Nomás por convivir

Compartir:

Como usted bien sabe, lectora, lector querido, acá su servidora es asmática. Como no le veo ninguna necesidad a andar escupiendo pulmones por la vida, procuro ser cuidadosa, tomar mis medicamentos y estar atenta a las variaciones del clima, que sé que me van muy mal. 

Con todo y cuidados, las últimas dos semanas han traído temperatura volátil y un día estuvimos a 29 grados para en unas horas estar a 8.  Así no se puede. Comencé entonces a tener esa tos asmática que llevaba fácilmente dos años sin sentir.  Para la semana pasada, de plano anduve mal. Procuré cuidarme, pero, usted sabe, el mundo no se detiene nada más porque uno se enferma, así que la vida siguió girando. En una de esas vueltas, nos trajo al coronavirus, cuya visita ya se anunciaba desde hace semanas. Varios médicos dijeron que era cosa únicamente de tiempo y tuvieron razón.  

Yo recibí la noticia entre tosida y tosida, doble checando que realmente no tuviera ningún síntoma de nada. Y no.  No moqueo de más, no tengo fiebre, nada. Únicamente tos, falta de aire y el dolor normal de espalda y costillas después de toser una semana sin parar. Así que seguí con mi vida en lo que llegaba el día de mi cita con el neumólogo. 

Quizá usted no lo sepa, pero los asmáticas tenemos que ir al súper, al banco, a trabajar, a dejar a los hijos a sus actividades, haya o no coronavirus. Pues el sábado ya no había nada de comer en la casa y me lancé al supermercado. Aquello estaba abarrotado. Fue un error. Un gran error. Jamás pensé que yo, que tengo una estatura tamaño virus, fuera a causar tanto temor. Y desprecio. 

Me di cuenta cuando después de que acabé de escoger la verdura y tosí. Me cubrí como ya se sabe debe de hacerse, pero me atraganté con mi propia saliva. Salió peor y tosí más. Una señora y su hija, también ya adulta, se fueron del pasillo donde estaba a una velocidad sospechosamente rápida.  Avancé y en la fila de la carne, me volvió a dar tos. Tres personas hicieron cara de terror. Las vi. No exagero. Inmediatamente me expliqué, les dije que era asma, que no tenía nada extra y que traía mi inhalador. Para entonces ya me sentía incómoda por causar incomodidades, pero tenía el súper a la mitad y en la casa ya no había nada, por lo que no era opción abortar la misión y largarme. 

Cogí el resto de los víveres lo más rápido que pude, ahora sí sintiéndome mucho muy incómoda, y fue también una mala idea, porque acabé formada en la caja con un ataque peor por andarme apresurando y aguantándome la tos, que me obligó a sacar mi inhalador y dar un par de bocanadas. El hombre que estaba atrás de mi me preguntó, muy educado, si estaba enferma y  le dije que sí y no. Y volví a explicar que soy asmática, que las variaciones de temperatura me habían afectado y que no tenía nada más. Creo que todos sintieron alivio cuando me vieron salir de la tienda. Les aseguro que la más aliviada, fui yo. Quizá no debí salir a un lugar público teniendo tos, asmática o no, pero jamás pensé en causar tanta molestia, ni que la gente estuviese tan asustada. El resto del fin de semana me recluí en mis aposentos y no salí, para no espantar a nadie y porque tampoco está padre explicar tres veces seguidas que uno es asmático. 

La cosa con el coronavirus es que llega por lo menos dos meses después de haber sido detectado al otro lado del mundo, y eso nos da una ventaja. De entrada, ya sabemos qué es, cómo se contagia, medidas preventivas para evitarlo, población vulnerable e incluso tasa de mortalidad. De todo esto, las buenas noticias son que, aunque cada vida vale, lo cierto es que proporcionalmente hay pocas posibilidades de morir por su contagio.  También sabemos que el virus no resiste el calor y afortunadamente los pronósticos del clima van a la alza. Sabemos de igual forma que hay avances notables en vacunas y que hay más de una centena de especialistas trabajando ferozmente para lograr su cura. Es decir, tenemos mucho a favor. 

Sabemos también que al igual que como pasó aquél año donde la influenza AH1N1 causó estragos, las medidas de autocuidado son cruciales. Debemos, primero que nada, ser cuidadosos en nuestra higiene personal comenzando con lavarnos frecuentemente las manos. Luego, evitar tocarnos la cara, compartir alimentos y bebidas, evitar saludar de beso… en fin, lecciones que ya sabemos de la vez pasada. Con  todo esto, deberíamos no estar tan asustados. Precavidos, sí, pero no asustados. 

Por mi parte, y como no me he curado, le pido disculpas, lectora, lector querido. No le prometo recluirme en casa, porque no puedo. Le pido a mi nombre y al de todos los que tienen asma o sufren de alergias estacionales, que haga un esfuerzo para  no vernos tan feo.  Le aseguro que ninguno de nosotros nos enfermamos por el mero gusto. No nos juzgue. Ninguno tosemos nomás por convivir.