Lo previsible

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Dicen muchos que la historia se repite, otros se regodean predicando como agoreros que aquel que desconoce o ignora su pasado está condenado a repetirlo; es lo mismo, si no repetimos lo que desconocemos, menos lo que ignoramos. Ni la historia, ni los hechos del pasado se repiten; no así ciertas condiciones dadas que –de conocerlas–nos  permiten tomar algunas precauciones. 

Pensemos en los habitantes de la Ciudad de México y su lucha cotidiana contra los sismos. Septiembre de 1985 representa un parteaguas en materia de medidas de todo tipo encaminadas a prevenir una tragedia como aquella. Algo se aprende.    

Era previsible, y también predecible, el repunte de enfermos de Covid-19, pero no se quiso ver ni atender lo anunciado. Desde que el secretario general de Gobierno dijo que estábamos preparados para afrontarlo, era lógico suponer que no era así; evidentemente no tenía, ni tiene, idea de lo que es una pandemia. Seguro supuso que era algo así como dirigir la dependencia de la que es titular.

En marzo de 1918 comenzó la pandemia de Influenza, que con una rapidez sorprendente para esa época se extendió por tres cuartas partes del mundo. Muchos fueron los afectados, pero pocos los fallecidos; cinco meses después parecía haberse aletargado. 

Para noviembre del mismo año, una feroz reaparición comenzó a disparar la mortandad entre los que se manifestaba. Entre 50 y 100 millones de muertos, dejó la silenciosa enfermedad que pocos meses atrás se creyó controlada. Insisto, los hechos no se repiten, pero se pueden analizar y comparar similitudes; luego, a partir de los resultados, tomar providencias. 

Cuando nos sentíamos orgullosos de “ser el estado con la menor tasa de defunciones por cada 100,000 habitantes”, gracias “al esfuerzo que han hecho la sociedad y el gobierno potosinos”, nos damos cuenta que ni una ni otro, han hecho el más miserable de los esfuerzos. Monitorear y captar, posibles enfermos y enfermos, para luego atenderlos en hospitales habilitados, es lo menos que deben hacer; cualquier entidad responsable y consciente de sus obligaciones ni siquiera lo comentaría.

Esfuerzo sería atender, combatir y frenar, las posibles vías de contagio; reglamentar –realmente – actividades, y establecer una serie de lineamientos obligatorios. En esta semana leíamos que una diputada iba a presentar un punto de acuerdo para hacer obligatorio el uso del cubreboca en ciertos espacios, y ayer el gobernador dice que estaría bien atender una propuesta similar formulada por abogados potosinos. ¡Qué bueno que lo dice y aprueba!, ojalá se le ocurra aplicarlo; sólo esperemos que no dirija la Conago con la misma mediocridad que aplica en nuestra entidad.

No sólo se pasó por alto el rebote, también otras problemáticas que trae de la mano una pandemia: incremento en la violencia y en los índices delictivos, en la locura (a poco ustedes creen que los de FRENAA están muy cuerdos). Nada, todavía, se percibe en estos ámbitos; todo se pretende resolver cibernéticamente, seguro pensarán que así ocurren los hechos. 

Mientras algunos cuantos antreros se manifiestan inconformes por el virus que obliga a las autoridades a fingir que los obligarán al cierre, el vocero de la arquidiócesis pone el dedo en la llaga: los templos son más necesarios que los antros. Y sí, en quién sino en la divinidad se busca consuelo cuando todo lo humano ha fallado.

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Desde el día de ayer el nuevo integrante del Instituto Nacional Electoral, Martín Faz Mora, amaneció con muchos amigos en el terruño; algunos de los cuales decían estar seguros –desde siempre– que nadie mejor que él para llegar a ese puesto; otros, al tiempo que presumían fotos con el activista, afirmaban haber impulsado la candidatura del activista. ¿Recordará don Marcelo la muy espantosa madriza que le pusieron sus fuerzas policiales?

Gracias por la lectura; use cubreboca y lávese las manos.