Testigo presencial en la marcha feminista del domingo, pude apreciar el numeroso contingente de mujeres de todas las edades que participó en ella. Directa o indirectamente he participado en un buen número de ellas, otras las he observado, y no recuerdo en los últimos años una de esa magnitud; ni siquiera la de 2014 realizada a consecuencia de los trágicos sucesos de Ayotzinapa.
“¡Señor, señora, no sea indiferente, se mata a las mujeres en la cara de la gente!”, fue quizá la consigna más repetida, y que nos guste o no, retrata a la perfección lo que ocurre casi cotidianamente. Frase porra
La marcha y sus reclamos se dejaron escuchar por todo el centro histórico de la capital; testigos mudos, que luego dieron testimonio de los reclamos, fueron los edificios existentes en las calles sobre las que avanzó el contingente.
“Vivas las queremos”, y “Ni una menos”, se leía en la fachada posterior del Museo de la Máscara; algunos metros más adelante, sobre la calle de Guerrero, el señalamiento era concreto: “COBACH encubre acosadores”; una curiosa tonalidad de rosa, sobre la banqueta de la misma arteria, evidenciaba: “En San Luis violan mujeres y nadie hace nada”; luego, en un rojo tutsipop, como dirigido a políticos panistas, se escribió “Mi seguridad no es trampolín político”; “San Luis feminicida”, “volvimos a salir”, “¡No más miedo!”, “Deja de violar”, “¡Exigimos justicia!”, “Justicia misógina”, “Somos malas, podemos ser peores”, “En el CB [Colegio de Bachilleres] 26, maestros acosan”, ¿y mis hermanas?”, fueron algunas de las pintas que se apreciaban en los muros y aceras de la ruta de por la que marchó esa procesión.
En los muros del edificio de Pensiones, se apreció una verdad absoluta: “Rebélate, no te vas a pensionar”, ¿quién se atrevería a cuestionarlo”. Los reclamos también quedaron registrados en la fachada de la capilla de Guadalupe: “aborto legal”, “Dios bendiga este negocio”, “Saquen sus rosarios de nuestros ovarios”, se leían repetitivamente.
El Arzobispado fue clausurado simbólicamente; sobre el recio portón, un sello advertía: “CLAUSURADO por atentar contra los Derechos Humanos e integridad de las mujeres en San Luis Potosí”; dos cuadras y media, en la reja central del Congreso del Estado, se colocó una nota similar. Aquí, entre más de una veintena de reclamos, se inscribió lo que todos los potosinos deberían de señalar a los macacos curuleros: “¡Legislen ya!”.
En otra plaza, la de Fundadores, la atención –y los reclamos– se concentraron en el edificio central de la Universidad, quizá fue el inmueble que mayor atención recibió por parte de las manifestantes, esto desde luego, en atención a las desafortunadas declaraciones del rector Villar Rubio. Afortunadamente no dijo, en los días subsecuentes, que eran mujeres que pretendían violentar la autonomía universitaria.
“No enseñan, acosan”, “Nuestra vestimenta NO define el nivel de respeto que merecemos”, “cómplices”, quedaron inscritas en la fachada del antiguo colegio jesuita. También, demos gracias a que el delegado del INAH, prefirió verse bonito, quedándose calladito.
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La marcha, los reclamos, han sido notorios y han captado la atención, en muchos de los casos, más por las pintas, que por el trasfondo en sí. Hace algunos años, sangrante aún la herida por Ayotzinapa, escribí: “El elemento es el símbolo del poder represor o de su incapacidad de responder a las exigencias de las masas actuantes en el estallido social, por tanto será este el recipendario de la indignación del colectivo. Ciertamente habrá quienes manifiesten su conciencia y respeto por los símbolos en cuestión, pero consideremos que ninguno de ellos estará en posibilidades de contener la violencia manifestada por los actores. […] Dentro de mi particular opinión que no es de aprobación, pero tampoco de enérgica condena, por ameritar un detenido análisis de factores; los hechos contra el Palacio Nacional, sede fáctica de la imagen presidencial, no restan mérito a las manifestaciones en medio de las que ocurrieron, ni tampoco importancia a la esencia del asunto: el descontento social frente a la podredumbre existente en las esferas gubernamentales y que cada día se manifiesta y hace pública.”
Resumo, pues: entre más se invoque el respeto a las piedras, muros y puertas, éstas serán las primeras contra las que se arremeterá; los símbolos del poder, serán los primeros en ser atacados. Tampoco es nada nuevo, ni propio de este momento, recordemos aquella infraoctava de Corpus, domingo 8 de junio de 1692. Tumultos, alborotos y motines, iniciados por mujeres que reclamaban por la escasez de maíz, fuera del palacio de los virreyes.
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Así, mientras algunos gritan: “Wey, la pared no”, todos desearíamos, que se pudiera hacer realidad una de las inscripciones, y que volvieran las que ya no están “Cuando mis hermanas vuelvan, vengo a limpiar tu pared”.
“Las calles son nuestras, y ésta es su muestra”, se leía en otro muro. Sí, fueron de ellas; ojalá siempre fuera así.