Lo único nuevo que se vive en San Luis Potosí es la enfermedad; las condiciones y las reacciones son muy similares a las que se vivieron hace 127 durante la epidemia de tifo que conmocionó a la ciudad desde los últimos meses de 1892, hasta mayo de 1893.
Horacio Caballero Palacios, médico e historiador, miembro de la Academia de Historia Potosina, publicó en 1970 un trabajo titulado “San Luis Potosí. 1893. La batalla del tifo”; donde hace un análisis no sólo de la epidemia y el entorno sanitario de la época, sino también de la compleja –por no escribir torcida– sociología de los potosinos.
Casi 700 fallecidos en siete meses; entre ellos sobresalieron Juana Diez-Gutiérrez y Barajas (esposa del gobernador Carlos Diez-Gutiérrez), y Horacio Segura, estudiante de Medicina que voluntariamente asistía a los enfermos del hospital de infectados. El mal atacó por igual y sin distingo de clases sociales, “Los ricos enfermaron y murieron tanto como los pobres –escribió Caballero Palacios –. Democrática, ciega y justa es la fuerza de una epidemia, no respeta títulos ni nombres; los favorecidos o los desvalidos, los de espada o los de hábito religioso, los inteligentes o los tontos, todos en el torbellino entran en el mismo cedazo colador.”
Aquellos trágicos sucesos lo mismo dejaron ver lo mejor que lo peor de nuestra sociedad; generosidad y mezquindad estuvieron al día. Mientras muchas generosas damas volcaron sus esfuerzos en atender enfermos, hombres de “buena familia”, hicieron gala de una conciencia de clase muy típica de estos lares, “para ellos fue una temporada mala que hacía aminorar desagradablemente sus corrientes ingresos. En el plano de la alta sociedad en que se movían por la suerte de la genealogía y de la fortuna, poseían una especie de seguridad que cubría ampliamente las necesidades de la vida y sobraba para las superfluidades añadidas.”
El gobierno tardó en reaccionar algunos meses, pero finalmente gracias al esfuerzo de los médicos, comenzó la batalla contra aquel mal –hasta entonces desconocido–; la iglesia se sumó también al esfuerzo, como importante difusora de medidas de higiene.
En mayo, la epidemia estaba casi vencida. De esos meses y años, quedó una simpática cuarteta, casi desconocida: “Por las calles de San Luis, / anda suelta la pelona, / échate un trago de tifo, / y una carga de tapona.”
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Suman en San Luis 19 casos de coronavirus y dos fallecidos al día de ayer; esperemos que –pese a lo desalentador– las cifras no incrementen mucho. Hace algunas semanas el secretario general de Gobierno, Alejandro Leal, declaraba que estábamos preparados para recibir al coronavirus, que así sea, y ojalá no demuestre una vez más, que más pronto cae un hablador que un lisiado.
Mientras tanto el alcalde capitalino se esmera en acabar con la única avenida decente que tenemos en la capital, pensando en instalar una ciclovía, aunque derivado de las críticas acabó saliendo por chicuelinas, diciendo que se trata de un estudio de movilidad. Luego pienso que aquella sustancia que le rociaron a él y a otros ilustres miembros de la reacción cuando patearon la puerta de Palacio Nacional, lo afectó –un poco más– de sus capacidades mentales (o lo volvió inmune a la percepción de la realidad).
En la Universidad Autónoma la sucesión por la rectoría ha entrado al plano de la guerra sucia; circula en redes un video contra el doctor Zermeño, donde nada más falta que lo critiquen por no pintarse el cabello. Una estupidez de datos que buscan disminuir sus méritos; supongo que los demás serán brillantes e impolutos.
En otro ámbito, el gallardismo arremete de nueva cuenta contra Guadalupe González, dirigente de la organización de transparencia Ciudadanos Observando. Inaceptable que el gobierno del Estado, permita estas actitudes contra voces críticas; no sólo porque demuestran el desprecio a la libertad de expresión, sino porque evidencian su desinterés por hacer prevalecer el estado de derecho.
Gracias por la lectura; son días de guardar.