Informes y… ¿catarsis?

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Informes de gobernantes y representantes populares van y vienen por estos días en la entidad potosina. Rara es la autocrítica y, por el contrario, se asume que todo marcha sobre ruedas, sobresaliendo la promoción personalizada con miras al futuro político inmediato (que no es otro que la coyuntura electoral de 2021). Para todos los males acumulados se aducen soluciones en avance o, de plano, ya logradas. Sin embargo, dentro del cúmulo de problemas, que se resisten a confirmar que ya han sido superados, destaca el de la inseguridad pública. Y, pues sí, la inseguridad pública es “el pan nuestro de cada día” y en la entidad potosina es cada vez es más grande el malestar social, no sólo porque nomás no hay resultados concretos y duraderos en esa materia, sino porque nuestras “autoridades” apenas atinan a lavarse las manos y/o rayar en el cinismo. Pero, dice un refrán popular que “no hay mal que por bien no venga” y, luego del reciente intento de secuestro a una joven estudiante universitaria, la comunidad estudiantil salió a manifestar un reclamo que es propio de todos los ciudadanos.

“Todo el pueblo tiene dolor de cabeza”, solía decir el comisario Matos, personaje de Gabriel García Márquez en “La mala hora”. La frase queda que ni mandada para describir el estado de ánimo que, regularmente, campea entre la población potosina con la inseguridad que no cede. Afortunadamente, planteamos arriba, cada vez son más sectores de la sociedad civil potosina que se manifiestan demandando respuestas a la autoridad en éste y otros temas, y eso es lo que interesa destacar aquí. Si el sentimiento de impotencia que suscita la violencia impune se refleja en una especie de soledad que padece la población, como si se le dejara a su suerte en el plano de la criminalidad, hay que buscarle solución. El eufemismo institucional, que pretende justificar ese abandono de la responsabilidad pública para con los ciudadanos, no es lo de menos; es expresión de una ausencia de solidaridad social que tiene que reconstituirse desde la comunidad. El escritor Alfonso Vadillo, en “La astilla del tiempo”, se pregunta, por ejemplo, ¿cómo influiría Antonio Gramsci, con sus ideas, en una sociedad como la del “Macondo” de García Márquez en “Cien años de soledad”?

Una sociedad en la que, frecuentemente, se nos vende como espejismo del progreso el oro y el moro, o la felicidad que nos depararía un presunto conocimiento liberador de nuestras miserias materiales que, empero, está frecuentemente desfasado con respecto a los adelantos de otros lares. Algo así como cuando se nos dice que contaremos con tecnología de punta y equipamiento de sobra para contener la incidencia delictiva, pero resulta que el conocimiento se importa junto con las circunstancias propias de otras sociedades y no se genera desde y para nuestras circunstancias y, entonces, los resultados brillarán por su ausencia. Si alguien cuestiona toda esa parafernalia, que suele volverse inútil, se le confina a un aislamiento porque el “pesimismo de la inteligencia” no va con el peculiar “optimismo de la voluntad” de la autoridad, como cuando José Arcadio Buendía concluyó que “la tierra es redonda como una naranja”, pero lo juzgaron loco. Si se pudiera pasar, como decía Gramsci, “del momento egoístico-pasional al momento ético-político”, tal vez otro gallo nos cantaría, sería una “catarsis” que mucho ayudaría.

Pero allí tienen que, por lo pronto, lo que interesa a buena parte de esa clase política que adopta la mejor pose para sus informes es, precisamente, la apariencia de que las cosas van bien, cuando la sociedad ahora sí que tiene (y experimenta) otros datos. El Estado en Gramsci es la suma de la sociedad política y la sociedad civil, por lo que siguiendo esa posible incursión de las ideas gramscianas en una sociedad como la que tenemos, con resabios macondianos, no queda más que seguir promoviendo el empoderamiento de los distintos sectores de la sociedad civil para exigir auténtica rendición de cuentas a esas “autoridades”, que hacen de ese ejercicio un mero acto de protagonismo y demagogia.