Como ya es costumbre, en el actual congreso potosino es imposible que dejen de ocurrir hechos y actos que dan pena ajena. A pesar que una diputada insista en convencernos que allí han cambiado (por lo menos) las formas, señalando que ya no se hace tanto circo y maroma como en el pasado, se siguen presentando acontecimientos que involucran a buena parte de los diputados y que ya no sólo dan para reír, sino hasta para llorar un buen rato. La tragicomedia se ha instalado en ese poder del Estado potosino y, como suele ocurrir, todo queda para la anécdota, aunque el agravio permanezca. Eso de que, por ejemplo, escoltas de la policía estatal asignados hagan tareas domésticas en la propiedad de un diputado, evidencia el abuso en que incurren no pocos servidores públicos, desviando no únicamente recursos del erario para fines ajenos a su función, sino hasta fuerza de trabajo como si fueran “peones acasillados”. Como es costumbre en otras instancias de poder público, “después del niño ahogado”, la Fiscalía General del Estado ha salido pronto a “precisar” que los escoltas no deben ser utilizados en algo más que no sea su función de protección.
El episodio en cuestión recuerda el caso del famoso Arturo “El Negro” Durazo, jefe de la policía en la capital del país durante la presidencia de José López Portillo (“Jolopo”). Entre otros abusos, el Negro Durazo mandaba al personal policial y de tránsito a laborar como albañiles en la construcción de su fastuoso “Partenón”, palacete situado a la orilla de una paradisíaca playa y en donde él y sus cuates organizaban escandalosas orgías ataviados como “romanos”. Al final del día no pasaba nada porque el jefe policíaco era protegido y apapachado por “Jolopo”, toda vez que de chavos, aquél lo defendía como si fuera su guarura, según cuenta quien fuera su escolta de muchos años, José González, en el famoso libelo titulado “Lo negro del negro Durazo”. Allí la tragicomedia se hizo presente con total impunidad y desparpajo, como cuando el Negro hasta recibió un doctorado honoris causa, posando sonriente con toga y birrete, como para que no se dudara que las podía de todas, todas, inaugurando una perniciosa práctica corrupta que hoy en día sigue presente en no pocos personajes que son premiados con reconocimientos comprados a instituciones patito.
Ya no hablemos de otros muchos asuntos en los que diputados de diversos partidos cojean de la misma pata. Moches, nepotismo, despilfarro, agandalles, acoso, etcétera. ¿Por qué se sigue presentando ese tipo de conductas ventajosas y abusivas de no pocos diputados? ¿Será porque disponen de un poder absoluto en ese feudo y, citando a un clásico (Lord Acton), “el poder absoluto corrompe absolutamente”? ¿O será porque, siguiendo a otro clásico (Enrique Dussel), consideran que la fuente del poder que ostentan proviene de sí mismos y no del pueblo al que deberían de representar debidamente, tipificándose “la corrupción originaria de lo político”? ¿O será que, parafraseando al escritor nicaragüense Sergio Ramírez, se trata de “ilusionistas de oficio”? Esto último implicaría que se trata de sujetos que han aprendido, más temprano que tarde, a “dorarle la píldora” al pueblo, a engañarlo de manera tan propia (burda o refinada, pero muy en su papel), que terminan por creerse sus mentiras y, junto con eso, adoptar hasta poses de “perdonavidas” de cualquiera que tenga la osadía de cuestionarles sus excesos.
Ya poco faltaría que en un arrebato de locura, hasta sigan los pasos de sus homólogos neoloneses, declarando “non gratos” a quienes los critican. Pero, entrados en gastos, no sería tan descabellado que eso hicieran… para consigo mismos, auto-declarándose incapacitados para responderle al pueblo sus reclamos, con tal de eludir sus responsabilidades. Igual y lo hacen, al fin que de ilusionistas de oficio está empedrado el camino del infierno.