Laberintos del lenguaje
A algunos les da risa, a otros los enoja, a veces preocupa el uso de ciertas frases, pero el tema del lenguaje es algo muy interesante y no debería serlo solo para quienes nos dedicamos más o menos de tiempo completo a la palabra. En política y en casi todos los campos, no hablamos (o escribimos) igual ante ciertas personas o en ciertos lugares, y no salen igual si estamos contentos o enojados. Todo un campo, de los eufemismos a los lapsus, de la adopción de nuevas palabras al orden de las mismas en una oración.
Caso 1. Hace una semana, en una clase en línea una persona pidió que no le llamaran “compañera” sino “compañere” y se armó una discusión en redes sobre el lenguaje inclusivo. En otro video un profesor amenaza con sacar de su clase a quien dijera “compañere” u otras “jaladas”.
Caso 2. A propósito de su reciente libro, el director del Instituto de Investigaciones Estéticas (IIE) de la UNAM dijo en una entrevista de radio que “los feminicidios finalmente son un acto de amor, porque la tortura es una pasión, la huella sobre el cadáver es una pasión del alma”. Casi dos meses después la entrevista se hizo viral y el mismo rector de la UNAM pidió la remoción del director del IIE.
Hasta después se supo que el autor/exdirector tuvo un problema neurológico del que nadie se ocupó hasta que verbalizó su visión distorsionada de una realidad dolorosa. La mentalidad machista colectiva y el pensamiento individual alterado suelen combinarse en estas “metáforas” justificatorias de la violencia.
En el primer caso de trata de un neologismo, una palabra que no existía en el léxico normalizado del español, como tantas palabras que “aparecen” en el habla de ciertos grupos y van extendiéndose a otras capas de la población.
Hay tratamientos de cortesía o descortesía: priorizar lo que se dice o el cómo se dice, o usar “descalificativos” contra otros porque no coincidimos en un aspecto, por más nimio que sea. No faltan quienes exigen que se les diga por su grado académico o por el seudónimo o “nombre de guerra”, que se respete “la investidura” de parte de “advenedizos” o “adversarios”. Los de cristl son los otros mientras no nos toquen.
Si alguien quiere que le llamemos de tal o cual forma, ¿por qué no hacerlo? Alguien puso en Twitter que si le decimos Pollo o Peje a un político, bien podemos hacerlo con “el compañere”, camarada, wey, o hasta “amor” o “gordo”, o como se acuerde en determinada relación.
La “realidad” no es algo que nos es dado solo para transmitirlo mediante el lenguaje, sino que según el lingüista M.A.K. Halliday hay cambios en cómo “significamos” y el léxico cambia más rápido que la base sintáctica. Dice Halliday: “la lengua […] es un producto del mutuo impacto entre la conciencia y la materia, de las contradicciones entre nuestro ser material y nuestro ser consciente, […] tiene el poder de configurar nuestra conciencia”.
Otro aspecto a discutir sobre el tema es del intelectual, o lo que se considere como tal y su relación con “el poder”, con el gobierno en turno. Lease el caso que compartimos la semana pasada en esta columna (y que siguió y se agregaron otros personajes al embrollo) o el próximo nombramiento de funcionarios que tendrán que ver con la palabra y la imagen, con la cultura y el arte de la administración del gobernador electo Ricardo Gallardo Cardona, así como de cada uno de los 58 ayuntamientos.
Ricardo Garibay, el gran Ricardo Garibay, fue crítico puntilloso del presidente Gustvo Díaz Ordaz, pero aceptó un apoyo monetario del gobierno. Compañero de Scherer en Excelsior y en Proceso, no dejó de burlarse de todo. Ante las críticas por aceptar la subvención ordacista, respondía, según varias publicaciones: “No me vendo ni hay precio que me compre. Lo único que festejo en mí, es mi lealtad a mi oficio”.
En su libro Cómo se gana la vida (episodio retomado por Jorge Volpi en La imaginación y el poder), Garibay cuenta que tras la matanza de 1968 el escritor Agustín Yáñez le presentó su renuncia a Díaz Ordaz, quien rompió el papel y le dijo que a él nadie le renunciaba.
En Los relámpagos de agosto, obra de Jorge Ibargüengoitia, el general Arroyo se describe así: “en cuanto al puesto de Secretario Particular de la Presidencia de la República, me lo ofrecieron en consideración de mis méritos personales, entre los cuales se cuentan mi refinada educación, que siempre causa admiración y envidia, mi honradez a toda prueba, que en ocasiones llegó a acarrearme dificultades con la Policía, mi inteligencia despierta, y sobre todo, mi simpatía personal, que para muchas personas envidiosas resulta insoportable”.
El discurso cambia de cuando son candidatos a cuando son electos, y de cuando son electos a cuando llegan al puesto, pero ahí quedan los indicios de lo que ofrecieron y lo que pueden o quieren hacer.
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Posdata: vía Zoom este 3 de septiembre estaré, con otros colegas, con la comunidad de la Universidad Politécnica de San Luis Potosí, para celebrar con libros y lecturas el 20 aniversario de esa institución. Me toca a las 8 am con mis libros Fuera de mí, eufemismos para ciertas locuras (El diván negro, 2020) y La bruja guachichil, palabras para otra magia (Secult/Colsan, 2021), pero va a ser desde las 7 am y buena parte del día, para que estén al pendiente de las redes sociales de la UPSLP.
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