No es exagerado plantear que hay una parte derechosa en el país -y fuera de él- revolviendo las aguas, inconforme con las medidas que buscan apuntalar un cambio de régimen político. Algunos personeros han sido señalados: emisarios del pasado reciente metiendo ruido en redes sociales para generar un pánico que, por suerte, no ha cundido ampliamente, diría el “chapulín colorado”. Pero allí andan, con cuentas de robots en internet para calentar los ánimos, haciendo de ciertos malestares sociales inevitables una caja de resonancia que… ¡Dios salve! Por lo pronto, se habla del riesgo de un “golpe de Estado” pero, hasta ahora, es una campaña tendenciosa de esos “granjeros” de “bots” que magnifican sus corajes y exhiben lo que resta de poder del antiguo “establo” (pudiera leerse como “establishment”, que “no es lo mismo pero es igual”, citando al “filósofo de Güémez”) que se resiste al cambio.
Cuando se habla del riesgo de un golpe de Estado, se voltea a ver al sector militar (en tanto que depositario del poder de fuerza acumulado) como posibilidad de someter al sector civil (en tanto que representante de los intereses generales de la sociedad). Pero lo posible no siempre se traduce en lo probable, sobre todo si no hay condiciones adicionales que conduzcan al “éxito”. Pero el riesgo y la posibilidad existen, por supuesto. Tampoco se puede apostar a que no proceda una conjura apelando a que se cuenta con el respaldo ciudadano. En Brasil, legisladores y jueces corruptos empujaron las caídas de Lula y Dilma, a pesar de la movilización social en apoyo de ambos, pero que no fue suficiente por la debilidad acumulada del Partido de los Trabajadores. Acá, desde hace rato se insiste en que el pueblo organizado debe acompañar al presidente AMLO para consolidar el cambio, pero allí tienen que el brazo político que podría lograrlo anda, por ahora, medio desmembrado por el conflicto interno que ha escalado para renovar sus liderazgos.
Me imagino a ese sector derechoso como si fuera el popular teniente de policía que, impaciente -y preocupado- para esperar los resultados del proceso de laboratorio social que implicarían los cambios empujados, se pone a bailar “un pinche cumbión bien loco”, mientras genera el caos, con balazos de por medio, para agenciarse lo que considera es todo suyo y prepararse un bolillito para comer solo. Y, en efecto, ese sector derechoso está impaciente por mandar al rancho al presidente y hacer de las suyas como antaño, sin rendir cuentas y con total impunidad en su “desmadre bien organizado”. La tarea de zapa busca contagiar a otros que cojean del mismo lado y abonar a lo que, hasta ahora, se tendría más como un intento de “golpe de establo”, porque el Estado es más que una serie de intereses que, dentro y fuera de él, solamente ven para su santo.
También es cierto que no todo se ha logrado, pero ¿quién dijo que sería fácil? El punto es que, cuando tantos hechos lamentables se suceden en un rato, como enderezados a un tiempo para desquiciar el poder legítimo del Estado, vale ponerse alerta de cualquier acto que pueda sobrevenir para descomponer el cuadro. Sí, se debe revisar lo que no ha funcionado, pero de allí a esperar que no haya intereses damnificados -de muy diverso tipo- que buscan, agazapados, golpear al gobierno de AMLO por dejarlos en el desamparo, es tanto como aceptar que el Estado mexicano siga como instrumento al servicio de unos cuantos o bajo presión de poderes fácticos, sin oponer la menor resistencia que, visto está, es el mayor activo de AMLO y, ahora, desde dentro de ese “ogro” que no es solo “filantrópico” -parafraseando a Octavio Paz-, tampoco se dejaría de lado. En cuanto a la milicia, ciertamente ha continuado en las calles (desde con Calderón y Peña), pero eso es preferible a que ocupe recintos parlamentarios o espacios reservados al ejercicio del poder civil, propio de un régimen democrático. P.D. Se dice que “el golpe avisa” y en Bolivia se ha consumado una infamia que debiera preocuparnos.