacia la protección de estos sectores, lo mismo que en algunas empresas; aún así, siguen prevaleciendo esos actos discriminatorios.

Desde un punto de vista cultural y de vida cotidiana, no hace falta la ley, ni la edad, para catalogar a una persona con cabello cano, sin cabello, con arrugas en la piel, con hijos mayores o nietos menores, como un: “anciano”, “viejo”, “vetusto”, “venerable”, “betabel”, “ruco”, “abuelo” y una gran cantidad de adjetivos relativos a la edad mayor o avanzada.

Sin embargo, aún con todos estos adjetivos empleados, en el imaginario social se entiende que una persona de edad avanzada, tiene muchos o la mayoría de los conocimientos que hay que poseer, para transitar en esta sociedad; es decir, se presume que ha llegado al límite de sus capacidades y necesidades de conocimientos a aprender; incluso, asistir a la escuela solo se contemplaría para terminar la primaria, secundaria o bachillerato en turnos nocturnos o en la modalidad “abierta”, pero asistir a una universidad o tecnológico sería extremadamente raro; de hecho, los casos que han ocurrido han sido dignos de reportaje periodístico o televisivo.

De igual forma, se contempla que personas de estas edades, con su experiencia, ya poseen todas las características que una educación integral propone: las habilidades y actitudes para resolver problemas, decisiones acertadas, autoestima equilibrada, tranquilidad para afrontar todos los obstáculos que se presenten, dirigir y brindar consejos a las generaciones de jóvenes y otras más.

Tal pareciera que con esta visión que se tiene de las personas de la tercera edad, estaríamos afirmando que ya no tuvieran capacidad de asombro, que ya no necesitarían agregar a su bagaje de conocimientos ninguno otro, que la experiencia acumulada sería suficiente para entender y para adaptarse a las nuevas formas, cada día cambiantes del mundo vertiginoso, sobre todo a los medios de comunicación, redes sociales y formas novedosas de manejar los lenguajes en la sociedad del conocimiento.

Como dijo Eduardo Galeano: “Me caí del mundo y no sé por dónde se entra”

Por otro lado, una reflexión de un adulto mayor: “…Ser mayor de sesenta años no es algún delito, ni es la seguridad de que lo sé todo; mucho menos, que poseo la cordura y la llave mágica para resolverlo, aunque así parezca. En efecto, es un gran compromiso con la vida, con mi vida y con la vida de quienes me acompañan, porque creen que tengo toda la experiencia del mundo y las soluciones a todos los problemas que se presentan… también me equivoco, aunque no siempre lo reconozca; también sigo aprendiendo, aunque no siempre me lo reconozcan”

Es evidente que con el avance de la edad, la regeneración celular se va haciendo de manera más lenta y  de menor calidad, provocando que se vayan reduciendo y aminorando algunas funciones del cuerpo humano; pero también es evidencia científica que, cuando ocurre el proceso de la muerte, la última célula en “morir” es una neurona, por lo que aún en el proceso de partir, definitivamente, se sigue aprendiendo.

Aprender es un acto natural y espontáneo, inherente al ser humano durante toda su vida. 

Comentarios: gibarra@uaslp.mx